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publicado por

SOKA GAKKAI INTERNACIONAL

 

Jueves, 27 de agosto de 1998 No 2449

 

 

Ensayo del presidente Ikeda

 

 

RECUERDOS DE MIS ENCUENTROS

CON DESTACADAS PERSONALIDADES DEL MUNDO

 

--Parte III--

 

[4] Dr. Choue Young Seek, fundador y rector de la Universidad Kyung Hee, de Corea del Sur

 

La gloria conquistada en la guerra

es siempre gloria infernal.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

No repitamos el error jamás.

No nos dejemos engañar

por los discursos falaces.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

La guerra no puede dar la felicidad a nadie.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Si el hombre no pone fin a la guerra,

será la guerra la que ponga fin a la humanidad.

 

(De "El gran coro de la paz", letra de Choue Young Seek.)

 

Corea y el Japón... Dos países distintos, y en ambos, seres humanos enfrentados a un enemigo en común: el militarismo japonés.

En otoño de 1943, el gobierno militar de Japón decidió movilizar a los estudiantes de Corea. Hasta entonces, la península coreana había sido una suerte de plataforma de provisiones para el Japón, útil a sus planes de invadir el territorio chino. Corea ya había sufrido la terrible opresión y explotación de las fuerzas japonesas, pero, entonces, se le exigió un sacrificio final: que enviara a sus hombres jóvenes al frente de guerra japonés.

Era una medida que no se había tomado hasta ese momento, porque muchos japoneses temían que fuese peligroso armar a los coreanos, víctimas de su opresión brutal. Pero como la guerra estaba tomando un cariz adverso, los militares japoneses se vieron obligados a considerar nuevamente la jugada. Algunos líderes japoneses tenían otra preocupación: si todos los estudiantes universitarios nipones morían en la guerra, y sus pares coreanos salvaban la vida, el mundo intelectual de posguerra podía quedar bajo el predominio de Corea...

En otras palabras, los estudiantes coreanos eran sólo carne fresca de cañón.

Mientras tanto, los educadores Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda, máximos directivos de la Soka Gakkai, padecían en la cárcel por su oposición al militarismo japonés y a su violación constante de los derechos humanos más elementales. El señor Makiguchi había denunciado con legítima ira la imposición forzosa del culto sintoísta oficial a toda la población de Corea; no dejó de exponer "la arrogancia del pueblo japonés".

Las calles de Corea se llenaron de carteles que machacaban las consignas bélicas: "¡Estudiantes al frente!", "¡El Emperador convoca al estudiantado coreano!", "¡Es hora de saldar su deuda con el Japón!"... Pero lo cierto es que este último país había tomado a Corea por la fuerza, instalado un gobierno títere, ultrajado la cultura ancestral del pueblo y secuestrado a sus jovencitas inocentes para servir como "consoladoras", es decir, para satisfacer a los reclutas japoneses. ¿Cuál es la deuda que Corea podría tener con el Japón, frente a semejantes atrocidades?

En verdad, era el Japón quien debía muchísimas cosas a su vecino. Numerosos aspectos de su cultura fueron tomados y aprendidos por aquellos, a través del mar. Así es que el Japón tendría que haber hecho todo lo posible para saldar su deuda de gratitud con ese gran maestro de la civilización que fue, para él, el país coreano.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, mi padre pasó un tiempo en Seúl, que en esa época, por órdenes del Japón, se llamaba Keijo. Cuando yo todavía cursaba la escuela primaria, él me contaba el tratamiento espantoso que los japoneses aplicábamos a los coreanos. Y cuando mencionaba el tema, temblaba de furia.

En enero de 1944, se convocó por la fuerza a una tropa de 4500 soldados "voluntarios", estudiantes de la universidad; entre ellos, se contaba el joven Choue Young Seek, de veintidós años. Los enviaron a un batallón de construcciones en la zona de Pyongyang. Una vez allí, el doctor Choue y doscientos compañeros iniciaron una "revolución estudiantil militar" y emprendieron una serie de actividades antijaponesas. Su corazón ardía en pura sed de justicia. Pero las autoridades los descubrieron. Desde ese momento, hasta el día en que el Japón fue derrotado --Día de la Liberación Coreana--, el doctor Choue soportó la pesadilla infernal de la vida en el presidio.

Mientras tanto, el señor Makiguchi ya había muerto tras las rejas, y el señor Toda proseguía su lucha solitaria desde la cárcel.

El destino es algo inescrutable. Si el señor Choue no hubiera sido encarcelado en ese momento, hoy no estaría con vida. El batallón al que él había sido asignado fue hundido en altamar por una aeronave norteamericana, rumbo a las Filipinas.

Años después, mientras se construía la universidad que él había fundado, solía quitarse la ropa y quedarse en camiseta a trabajar la tierra, a plantar árboles y flores, a colocar rocas y adornar el predio para que fuese un lugar maravilloso. Cuando comenzaron las obras en el jardín, él mismo colocó pesadas piedras con sus propias manos. Algunos le dijeron que se cuidara, que podía lastimarse, pero él declaró: "Estoy aquí porque el cielo me ha concedido su protección".

El doctor Choue visitó la Universidad Soka en noviembre de 1997, como invitado de honor, para asistir al festival anual del establecimiento. Su labor por la paz mundial es aclamada en todo el globo. En verdad, fue el doctor Choue quien postuló la idea de que las Naciones Unidas crearan un "Día internacional de la paz" (que se celebra el tercer martes de setiembre, cada año), y un "Año internacional de la paz" (1986). A pesar de su celebridad, es un hombre muy sencillo, cálido y humilde. Es un auténtico pacifista.

Supe que el padre del doctor Choue ejerció gran influencia sobre su vida, y quise saber más. "Recuerdo que un día de verano, en mi adolescencia, mi padre y yo íbamos caminando por la ruta hacia mi casa, cuando nos topamos con una torre de piedras, cerca del río. '¿Qué crees que es?', me preguntó. 'Una torre de piedra', repuse. 'Sí, pero no es una torre cualquiera... Está allí para que nunca te olvides de pensar. Tienes que pensar siempre: «¿Por qué fallé? ¿Cómo puedo evitar el fracaso en el futuro?» Quien siempre se hace esta pregunta podrá triunfar en la vida'".

El padre del doctor Choue se había hecho rico excavando minas en la provincia de Pyonganpukto, al norte de Corea; era un empresario exitoso. Pero, antes de llegar hasta esa posición, había tenido que sufrir dos grandes fracasos en los negocios. Él mismo construyó esa torre de piedra para no olvidar nunca lo que esas experiencias dolorosas le habían dejado como lección.

"Mi padre me enseñó", dice el doctor Choue, "que hay dos clases de fracaso. Puedes actuar por instinto y fallar... o puedes fallar luego de haber pensado seriamente en un curso de acción. Aunque se trata de un fracaso en ambos casos, los resultados son distintos. Es muy importante pensar y ponderar bien las cosas, dedicar tiempo a la reflexión, sin apresurarse".

He conocido muchísimos líderes de primera línea en todo el mundo; puedo decir, por experiencia, que todos tienen algo en común: piensan en el futuro. Puede parecer algo obvio, pero muchísimas personas en cargos de autoridad, realmente, no piensan en lo que vendrá, dejan las cosas libradas a la suerte y lo único que les preocupa es cómo sobrevivir a cada crisis, hasta que sobreviene la próxima. La lección que le enseñó el padre al doctor Choue es, sin duda, un tesoro valioso.

Nadie puede imaginarse el sufrimiento y los abusos que padeció este hombre en manos de los militares japoneses durante su encarcelamiento, en tiempos de guerra. Pero aun allí recordaba el consejo de su padre y se sumergía en una profunda contemplación interior, en busca de esclarecimiento y de verdades intemporales. "¿En qué se ha equivocado la humanidad? ¿Cuál ha sido nuestro error fundamental? ¿Qué tenemos que hacer?", ponderaba el doctor Choue.

A fuerza de hacerse estas preguntas, arribó a una respuesta: Debemos crear una nueva civilización que no sea exclusivamente espiritual ni exclusivamente materialista; una sociedad que combine estos dos aspectos en forma orgánica y creativa. Esta es la idea que acuñó el doctor Choue durante su lucha a muerte o a vida contra el nacionalismo japonés, que negaba los derechos humanos como un concepto inexistente. Vio que la esencia del nacionalismo es la convicción de que el poder otorga derechos; es un orden "bestial" en que los más fuertes devoran a los más débiles. La filosofía del doctor Choue era lo contrario: se basaba en el respeto y en la dignidad humana.

Cuando la guerra terminó, el doctor Choue se embarcó en una larga travesía para difundir los principios básicos del humanocentrismo, su filosofía, y trabajó sin descanso para hacerla realidad. Me dijo: "El Sol, la Luna, los seres humanos... nada existe como entidad aislada. Es imposible conocer la verdadera naturaleza de las cosas, si uno no las contempla en forma orgánica y tridimensional, y no las examina en su relación con el resto de las cosas.

"Todos pertenecemos a un mismo género humano. Vivimos en la época de la aldea global. Así y todo, vemos que los países desarrollan arsenales nucleares y armas químicas, que compran y venden armas. Para llegar a una paz duradera, tenemos que cambiar nuestro sistema de valores. Si hay un cambio en el corazón de las personas y en sus actitudes, todo se transformará, hasta el futuro. Es necesario apartarnos de una economía orientada a la ganancia, y dirigirnos a una democracia más universal, basada en la cultura y en el humanismo, donde cada integrante del género humano sea igual".

Después de la guerra, el país del doctor Choue quedó dividido en dos, al norte y al sur. Pensó profundamente qué camino escoger y, finalmente, decidió instalarse en la mitad meridional.

"Partí de Pyongyang", relata, "y de allí marché a Wonsan; luego, atravesé las montañas Taebaek. Llevaba sólo una brújula en la mano por toda guía, y caminaba siempre hacia el sur. Mi esposa estaba esperando un bebé, así que ella vino después, con mi madre. Pensamos que podría reunirse conmigo a salvo si les decía a las autoridades que llevaba en el vientre el hijo de su marido, que vivía al sur. Pero la detuvieron en el paralelo 38º y la hicieron volver. Afortunadamente, encontró a un amigo que la llevó a refugiarse a la base militar norteamericana de Kaesong. Ellos se pusieron en contacto conmigo, y pude ir a recogerla. Sólo entonces nos pudimos reunir otra vez".

En los últimos años, el doctor Choue y su esposa, la señora Oh Chung Myung, lanzaron una campaña para reunir a diez millones de familias separadas por la partición; en 1985, por primera vez en cuarenta años, se les permitió a los familiares visitarse a través de la frontera.

Un año después de instalarse en el sur, en 1948, el joven doctor Choue, de veintiseis años, escribió un libro titulado Libertad democrática. Vivía en un apartamento de alquiler, y su esposa, con el niño sujeto a las espaldas, laboriosamente transcribió el original en limpio para presentarlo al editor. En este volumen, el doctor Choue sostenía que ni el sistema occidental ni el sistema soviético podían llevar a la prosperidad de todos los hombres. Decía que hacía falta una tercera clase de democracia universal, para que esa finalidad pudiera lograrse. En el amplio y gran corazón del doctor Choue, la "guerra fría" había terminado antes siquiera de empezar.

Pero el conflicto siguió. La Guerra de Corea convirtió la península en un campo de batalla, y causó tanta destrucción, que se dijo que Corea no podría recuperarse en lo que restaba de este siglo. En medio de la tragedia, los sentimientos antibélicos del doctor Choue no hicieron más que acendrarse; comenzó a proponer lo que llamó "la creación de un nuevo mundo civilizado". Él mismo era refugiado de guerra, pero mientras mascaba su potaje de maíz junto a las demás víctimas, decidió ponerse de pie para contribuir a la reconstrucción de su país. Al principio, pensó en dedicarse a la política. Pero, luego, vio que la educación era más importante, que la sociedad sólo podría restaurarse mediante la tarea educativa.

En mayo de 1951, el doctor Choue asumió la conducción de la Universidad Shinhun (precursora del establecimiento que hoy preside) [donde había dictado clases desde su creación, en 1949]. Fue el mismo mes que mi amado maestro, Josei Toda, asumió la segunda presidencia de la Soka Gakkai. Luego, en 1960, trazó un nuevo punto de partida, cuando dio a la universidad un nuevo nombre, Kyung Hee. Fue el mismo año en que yo inicié mi labor como presidente de la Soka Gakkai.

El doctor Choue invirtió toda su riqueza personal y cada palmo de su ser en el desafío de construir un sistema de enseñanza basado en la educación humanística. Vendió las pertenencias que había traído consigo cuando dejó Corea del Norte. Qué duro fue el desafío de la construcción, y qué perseverancia debió poner en juego... Sólo alguien que ha pasado por las penurias de fundar una escuela puede apreciar de verdad lo difícil que es esta tarea.

En sus primeros años, hubo épocas en que la universidad tuvo reales problemas para pagar los sueldos a los profesores. Una vez, antes del día de pago, la señora Oh tuvo que empeñar su cintillo de compromiso para conseguir el dinero que tanta falta les hacía. El encargado de la casa de empeños rechazó el anillo, diciendo que no podía asegurar que el diamante fuese auténtico. A la noche, regresó a su hogar con la cabeza llena de aflicciones, pensando en lo que sucedería a los docentes y a sus familias si no les pagaban al día siguiente. Lloraba tanto que no vio por donde caminaba y se llevó por delante un poste. Todavía tiene la cicatriz en la frente, y la gente dice que es su "medalla de honor".

El hogar de los Choue era viejo, casi irreparable. Si sobraba algo de dinero para renovarlo, el doctor Choue decidía invertirlo en la universidad. Durante muchos años, se negó a tener calefacción central o aire acondicionado en la casa. Cuando tenía que continuar su trabajo allí, en las noches de invierno, se cubría las piernas con una frazada. Su sillón y todos los muebles del hogar eran de gran sencillez. A cambio de eso, él estaba resuelto a hacer de su escuela la más moderna y la mejor que pudiese haber.

Durante la "guerra fría", como defensor de la igualdad de todos los seres humanos, fue tildado de procomunista por el gobierno, y detenido por las autoridades. También corrió peligro de que el Ministerio de Educación le revocara su licencia para presidir una universidad. Pero él se mantuvo firme y decidido en sus convicciones. Mientras tendía puentes de intercambio cultural en el orden privado, alrededor del mundo entero, escribió un libro titulado Nosotros también podemos ser ricos, que influyó en el gobierno y contribuyó a crear el "milagro económico" de Corea del Sur.

También convirtió la Universidad Kyung Hee en un sistema educativo de primer nivel, amplio y unificado, concebido para brindar educación humanística desde el jardín de infantes hasta el nivel superior, y dotado de muchas instituciones subsidiarias. Ha sido un líder clave dentro de la Asociación Internacional de Presidentes de Universidades, y sus aportes a la paz del mundo son impresionantes. Durante décadas, ha trabajado sin descanso por causas humanitarias, como la asistencia médica gratuita a las víctimas coreanas de las bombas atómicas arrojadas en Nagasaki y Hiroshima. Recibió honores en todo el globo por su trabajo, y se lo ha descrito como "el hombre que logró mil hazañas". Cree que uno puede conseguir cualquier cosa, si se esfuerza lo suficiente, y cree que el esfuerzo es un imperativo moral. Vive basado en la convicción de que nosotros, aquí y ahora, estamos creando el futuro de la humanidad.

"Sea cual fuere el obstáculo que tenemos por delante", dice el doctor Choue, "no debemos rendirnos a la desesperación, sino pensar largo y tendido, y entonces avanzar. De eso se trata la existencia como seres humanos. Si no pensamos, si no planeamos, si nos dejamos derrotar por las circunstancias adversas, descendemos al nivel del reino animal".

Prosigue: "Me preocupa nuestra pérdida de humanismo. Hay razones para temer que el siglo XXI pueda convertirse en una era infernal, despojada de toda humanidad, donde sólo queden dos clases de personas: 'cyborgs' de apariencia inteligente pero sin corazón, y 'hombres simios' movidos por meros instintos. Creo que usted y yo, presidente Ikeda, estamos haciendo cuanto está a nuestro alcance, aquí y ahora, para asegurarnos que eso no suceda".

El objetivo del doctor Choue es una sociedad más hermosa y humana. Ha propuesto la idea de un "Segundo Renacimiento" como vía para llegar a esa meta. Sus ideas y acciones poseen una sorprendente afinidad con las de la SGI.

Nuestra venerable vecina, Corea, es cuna de un hombre maravilloso como éste. Esto es, de verdad, causa de una inmensa buena fortuna para el Japón.

El doctor Choue cree que estamos en la era de la Cuenca del Pacífico. El Japón, Corea y la China deben unirse, para formar una comunidad regional cooperativa, como la Unión Europea, dice este educador.

 

Con el más profundo respeto por su labor, compuse el poema "La alborada del nuevo milenio", en honor del doctor Choue. Cuando visitó la Universidad Soka, escribió: "Amigo mío de mil años, encaucemos el curso de la humanidad en el siglo XXI".

No hay fronteras en el mundo de la educación. En nuestro festival estudiantil de la Universidad Soka, estudiantes coreanos y japoneses entonaron, en su idioma original, la letra del "Canto de Paz" compuesto por el doctor Choue.

 

En la aldea global, somos una sola familia.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

El amor puede hacer que seres desconocidos

formen una entrañable familia;

el odio es capaz de enfrentar a los hermanos

y volverlos enemigos.

. . . . . . . . . . . . . . . .

La paz nunca puede lograrse mediante la conquista.

Nunca, jamás.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Pongámonos todos de pie y cantemos,

cantemos juntos, de pie y unidos,

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Con las manos en alto, hagamos una promesa:

tú y yo, juntos, construiremos la paz en la Tierra.

 

En las figuras de los jóvenes que danzaban y cantaban, con voces brillantes y colmadas de anhelos, no había la menor traza de nacionalismo. Resplandecían, no como japoneses o coreanos, sino como seres humanos. Y pensé, en ese momento: "Ojalá que mi padre estuviera aquí para verlo".

 

(Publicado el 26 de abril de 1998 en el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai.)



 
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