En este nuestro cuarto cocido colectivo hemos podido constatar como, poco a poco, se han ido estableciendo una serie de pautas o patrones de comportamiento que con el tiempo esperamos elevar al folclórico rango de tradiciones. La primera de estas pautas corresponde al bar "La Roca", nuestro lugar de convocatoria, ese hogar adoptivo a donde los comensales vamos llegando poco a poco, entre saludos a los recién llegados y chanzas sobre los que han excusado su presencia a última hora; todo ello regado convenientemente con un número de cervezas proporcionales al tiempo de espera.
Para continuar con las tradiciones, se hizo una pasada por el bar de Hilario, que nos sirve para reagruparnos y poder ir todos juntitos a la Venta de la Colilla. Total, ya estábamos agrupados en La Roca y todos sabemos llegar, pero siempre se pone la misma tonta excusa, que por otra parte nadie discute.
Llegados a la Venta de la Colilla, y a pesar de tener mesa reservada, tuvimos que esperar otro ratito en el mostrador tomando unas cervecitas para hacer tiempo. Esto debe ser costumbre de la casa, seguramente para ir abriendo el apetito, hasta que un somero silbido del maitre nos indica que podemos pasar al comedor.
Para que la sensación de ambiente rústico que ya de por sí tiene el local sea completa, la casa permite que los comensales participemos en las tareas de servicio. Platos, cubiertos, vasos, jarras y servilletas se entrecruzan sobre la mesa; todos pugnan por colaborar y servir al compañero, aunque no se deje. Indudablemente, esto predispone a la camaradería y al jolgorio, que ya venían predispuestos con las cervezas. También provoca, como no, pequeños accidentes: salpicaduras de fluidos diversos -indelebles mezclas de grasas y alcoholes- en camisas y pantalones, garbanzos voladores que escapan hacia mesas vecinas, etc, etc.
El ambiente se relaja ostensiblemente al final de la comida, en ese momento cumbre en el que nuestros cuerpos sentados pasan de estar inclinados hacia la mesa, en posición de ataque, a recostarse pesadamente sobre el respaldo, en ángulos cada vez más abiertos, y resoplando rítmicamente al compás de la digestión, en espera del café salvador. La comitiva sale al exterior en busca de oxígeno.
Como colofón a tan magno evento se completa la tarde con el preceptivo copeo, que a decir de los expertos en dietética y nutrición más incompetentes favorece la digestión; ello nos permitió conocer cómo debe sentirse una lavadora en pleno centrifugado, o según otras versiones, cómo debe sentirse una hormigonera en plena faena.