LA DESPROGRAMACIÓN. Una firme esperanza.

Hay algo que no me gustaría dejar de escribir dentro de todo lo que me sucedió; algo que me arde por dentro, y que de inmediato redactaré.

Me arde por dentro decir que es posible invertir totalmente el proceso de manipulación de un grupo o persona sobre un individuo. Es posible volver a ser no sólo el que eras, sino aún mejor. Es posible, aunque es difícil, salir de cualquier grupo coercitivo. Y aún añadiré más: es posible y muy probable que quien logró salir de uno de estos grupos se convierta en una esperanza firme para todos aquellos que permanecen dentro y piensan salirse (sólo tienen la duda de qué será de ellos si abandonan). Los que nos salimos somos el grito fuerte de que no basta conformarse cuando te das cuenta que allí donde estás te están manipulando. ¡Es posible! ¡Hay esperanzas!

Y como no me gusta decir las cosas sin atenerme a razones, voy a contarles las razón de tanta esperanza: escribo con mi vida. He salido, tengo una vida nueva y mejor que nunca. Yo que era alguien normal, ni débil ni fuerte, fui captado y he logrado salir. Ni me da vergüenza reconocer que me captaron, ni me siento héroe por haber salido; más bien el deseo de que todas estas líneas ayuden al mayor número posible de personas.

¿El secreto? No hay secretos; sólo una cosa: ES POSIBLE PARA TODO EL QUE QUIERE. No es cuestión de capacidades, porque entonces unos podrían y otros no; es cuestión de voluntad, de desarrollar esa voluntad que un día comenzaron a robar. Algún padre o madre me dirá: "Mi hijo/a por más que se lo decimos, no logramos convencerle de que abandone el grupo donde está". Yo les diría, ayúdenle a fortalecer su voluntad; después, con muy poca, será posible iniciar el proceso de retorno a lo que era.

Cuando me di cuenta de dónde estaba (observé el daño mental en muchos miembros después de un tiempo en el grupo), también me percaté de que no podía salir de inmediato. Era una sensación algo así como de un preso que piensa escaparse y ha de organizar su fuga. Primero, te das cuenta de dónde estás y tomas la decisión de salir. Segundo, organizas un plan de salida, donde sigues viviendo todo con absoluta normalidad. Tercero y último, cuando tú mejor estás y ellos más se fían, abandonas.

No digo que todo el mundo tarde lo mismo que yo tardé, pero les cuento cómo fue. Desde mi decisión de fuga hasta su realización fue un trámite de dos años, con varios intentos. La primera vez me di cuenta que tenía miedo, que no era feliz pero hablaba de felicidad e intentaba convencer a otros de esto. Pensé en evadirme sin avisar; pero recordé algo que comentó el líder sobre otra persona que así lo hizo, y cómo fuero a buscarle y le regañaron. Aquí fue cuando aprendía que un momento es el de la decisión y otro el de la determinación, y que no había calculado las consecuencias. Fueron días muy duros, porque aprovechaba cualquier hueco libre para determinar mi salida. Además vivíamos muy lejos de mi casa natal.

Después de aquello el intento de adaptación, de asumir algo que no aceptas contra tu voluntad era demasiado duro, incluso cruel para asumirlo. Vi que no era el único; había otros como yo. El grupo creía que me tenían; pero mi mente tenía un proyecto, un plan de escape. Era cuestión de paciencia y astucia a la vez; armas que aprendí a usar con ellos para conseguir adeptos y que ahora debía usar para salir de ellos.

Observé también que muchos compañeros después de abandonar, o días antes, terminaban mentalmente dañados. No deseaba que esto me pasase. Cuando decían que se iban, con toda inocencia, comenzaba por parte del grupo la no aceptación y el rechazo de todos. Después descubrí la cantidad de mentiras que se contaban sobre ellos. Algunos desaparecieron y no se supo más: ¿qué fue de ellos? Y los que terminaron bien, eran considerados enemigos del grupo. Observé que el estado psicológico que se producía en los que decían salirse era debido, entre otras cosas, al gran número de dificultades que le ponía el grupo para salirse. Finalmente me di cuenta que no se nos permitía hablar con aquellos que querían abandonar, porque eran considerados "peligrosos" para nuestra fe.

Pasaba el tiempo, e interiormente estaba cada día más crítico de cara a ellos. Pensé en encontrar apoyo en la Iglesia Católica; pero sabía que sería difícil, debido a que ellos son un grupo católico en algunas diócesis. Esta criticidad aumentó considerablemente al ver compañeros que entraron conmigo, y que terminaron psicológicamente dañados por la gran cantidad de ideas que recibíamos y el contraste entre estas ideas. Hablando con un señor muy allegado a las cúpulas del Vaticano me comentó que había dudas al respecto de este grupo dentro de la Iglesia Católica. Y que desde Roma les tenían bastante vigilados. Al contrario de lo que nos decía el líder, que de inmediato la Iglesia aprobaría el grupo como válido.

Este cúmulo de mentiras, de tapaderas, unido a lo que le había sucedido a mis compañeros despertó con más fuerza en mi la pregunta: ¿Qué me puede suceder si les abandono? Estaba clara una cosa: si en cuatro años con ellos no logré descubrir su auténtico rostro, en dos días no iba a descubrir sus intenciones futuras cuando les diera que me iba. Eso sí, mi deseo de salir se aceleró. Ya no pensaba otra cosa.

Les convencí para que me dejaran ir a una visita médica, pues me encontraba mal de espaldas. Me detectaron hernia de disco, escoliosis y ciática. El doctor me preguntó: ¿cuánto duerme al día? Le contesté: de tres a séis horas. Me respondió: Esto, unido al trabajo que realiza, es lo que le ha provocado todas las dolencias. Tiene además los músculos debilitados. Descanse entre 8-10 horas diarias durante dos meses, para recuperarse. Por supuesto, cuando se lo propuse al grupo se rieron y me contestaron: Eso es pereza. Fue aquí cuando todo me quedó claro. Interiormente dije: "¡ adiós; se acabó !"

Cuando sales es cuando vas descubriendo lo que realmente son; desde dentro tienes la visión de ellos. Pero has de tener cuidado, porque son muy sutiles, y pueden hacerte mucho daño. Hasta los demás llegan a creer que te estás obsesionando. Recuerdo que en la última Semana Santa decidí con mi novia ir a visitar a mi familia, pero a última hora le dije que mejor nos quedábamos en casa y no viajábamos, porque temía que podían aparecerse por allí. Ella me dijo que me estaba obsesionando, que me tomase las cosas con tranquilidad; pero que si así lo prefería, nos quedábamos. Poco después, ya en Semana Santa, recibo un mensaje de mi hermano: habían ido a buscarme con un coche hasta la población de mis padres, y estuvieron hablando con mi hermano. Yo ya le había avisado del hecho, y supo atenderles. ¿Qué habría sucedido de haber estado allí? No lo sé; pero sí sé que afortunadamente no sucedió nada, porque me adelante a ellos.

Descubrirá, al salir, quiénes son los que de verdad te apoyan, y en los que debes apoyarte. Aunque sólo sean 1 ó 2, no busques más; el resto te sobran, y no se merecen ni un minuto. No sólo te sobran sino que te estorban. Sólo aquellos que no te piden explicaciones, que no son curiosos, y que siguen contigo como si nada hubiese pasado, son las personas con las que has de contar. Y si alguien te pidiese comprensión, ha de saber que recién salido, tú no estás para comprender a nadie ni para escuchar problemas sino sólo para ser comprendido (ya tendrás tiempo de comprender, escuchar, ...). Quien realmente te quiere, te lo demostrará sabiéndote esperar o ayudándote a sacar de tu mente toda esa basura que el grupo te arrojó. Sobre todo guárdate de los curiosos; son muy dañinos.

De todas formas, pase lo que pase, cuando sales tu vida ha dado un nuevo comienzo, un ascenso hacia arriba, hacia la libertad, hacia el dejar las teorías y vivir la realidad.

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