SGI NEWSLETTER

publicado por

SOKA GAKKAI INTERNACIONAL

 

No 2531

Lunes, 30 de noviembre de 1998

Ensayo del presidente Ikeda

 

RECUERDO DE MIS ENCUENTROS CON

DESTACADAS PERSONALIDADES DEL MUNDO

 

--Parte III--

 

[17] Elsie Tu, defensora del pueblo

 

En Hong Kong vive una bodhisattva. Tiene ochenta y cinco años y es inglesa. "Hace casi medio siglo que vivo en Hong Kong", afirma, "y ni una sola vez pensé en marcharme. Mi único pensamiento, todos estos años, ha sido servir al pueblo chino en este lugar". En sus palabras sencillas y libres de afectación se pone de manifiesto su personalidad. Posee la tenacidad de la persona que ha decidido vivir toda la vida en un país extranjero y morir allí.

Nos conocimos en la Biblioteca Pública del Concejo Urbano de Hong Kong, en enero de 1974. La señora Tu era, en esa época, concejala urbana; como edil representante, manifestó su beneplácito por la donación de 4500 libros que había hecho la Soka Gakkai a la biblioteca. Me impactó como una dama digna y cálida; detrás de sus gafas, sus ojos azules refulgían afablemene. No podía creer que esa mujer refinada y elegante fuese la famosa concejala heroína, capaz de hacer frente a las pandillas criminales de Hong Kong y a la policía corrupta.

Todos se sorprenden al conocer lo que esta mujer ha logrado. En el pasado, el soborno y la corrupción eran moneda corriente en Hong Kong. Por ejemplo, nadie podía tener un puesto callejero al aire libre sin pagar sobornos a la mafia china, una parte de los cuales iba a parar a manos de la policía. Con la ayuda de un amigo, la señora Tu pudo fotografiar a un hampón cobrando sobornos mientras la policía presenciaba el hecho. Hizo publicar la foto como prueba de corrupción.

El pueblo de Hong Kong aplaudió lo que hizo; aplaudió hasta que le ardieron las palmas de las manos. Pero lo que sorprendió a sus amigos fue la forma en que ella había arriesgado la vida. La reprendieron por la temeridad y falta de prudencia que había exhibido en bien de los demás, y le dijeron que, de no haber sido extranjera, no seguiría con vida.

La señora Tu no salió totalmente indemne, ya que sus enemigos orquestaron un ardid para manchar su reputación. En determinado momento de los años sesenta, durante un período de inestabilidad social que imperó en Hong Kong, la acusaron de haber instigado las manifestaciones contrarias al gobierno. A decir verdad, fue todo lo contrario: ella había intentado calmar y serenar a un grupo de jóvenes manifestantes.

Algunos ciudadanos de Hong Kong dicen que es una curiosa extranjera, porque se preocupa más por los chinos que ellos mismos.

La señora Tu nació en un pueblo de minas carboníferas, situado al norte de Inglaterra, en 1913. Su padre era conductor de tranvía, y apenas ganaba lo mínimo para mantener a la familia. Vivían cerca de un suburbio pobre, pero el jefe de familia era un hombre de gran riqueza espiritual. Una vez, dijo a su hija que por esas cuestiones de la suerte, ella había podido nacer en un lugar relativamente rico como Inglaterra, gozar de una vida libre del hambre, y recibir educación. Le dijo que debería sentirse agradecida de su buena fortuna, y hacer algo para ayudar a los pobres y a las personas que estaban sufriendo en otras tierras. Otro de los consejos de su padre fue que jamás despreciara a los pobres, y que respetara a todos por igual. La exhortó a ser aliada de los necesitados y a pensar en una forma de serles útil.

Había quedado huérfano a los once años; a esa edad debió abandonar la escuela y comenzar a trabajar. Y por ese motivo, nunca pudo completar sus estudios. Pero, como dice su hija, él sabía perfectamente --acaso más que cualquier académico-- cuáles eran las cuestiones importantes en la vida.

Cuando la señora Tu terminó la universidad, comenzó a trabajar como maestra de escuela primaria y secundaria. Su poderoso deseo de servir a los demás la había hecho inclinarse con fervor al Cristianismo, en sus años de universidad. De modo que, a los treinta y cinco años, partió a la China con su primer esposo, como misionera. Un par de años después de establecerse la República Popular China, se instaló en Hong Kong. Gradualmente, su interés en la obra misionera se fue desplazando hacia la labor educativa y social.

Lo primero que hizo, al llegar a Hong Kong, fue levantar una tienda de campaña en los suburbios pobres, entre las chozas de madera. Allí, dictaba clases a unos treinta niños. Ni siquiera se le podía llamar escuela a su pequeña aula precaria. Lo que ganaba trabajando en otros colegios lo aplicaba al cuidado de los alumnos de esa "escuela de campaña", que hoy tiene mil cuatrocientos estudiantes y es la famosa Escuela Británica Mu Kuang. Aunque la señora Tu desempeña funciones como supervisora, sigue enseñando. La educación, afirma, no es un arte complicado; consiste en tratar a los niños con amabilidad y ternura, y en motivarlos para que tengan interés en aprender por sí mismos.

No es partidaria de decir a los niños lo que no deben hacer; así sólo se consigue que tengan ganas de probar lo prohibido, como ocurre con el hábito de fumar y hasta con las drogas. Lo importante es adoptar una postura positiva cuando uno habla con los niños, y, desde esta perspectiva, darles esperanza y motivación. Lo que más la inquieta de la situación actual es si los jóvenes de verdad poseen esta clase de esperanza. La inquieta profundamente la declinación en la conciencia moral de los adultos y la influencia de una cultura de "consumismo". Y por esas razones, nos dice, tiene tantas expectativas en el movimiento de la SGI.

La invité al Japón en otoño del mismo año en que nos conocimos (1974). Recuerdo con aprecio nuestros diálogos sobre su preocupación por los jóvenes. Durante su estadía, visitó la Universidad Soka y las Escuelas Soka de Segunda Enseñanza.

Es una mujer humilde, así que no habla de sus dificultades, pero cualquiera puede imaginar los problemas y las adversidades que habrá tenido que remontar con los años, como defensora del pueblo. Día tras día, recorría las callecitas alejadas de los barrios pobres de Hong Kong, para escuchar lo que esta gente tenía que decirle. No quería nada para sí misma; no tenía miedo a nada. Su único deseo era ver en el rostro de esas personas una sonrisa de felicidad.

"Presidente Ikeda", me dijo en diciembre de 1983, cuando tuvo la gentileza de asistir al Festival Cultural de la SGI de Hong Kong, "cuanto más ocupada estoy, más sana parezco estar". Le dije que sabía muy bien a qué se refería, y que eso se debía a que su trabajo se basaba en un poderoso sentido de la misión. "Probablemente tenga razón", replicó. "Uno se enferma cuando no tiene nada que hacer. Es bueno vivir con ocupaciones, mientras éstas sean útiles a los demás", dijo dejando ver sus blancos dientes en una cálida sonrisa.

Cuando cortó la cinta inaugural junto conmigo, en la "Exhibición Internacional de Dibujos Infantiles" que organizamos en Hong Kong siete años después, en febrero de 1991, sus ojos seguían tan chispeantes y luminosos como siempre. No mostraba señales de envejecimiento... Mientras miraba los expresivos cuadros de los niños, tan puros y bellos, observó que sólo los adultos van a la guerra. No hay guerra en el corazón de los niños. Los dibujos le hacían preguntarse --me contó-- qué legado podíamos dejar a esta nueva generación de niños.

El padre de la señora Tu se vio expuesto al gas venenoso durante la Primera Guerra Mundial. Desde niña, tuvo una firme convicción en la paz. No ha tenido hijos, pero dice que todos sus alumnos son hijos de su corazón. Hoy, se encuentran dispersos en todo Hong Kong y en el mundo. Un día, un joven le cedió el asiento en el metro y le dijo: "Señora Tu, he sido alumno de usted...". Nos cuenta que esos son los momentos más felices de su vida.

Los niños se dan cuenta de todo. El pueblo, también. Parece fácil engañar a la gente, pero a la larga, se ve que es imposible darles gato por liebre a las personas que viven una existencia honesta y decente. Gente como ésta es la que llama a la señora Tu "la conciencia de Hong Kong" y la "madre de los derechos civiles" de ese lugar.

Ella misma dice que preferiría ser conocida como alguien que ayudó a los demás, y no como una mujer grande o importante. ¡Pero qué vida hermosa ha tenido! ¡Medio siglo de servir al pueblo!

Su existencia es perfecto ejemplo de la lección que ha transmitido a sus alumnos durante años: "Si quieres hallar la felicidad, haz el bien. La vida es una calle de un solo carril, y sin retorno. Por ende, si hay algo que puedas hacer por los demás, da un paso adelante y ofrécete. Si dejas pasar la ocasión, también estarás perdiendo una oportunidad de ser feliz".

 

(Publicado el 4 de octubre de 1998 en el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai.)

 



 
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