"Las mujeres y la sexualidad"

 

Capítulo 1.  De "Sexo, mujer y fin de siglo". Autoras: Laura Caldiz y Diana Resnicoff. Editorial Paidos. Noviembre de 1997

 

Dada la universalidad sobre el sexo sería esperable que supiéramos una cantidad de cosas sobre el tema. Nuestra cultura ha restringido tanto la observación directa de la conducta sexual como el acceso a la información. Seguimos inmersos en una era sexual oscurantista. A pesar de los avances científicos con respecto al papel de las hormonas, a los anticonceptivos y a la prevención de enfermedades de transmisión sexual, no han variado demasiado nuestros prejuicios. La sociedad se muestra más abierta e informada pero igualmente sigue condenando a la homosexualidad y nos escandalizamos frente a temas de educación sexual, aborto y pornografía.

Esto nos ha llevado a conocer sobre sexo mucho menos que lo necesario para integrarlo armoniosamente en nuestras vidas. Por ello, rompiendo con viejos tabúes nos proponemos aquí hablar sobre sexualidad femenina.

Separar sexualidad femenina de sexualidad en general es una construcción artificial de la cual somos plenamente conscientes, es haber elegido un recorte y quedarse en él. Todas sabemos que sexo ya desde su definición implica dos; sexo del latín sexus quiere decir dividido, partido en dos. Dos son los individuos que se aparean para conjugar vida en casi todas las especies vivientes. Una hembra y un macho son imprescindibles para generar vida nueva.

Por eso, al hablar de uno solo queda siempre agazapada la sombra del "otro", hay casi siempre un hombre detrás de las alegrías y los pesares de la sexualidad de las mujeres, ellos son nuestra ineludible compañía en los avatares del sexo.

Sin embargo creemos que se impone este espacio para hablar tan sólo de nosotras. Si bien compartimos la escena, mujeres y hombres mantenemos vigentes diferencias y particularidades que justifican el intento de analizarlas por separado.

En estos últimos años, diferentes disciplinas han producido conocimientos que amplían el panorama de la sexualidad humana; la biología, la genética y la psicología evolucionista nos proporcionan nuevas pistas para acceder con mayor profundidad a un conocimiento de nosotros mismos.

Pensarnos desde estas perspectivas nos ayuda a reconocer las particularidades de la sexualidad femenina como producto de largos tiempos evolutivos que comenzaron hace millones de años.

 

¿Por qué somos sexuales?.

A veces nos resulta más difícil encontrar respuestas para cosas que hacemos todos los días sin pensarlo, que para complejas cuestiones filosóficas. El sexo es una de esas cosas cotidianas que, ya sea que lo practiquemos o no, no pensamos en el por qué.

¿Podríamos comparar el sexo con el hambre o la sed?. ¿Son parecidos? Parece que no: hambre, sed y sueño son necesidades indispensables que deben ser satisfechas para conservar la vida. El sexo es diferente, el impulso sexual es bien dominable. El pedal de freno se encuentra en la corteza cerebral. Mucha gente a lo largo de la historia demostró que se podía vivir sin practicar ninguna actividad sexual, e incluso esta abstinencia es vista como una virtud en ciertos ámbitos religiosos.

La sexualidad, entonces, no es necesaria para la conservación del individuo. Sí lo es para la conservación de la especie, ya que los humanos nos reproducimos sexualmente. Pero ¿somos sexuales porque debemos reproducirnos?. Vale la pena recordar que la humanidad se reprodujo por mucho tiempo sin tener noción de la relación entre sexo y procreación. Por lo tanto, aunque la consecuencia de esta actividad pueda ser la reproducción, no somos sexuales sólo para tener hijos.

Si bien cada uno puede asociar con la palabra "sexo", diferentes y variadas imágenes, la mayoría de ellas aluden a las diferencias hembra - macho. De este modo, si bien el término sexo incluye las características anatómicas pareciera que todas sus representaciones simbólicas surgen de dicha anatomía.

Sexo lleva implícito dos sexos, hembra - macho, división ésta que rige en casi todo el reino animal al que pertenecemos los humanos. Y rige en casi y no en todo el reino animal porque en ciertas especies es posible llevar a cabo la reproducción prescindiendo del sexo y del coito. Este sistema de reproducción se denomina partenogénesis.

Es ésto lo que sucede en veinticuatro especies de reptiles y algunos pequeños insectos conjuntamente con otras especies del reino vegetal (bananas, ananás y naranjas sin semilla) que muestran cómo las hembras se reproducen por su cuenta, no necesitando del macho. Las crías, sólo poseen madre, nacen exactamente iguales a la hembra que las reprodujo y tienen el mismo programa genético.

Según los biólogos y zoólogos cuando la clave de la supervivencia se halla en la rapidez de la reproducción, generalmente se prescinde del sexo y se utiliza la partenogénesis. Pero la ausencia de cambios genéticos se puede convertir en un verdadero problema pues si esos seres no se adaptan, la especie se extinguiría por no existir aquellos cambios genéticos necesarios para la supervivencia de las futuras generaciones.

La introducción del macho permite que los genes se mezclen de modo tal que los descendientes serán diferentes a sus progenitores y diferentes entre sí.

¿Por qué dos sexos: machos y hembras?. Si los hombres y las mujeres pudiéramos tener ambos sexos a la vez, o si pudiéramos en pocas horas transformarnos totalmente pasando de un sexo a otro, es probable que nunca hubiésemos desarrollado nuestra mirada seductora, nuestras tácticas para coquetear o nuestra fisiología cerebral, necesaria para el enamoramiento y el apego. Nos convertimos en hombres y mujeres, mezclando nuestros genes.

En general estamos acostumbradas a pensarnos en tiempo cercano, rememoramos acontecimientos del pasado y podemos planear algo sobre nuestro futuro pero es difícil que recordemos que somos un eslabón mas en la escala del tiempo y que en realidad estamos aquí por que muy lejanos antepasados fueron exitosos en reproducirse y transmitir sus genes por incontables generaciones.

En realidad los humanos comenzamos a ser humanos, aproximadamente desde hace un millón y medio de años, producto de cambios evolutivos imperceptibles para el individuo pero elementales para la adaptación de la especie a los cambios que le proponía el ambiente.

Los seres humanos tenemos una naturaleza en común, un conjunto de tendencias y potencialidades, inconscientes compartidas que están inscriptas en nuestro código genético, en nuestro ADN y que han evolucionado porque fueron útiles a nuestros antepasados hace millones de años. Cada pequeña célula de nuestro cuerpo posee un programa completo con las instrucciones genéticas que cada uno necesita, programa que permite a cada organismo ser como es y responder como responde. Nosotros no somos conscientes de esas predisposiciones, pero ellas siguen motivando nuestras acciones.

Desde entonces nuestro material genético no ha variado significativamente y se transmite de generación en generación a través de los tiempos. En ese código genético esta programado nuestro cuerpo con todos sus órganos y por supuesto nuestro pensante cerebro.

Según la biología contemporánea, el "fenotipo" (el cuerpo) es como un recipiente ingenioso y disponible que contiene el componente hereditario relativamente incorruptible, el «genotipo» o genes. El cuerpo no es más que una apariencia y los genes la esencia viva".

Recordemos que las grandes preocupaciones de la naturaleza, tanto para nosotros como para el resto de los seres vivientes, han sido la sobrevivencia y la reproducción, la persistencia de los genes y su posibilidad de viajar de generación en generación. Y ninguna conducta humana afecta mas obviamente la transmisión de genes que el sexo. Donde se unen un óvulo y un espermatozoide, juntando su carga genética para formar un nuevo ser. Por esto los sentimientos y acciones relacionados con el sexo son productos evolutivos elaborados durante milenios, que se manifiestan en nosotros como atracción, deseo, celos y competencia.

Esta es la razón por la cual, los humanos nos comportamos de manera semejante en las cosas relacionadas con el sexo, a pesar de las grandes diferencias culturales que pueden existir.

La cultura esculpe innumerables y diversas tradiciones de nuestro material genético en común y los individuos responden a su entorno y herencia de maneras idiosincrásicas y muy personales, en eso esta nuestra libertad de actuar.

 

El cortejo

"Entre en la fiesta y casi en seguida me encontré mirando de frente al hombre de mi vida, desde ese momento se desencadenó una corriente entre nosotros y todo sucedió de manera tan natural que parecía que nos conocíamos desde siempre."

Si bien cada uno de nosotros utiliza diferentes tácticas para cortejar pareciera que la coreografía esencial del cortejo está inscripta en nuestro psiquismo como resultado del tiempo, la selección y la evolución. Hombres y mujeres, de todas las culturas, en su vida social, en su trabajo, en sus lugares o puntos de reunión, personifican juegos de atracción y seducción que muestran inquietantes semejanzas.

Eibl-Eibesfeldt, etólogo alemán, en 1960, utilizando una cámara oculta de video, estudió cómo se daba el cortejo en diferentes culturas. Descubrió que existe un esquema universal de flirteo entre los humanos, un orden secuencial: la mirada penetrante, el reconocimiento, la conversación, el roce y la fugaz sincronía armoniosa.

Hombres y mujeres miran fijamente a una posible pareja no más de dos o tres segundos, durante los cuales sus pupilas pueden dilatarse, señal de extremo interés. Luego él o ella apartan la vista. Pero esa mirada no pasa inadvertida pues activa nuestra parte cerebral más primitiva, provocando interés o rechazo. Se ha llamado a esto "mirada copulatoria". Y es probable que esta táctica se encuentre inscripta en nuestro psiquismo evolutivo. Los chimpancés y otros primates miran al enemigo para intimidarlo pero también para reconciliarse después de una batalla; también machos y hembras se miran fijamente antes del coito.

Helen Fisher dice que "tal vez sean los ojos - y no el corazón, los genitales o el cerebro - los órganos donde se inicia el romance pues es la mirada penetrante la que provoca la sonrisa humana".

El encuentro de las miradas iniciará la conversación en la cual no importará qué se diga sino cómo se dice, el tono de voz es la radiografía de las características idiosincráticas individuales. Puede interrumpir o continuar el cortejo.

Comenzará luego el contacto, al comienzo como un simple roce - iniciado generalmente por la mujer -. Esta imperiosa necesidad es herencia de nuestros antepasados: los niños pasaban largas horas en brazos y se dormían apoyados en el pecho materno, situación que condicionó a que los seres humanos busquemos de manera constante contactar con la piel de otro.

Entre miradas y leves contactos llegarán al último peldaño del cortejo, a la sincronía física total, a un baile de movimiento corporal en espejo.

Otro aspecto esencial del cortejo es la comida, herencia de nuestros antepasados no humanos. Invitar a comer a la mujer - "el alimento seductor" como se denomina - cumple una importante función reproductora pues con ello los machos prueban su habilidad como cazadores, proveedores y valiosos compañeros de procreación. También los pájaros macho alimentan a la hembra que pretenden: la golondrina macho suele traerle a su amada un pequeño pescado de regalo. En algunas clases de arañas, el macho le acerca a la hembra alguna comida que ésta disfruta mientras copulan.

Algunas tácticas de cortejo masculinas y femeninas son compartidas con otras especies no humanas. La actitud tímida, el ladeo de la cabeza, el pecho hacia adelante y la mirada penetrante, posiblemente formen parte de un repertorio estándar de gestos humanos que, usado en determinados contextos, evolucionó como un código para atraer a la pareja. La mujer sonríe y levanta sus cejas mientras abre bien sus ojos para mirar a quien la observa, baja luego los párpados y baja la cabeza, mirando hacia otro lado. El hombre, arqueando su espalda, echa su pecho hacia adelante del mismo modo que las palomas macho al pavonearse, inflan sus pechos.

"Año tras década tras siglo representamos una y otra vez este antiguo guión: nos pavoneamos, acomodamos las plumas, flirteamos, nos hacemos la corte, nos deslumbramos, nos atrapamos mutuamente. Luego hacemos nido, nos reproducimos, nos somos infieles, y abandonamos el redil. A corto plazo, embriagados de esperanza, flirteamos otra vez. Con eterno optimismo, el animal humano padece de inquietud mientras está en edad de reproducirse y luego, al madurar, él y ella sientan cabeza.

 

Diferentes estrategias sexuales

"Los seres sexuados parecen arbolitos de Navidad, adornados con un arsenal de atributos que les permiten asegurar su supervivencia y su futuro a través de la cópula y la reproducción". Helen Fisher. "Anatomy of Love".

Las estrategias sexuales son soluciones adaptativas a problemas de apareamiento. Todos descendemos de una larga e ininterrumpida línea de antepasados que compitieron exitosamente por compañeros deseables, atrajeron compañeros que eran reproductivamente valiosos, retuvieron compañeros lo suficiente para reproducirse, alejaron a rivales interesados, y resolvieron los problemas que hubieran impedido el éxito reproductivo. Llevamos en nosotros el legado sexual de esas historias exitosas.

Una joven y hermosa modelo en una gran fiesta es presentada al magnate de la empresa multinacional XY, el personaje en cuestión es conocido por su generosidad y su participación en causas pacíficas.

Al conocerse, ambos se sintieron rápidamente atraídos el uno por el otro. Lo que uno tenía el otro buscaba. Los hombres se sienten atraídos por mujeres jóvenes y éstas se sienten seducidas por hombres con poder y prestigio. Ambos se aseguran de este modo el traspaso de sus genes a la próxima generación. Desde una perspectiva evolucionista este hombre y esta mujer contemporáneos cumplen con las eternas reglas del juego de las estrategias reproductivas.

¿Y cuáles son esas reglas?. El estro o celo es un mandato imperativo de reproducción, es una programación biológica e ineludible. Cualquiera que haya convivido con un animal doméstico ha visto qué es un celo. La hembra entra en celo y su olor llama a todos los perros del barrio. Otros animales recorren literalmente kilómetros y kilómetros para encontrarse y acoplarse. A veces es el único momento en que machos y hembras se juntan para algo y puede que todo dure un instante y no se vean nunca más (como es el caso de los hámsters). El macho fecunda e inmediatamente desaparece.

También puede ser que el papel del macho tenga que ser más comprometido para que las crías puedan sobrevivir, tal es el caso nuestro. Machos que "paternan", que invierten y gastan en la crianza de sus crías.

Los hombres y las mujeres hicieron hace millones de años lo que Helen Fischer llamó un contrato sexual. Un intercambio de favores y de exclusividades sexuales y un aporte de recursos económicos masculinos, compartir compañía y afecto y colaborar mutuamente en la crianza.

Sin embargo, las inversiones masculina y femeninas en la crianza y la gestación son diferentes y por lo tanto cada uno desarrollará estilos de cortejo y seducción también diferentes.

"Una de las razones por las cuales las mujeres ejercen elección entre los machos deriva del hecho más básico de la biología reproductiva: la definición de sexo ... Lo que define biológicamente al sexo es simplemente el tamaño de las células sexuales" .

Los machos son los que tienen las células sexuales más chicas y más móviles y las hembras las más grandes y cargadas de nutrientes. La otra diferencia es en la cantidad. Los hombres producen millones de esperma que se renuevan constantemente con un promedio de doce millones de espermatozoides por hora mientras que las mujeres producen una cantidad fija y no renovable de cuatrocientos óvulos para toda su vida. Para la naturaleza los óvulos son caros, el esperma es barato. Esto determina que los costos del apareamiento sean diferentes y por lo tanto las estrategias reproductivas también lo son.

Los machos tienen la orden de desparramar. Las hembras tienen la orden de cuidar. Cuanto más hembras un macho impregne, más hijos podrá tener, mayor su éxito reproductivo. En cambio la hembra puede tener un número limitado de hijos con gran inversión de tiempo y comprometiendo su propio cuerpo. Lo llevará adentro, lo gestará y lo alimentará, si es como nosotras mamífera. Por lo tanto para ser exitosa, para poder reproducirse y criar a sus hijos tendrá que elegir muy bien con quien lo hace.

La inversión de tiempo y de energía de las hembras, en la reproducción y crianza de sus hijos, es muchísimo mayor que la de los machos. El individuo que más invierte es el que pone las condiciones.

Elegir a un compañero activa mecanismos psicológicos que permiten evaluar los atributos relevantes y darle a cada uno el peso apropiado en la totalidad, en el conjunto. Algunos atributos tienen más peso que otros en la decisión final de por qué elegir un hombre en particular y uno de los que más peso tiene para las mujeres es el de los recursos económicos.

Buss, investigando las preferencias de las mujeres para elegir compañero, concluyó que la capacidad económica, el status social, la edad, la cualidad de ambicioso y trabajador son características seleccionadas por las mujeres de todas las culturas investigadas. También las mujeres buscan que el compañero sea confiable, estable, inteligente y compatible; que tenga buena salud y que esté disponible para una relación de amor y de compromiso.

Por su lado, los machos humanos se hallan genéticamente programados para responder sexualmente a mujeres jóvenes, saludables, cíclicamente regulares cuyas características emocionales y físicas no dejen duda alguna sobre su bienestar físico, su fertilidad, y su aptitud para la maternidad. Estos atributos "encienden" a los hombres; por lo tanto, para que cumplan con las premisas reproductivas alcanza con que logren colocar su esperma en hembras jóvenes y sanas.

Los hombres del mundo entero desean mujeres físicamente atractivas, jóvenes y sexualmente fieles que permanezcan junto a ellos hasta su muerte".

Las estrategias sexuales son métodos para lograr objetivos, medios para resolver problemas. Cada sexo ha desarrollado habilidades propias para cumplir con el mandato de reproducirse. No se trata de estrategias conscientes. No pensamos en ellas, simplemente actuamos. Así como la súbita conciencia de sus manos puede impedirle a la pianista la performance, la mayoría de las estrategias sexuales humanas se realizan mejor sin conciencia del actor.

 

Nuestras particularidades ancestrales.

La posibilidad de una sexualidad constante, el copular cada vez que lo desea sólo es posible en la hembra humana. En todas las otras especies vivientes, una sexualidad constante resulta imposible tanto en los machos como en las hembras. ¿Por qué? Porque las hembras en edad de reproducirse sexualmente tienen períodos de celo o estro, fuera de los cuales generalmente rechazan a los machos.

En cambio, las mujeres pueden copular cada vez que tienen ganas, durante todo el ciclo menstrual, durante casi todo el embarazo, y pueden - y frecuentemente lo hacen - retomar el coito tan pronto como se recuperan del parto, meses antes de que el bebé sea destetado. La sexualidad tampoco termina con la menopausia o la vejez. Esto no significa que la libido femenina se mantenga siempre. Pero la hembra humana dejó atrás el período de celo.

Tan magnífico es este extraño rasgo de la disponibilidad sexual constante que debe de haber sido la culminación de varias fuerzas ambientales y reproductivas. Pero, ¿perdieron el celo las mujeres o entraron en celo permanente?.

Lo perdieron. Las mujeres no manifiestan prácticamente ningún signo de ovulación en mitad del ciclo. Poco después de que el óvulo es despedido por el ovario, la mucosidad viscosa del cuello del útero se vuelve más resbaladiza, suave y elástica. Algunas mujeres sienten molestias. Unas pocas tienen leves pérdidas de sangre en ese momento. A otras el cabello se les pone más grasoso, los senos se les vuelven más sensibles o tienen más energía de la usual. La temperatura corporal de la mujer sube más de un grado durante la ovulación y permanece normal o ligeramente superior a lo normal hasta la menstruación siguiente. Y en la medida en que se eleva el voltaje de su cuerpo, toda ella se carga de más electricidad. No obstante todos estos cambios, las mujeres no nos damos cuenta que estamos ovulando ni lo saben los hombres. La ovulación en nosotras es silenciosa.

No todas las primates exhiben genitales inflamados y conspicuos durante el celo. Pero todas sin excepción delatan la ovulación con seductores aromas y persistentes actitudes provocativas y en ese momento solamente buscan aparearse con los machos.

Sin embargo, la mayoría de las mujeres no saben cuándo están en el período fértil. Más aún, muchas deben copular regularmente para quedar embarazadas y tomar precauciones si quieren evitarlo. El momento de la ovulación es un dato oculto.

Si bien las hembras de chimpancé dan prioridad a sus parejas y algunas veces se rehusan a copular con los machos que no les gustan, no pueden ocultar su receptividad ni fingirse cansadas o rechazar a sus candidatos porque sus procesos químicos las impulsan a copular. En cambio, las hembras ancestrales humanas una vez liberadas del flujo hormonal mensual, obtuvieron más control cortical del deseo erótico. Podían copular por una multitud de razones, incluso por poder, despecho o lujuria, por la compañía o por amor. Podían elegir.

 

Sexo y vínculo.

Conjuntamente con la biología, las exigencias sociales, la búsqueda de satisfacción personal y las relaciones que establecemos, presionan para hacer del sexo un tópico muy importante. Dentro de esta problemática situación contemporánea, cada una de nosotras entreteje su propia historia, cargada de afectos, contratiempos y también de alegrías.

Todas las situaciones sexuales - reales o fantaseadas - requieren la presencia de un otro. Se trate de una relación fugaz o de cuarenta años de convivencia, se trate de una relación donde la sexualidad ocupa la parte más importante o donde ésta sólo sea un hecho casual, es, de cualquier modo el vínculo el que determinará la calidad de la relación sexual. Asimismo, es la calidad la que influirá en el mantenimiento o no del vínculo.

Desde el comienzo de los tiempos, ha habido gran descontento entre mujeres y hombres respecto a las relaciones mutuas. Pero éste es sin duda un momento particular. Existe en la actualidad necesidad de buscar nuevas maneras de relacionarse capaces de proveer, la compañía, el placer, el desarrollo personal y la satisfacción sexual a lo largo de la vida pero con el menor dolor y tensión posibles.

Existe también un deseo de encontrar formas nuevas para negociar y resolver las inevitables diferencias y conflictos que aparecen. Cada vez es mayor el conocimiento que tenemos sobre las maneras en que los vínculos y la sexualidad se afectan mutuamente. Ambos tienen una poderosa relación recíproca, de modo tal que lo que sucede entre los miembros de una pareja puede determinar relaciones sexuales placenteras, excitantes y frecuentes o bien siempre aburridas e insatisfactorias.

Llegamos al final del siglo XX con cambios en las relaciones entre hombres y mujeres que no podemos ignorar. La independencia económica femenina no significa tan sólo la posibilidad de ganar dinero sino la posibilidad de elegir una vida autónoma. La democratización de las relaciones entre los sexos nos abre un panorama de mayores libertades pero también de mayores responsabilidades.

Ya dejamos atrás los años sesenta y setenta, años de liberación femenina, de sexualidad libre. Este fin de siglo nos encuentra con un renovado interés en mantener vínculos monogámicos, anhelamos ternura, seguridad y comunicación. Queremos una pareja, pero una es la condición que ponemos: conservar nuestra individualidad, nuestro espacio respetando el del otro.

 

Sentimientos.

Por otro lado y para contribuír a toda esta dificultad, la sexualidad es una cuestión absolutamente relacionada con nuestros sentimientos y los sentimientos femeninos que se ponen en juego en la escena sexual son poderosos y a la vez diferentes que los sentimientos masculinos.

Indudablemente el cuerpo femenino, en su circulación sexual, requiere un cuidado totalmente diferente que el cuerpo masculino. Lo primero perceptible en este sentido es que las mujeres podemos quedar embarazadas y tener un hijo con sólo tener una relación sexual, una sola. Esto determina de por sí, que el cuerpo femenino sea un lugar a cuidar, un lugar a proteger. Un lugar a entregar o a compartir cuando se está segura tanto de los sentimientos que animan al otro hacia una como de los sentimientos propios. Por lo tanto la escena sexual femenina siempre ha sido vista como cargada de sentimientos y así lo es.

Los sentimientos femeninos de necesidad de un vínculo positivo, de sentirse segura, cuidada, amparada en la relación son absolutamente necesarios. Aun para la premisa más básica de la reproducción, una hembra tiene que asegurarse que alguien va a cuidar con ella esa vida que está gestando.

No todas las veces que hacemos el amor pensamos en reproducirnos pero sí es necesario tener en cuenta cuáles son las grandes programaciones que la naturaleza va a favorecer en todo el tema relacionado con la sexualidad. Una de las instancias favorecidas es la de conseguir un compañero estable. Esto hace que muchas veces la relación sexual para las mujeres vaya unida a la idea de la relación de pareja.

"Recordemos que el crecimiento del embrión tiene lugar en la matriz femenina con el consecuente compromiso invariable de nueve meses de gestación, y un año o más de lactancia a posteriori, no es de extrañar que de alguna manera las mujeres se hayan mostrado más reacias a copular que los hombres o de alguna forma hayan sido y sean más estrictas en sus elecciones" .

 

Sexo y Cuento

Lo que cada mujer se dice sobre sí misma y sobre el sexo condiciona lo que le sucede en este aspecto.

La historia personal se estructura como un cuento. Un relato particular con el que cada una se define en un momento también particular. Y aunque lo que actuamos y pensamos en términos sexuales está muy determinado por la cultura a la que pertenecemos y es esa misma cultura la que lo hace posible, siempre nos queda un amplio espacio para expresar nuestras particularidades. La historia de cada una está compuesta de elementos que se cosecharon en la infancia, la historia de las primeras caricias, los mimos maternales, la seducción paterna cariñosa, la seguridad que se adquiere al sentirse querida.

Todo ésto está presente, entretejido con escenas adolescentes, donde la poción mágica preparada en base a simpáticas y estimuladoras hormonas propias y soñadores ojos masculinos nos ponía el corazón de rodillas. Pocas cosas embriagadoramente tan sexuales como la pasión adolescente. Basta remitirse a los primeros besos para recordar esa sensación quemante que es capaz de derretir los sesos. Son muchos los adultos que buscan volver a sentir el mismo ardor de aquellos años.

También forman parte del cuento las experiencias de estar en pareja, enamorarse y comprometerse o no en el afecto. Las veces que se nos amó nos compensan de aquéllas otras en las cuales la preferida era otra. En cada cuento perduran las buenas y las malas experiencias y a veces y aun sin proponérnoslo, nos es difícil alejarnos de un círculo de repeticiones dolorosas.

Para algunas el cuento es tan íntimo que, en realidad nunca se lo han contado a nadie. Diferente en este sentido a la historia sexual masculina, la femenina parece condenada al silencio. Las mujeres raramente nos jactamos de nuestros éxitos sexuales, es muy probable que seamos amigas muy próximas durante años sin que hayamos hablado nunca de la capacidad orgásmica de cada una.

Por otro lado, la experiencia de la sexología clínica de estos últimos veinte años, nos indica que es mucho menor el número de mujeres que consulta por problemas sexuales propios que el número de hombres que sí consultan. Esto nos hace pensar que los problemas se viven más silenciosamente o que no se consideran problemas - ya que sabemos por ejemplo, que un número importante de mujeres no tiene orgasmos o que somos más proclives las mujeres a perder el interés sexual.

Tal como vimos, nuestra capacidad sexual y toda nuestra conducta sexual, tiene como límite lo que somos nosotros como cuerpo, tiene como límite la biología. En el sentido de que ninguna de las cosas que nos pasan sexualmente son diferentes a las que le suceden al resto de los humanos.

Sin embargo no todo lo que pasa está determinado por el cuerpo. Hay un sexo más allá del cuerpo constituído por todos los pensamientos, todas las reflexiones y todas las acciones que de alguna manera hacemos teniendo en cuenta nuestros roles sexuales, el sexo que adquirimos por crianza, el sexo que se nos adjudica socialmente a partir de nuestra diferencia genital.

Todo esto es lo que constituye nuestro género, nuestro sexo social. El género acompaña al cuerpo, se pone en funcionamiento cuando mantenemos relaciones sexuales, o cuando nos acercamos a alguien para seducir. O cuando nos acercamos a alguien justamente para mantener una diferencia, para no ser sexuales con ese alguien. En ese sentido, todos nuestros comportamientos están dictaminados por nuestra cultura, incluso diferentes culturas tienen, en algunos aspectos, matices distintos de cómo deben comportarse los sexos.

La posibilidad de conversar con otras mujeres como así también el informarnos nos permite a cada una de nosotras construír historias alternativas, historias abiertas que se entretejen con las ya vividas, generando nuevas vivencias y posibilidades.

 

 

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