Sobrevivir bajo el velo*
Las mujeres de Irán reafirman su presencia en la sociedad forzando los límites del sistema
De "desobediencia civil" califica el intelectual Esatolá Sajavi la actitud de las mujeres iraníes hacia la vestimenta islámica que les impone la rígida interpretación religiosa de sus dirigentes. El Corán dice que tanto hombres como mujeres deben vestir con modestia. El chador, esa pieza de tela negra que cubre a las mujeres de la cabeza a los pies y que ha estereotipado la imagen de las iraníes, es fruto de la tradición shií, rama del islam mayoritaria en Irán. Las autoridades ya no exigen el chador como única cobertura permisible en público. Guardapolvo y pañuelo a la cabeza se han impuesto entre las mujeres urbanas, las profesionales y las más jóvenes. Aun así, crece la resistencia.
Desde la llegada al poder del presidente reformista Mohamed Jatamí, los guardapolvos se han acortado, los pañuelos se colocan con estudiado descuido para dejar ver los flequillos y ha aumentado el espectro cromático, otrora casi limitado al negro. Incluso hay jovencitas que osan pasearse con sandalias sin medias ni calcetines debajo. "Hace un año, por ir mal tapadas, la policía podía llegar a detener a 10 mujeres en media hora en el norte de Teherán (la zona más acomodada y moderna de la capital). Hoy eso es imposible: Tendrían que detener a todas", constata un residente extranjero sorprendido por el cambio. "Es sólo un signo, pero es nuestra forma de revelarnos", asegura, confirmando las palabras de Sajavi, una joven universitaria que pasea por el parque Mellat.
Trabajo
Departamento de prensa extranjera del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica, un día laborable a media mañana. Las señoras Mahmudí y Sharifi se afanan con papeles de un lado para otro. La Administración no las discrimina en apariencia de sus compañeros varones, aunque hay campos vedados. Como es usual en los países islámicos, tienen limitado el acceso a la carrera judicial. La diplomacia también es aún coto masculino. Pero hay médicas, profesoras, locutoras de radio, presentadoras de televisión, actrices, dependientas, fotógrafas, periodistas, e incluso funcionarias de aduanas.
"Es muy cansador porque trabajamos de ocho a cinco y además tenemos el trabajo de casa", se lamenta Mahmudí, que tiene la suerte de poder dejar con su madre a su hijo de dos años. La presencia de las iraníes en el mundo laboral tal vez no alcance todavía los niveles del norte de Europa o de Estados Unidos, pero supera con mucho a los países de su entorno. Y va aumentar. "El número de graduadas universitarias ha igualado al de hombres, e incluso con mejores resultados", asegura el diputado conservador Mohamed Yavad Lariyani. Carecen, sin embargo, de la ayuda de sus maridos en las tareas del hogar.
Ocio
Galería comercial de Golestán, en el barrio teheraní de Shahrak-e Qods, una tarde cualquiera, a eso de las ocho. Los pasillos están llenos de mujeres "mirando escaparates". Su interés por la moda o su gusto por ir de compras en nada las diferencian de españolas o japonesas. Pero donde las iraníes tienen un reducto único y especial es en las peluquerías. Al abrigo de eventuales miradas indiscretas, los salones de peluquería no tienen ventanas a la calle ni letreros que delaten su ubicación. El pelo femenino ni siquiera puede verse en los anuncios de champú. Contra lo que podría esperarse de personas obligadas a esconderlas en público, las iraníes cuidan con mimo sus cabelleras. Permanentes, mechas, moldeados e incluso tintes de colores atrevidos tienen el mismo éxito que en cualquier parte. Y en ese club exclusivamente femenino -no hay, obviamente, peluqueros de señoras-, chadores, guardapolvos y pañuelos quedan en el ropero de la entrada y se abre un mundo de confidencias y pequeños secretos.
Aunque fuera de los grandes núcleos urbanos los restaurantes suelen disponer de zonas separadas para las familias o grupos en los que haya presencia femenina, en las ciudades éstas acuden a comer o a cenar sin mayor incomodidad que no poder quitarse el guardapolvo y el pañuelo ni siquiera en pleno verano. Y hace calor en Irán. Con todo, una de las actividades favoritas para el tiempo libre es pasear por los parques. Al igual que en otras ciudades, grupos de amigas, matrimonios, madres con niños, familias enteras, invaden cada tarde los jardines de Mellat, Lalé o Yamsidié, en Teherán. Charlan, pasean o juegan al ping pong sin que el chador se les descoloque ni un ápice.
Las mujeres no pueden presenciar en directo la lucha libre, que es el deporte nacional, ni ir a los estadios para ver un partido de fútbol, baloncesto o cualquier otro deporte. Practicarlos, sin hombres a la vista, es otra cosa.
Deporte
Un viernes cualquiera por la mañana en la telecabina que sube al monte Tochal, al norte de Teherán. Numerosas familias y grupos de jóvenes se disponen a pasar un día al aire libre. Para entonces ya son muchos los que descienden de la cima. Han subido de madrugada para evitar el sol. Botas de montaña, calcetines gruesos, viseras, mochilas y un palo a modo de bastón. Todo normal, excepto que las montañeras deben también en este caso cubrir las formas de su cuerpo con un guardapolvo y bajo sus gorros sobresalen los pañuelos con los que están obligadas a cubrir su cabello.
"Subir al monte no cuesta dinero", explica Hamide, consciente de que otros deportes, como montar a caballo, el golf o la equitación, no están al alcance de todos los bolsillos. Uno de los logros de las feministas islámicas ha sido la bendición del clero a la práctica deportiva siempre que se realice con respeto a los valores islámicos. Los numerosos centros deportivos construidos tras la Revolución Islámica, piscinas cubiertas incluidas, establecen horarios separados para ambos sexos.
Política
Domingo por la mañana en el Parlamento. La diputada y ginecóloga Marzia Uahid Dastyerdi, de riguroso chador, interviene con energía para criticar una actuación gubernamental. Desde los bancos donde se sientan sus compañeros conservadores se escucha "bien dicho", "eso es", "así se habla". De las ocho mujeres presentes en la quinta legislatura, Dastyerdi es una de las más activas.
En el campo reformista destaca Faisé Hachemí, hija del ex presidente Alí Akbar Hachemí Rafsanyani. Considerada una feminista islámica, esta mujer de 35 años fue el segundo diputado más votado en las últimas elecciones legislativas. Casada y con dos hijos, defiende que ni en el islam ni en la Constitución iraní hay impedimento alguno para que una mujer llegue a presidir el país.
Y una curiosidad: Un récord de narices
"Quieren estar más guapas", asegura el doctor Fatihí cuando se le pregunta por la fiebre de operaciones de nariz entre las iraníes. Con 15 años de experiencia, este cirujano, especializado en otorrinolaringología y rinoplastia, admite que el índice de narices retocadas en Irán debe de ser el más alto del mundo. "No tengo estadísticas, pero estimo que sólo en Teherán se realizan 15.000 intervenciones de este tipo al año", asegura Fatihí, quien se sitúa entre los 10 mejores especialistas del país. Opera cinco días en un hospital y uno en su consulta. "Unas 40 ó 50 operaciones al mes", admite.
La sala de espera está llena. Junto a dos jovencitas con aspecto de niñas bien y el pañuelo dejando ver grandes mechones de pelo, una mujer de riguroso chador y su barbudo acompañante ojean las fotos del antes y el después de numerosas narices operadas.
"No influye la condición social, las muchachas ahorran para pagarse la operación", explica M., cuyas dos hijas veinteañeras han pasado por las manos de Fatihí. Las 150.000 pesetas que viene a costar el retoque pueden ser una ganga en Europa, pero constituyen una fortuna en un país donde los sueldos normales rondan las 30.000 pesetas. "La mayoría son jóvenes de 18 a 25 años, pero también hay señoras maduras y varones, incluso extranjeros", se enorgullece Fatihí. Claro, que en el caso de los hombres, un 20% de sus pacientes, las causas para tumbarse en la camilla son "desviación nasal, roturas ocasionadas por deportes o tamaños demasiado grandes". "Es distinto de otras intervenciones. Aquí se unen el arte y la técnica", aclara, mientras se enfunda los guantes para seguir su trabajo. Tumbada en la camilla, Kamnuch, de 19 años. Antes de que haga efecto la sedación, confiesa : "Mi nariz es fea". Afuera esperan su madre y su novio.
*Extraído del periódico español El Pais (06-07-98)