Advertencia
No me llamo Lautaro Riolobos, y ésta no es mi historia.
No tengo la intención ni la necesidad de contarla. Lo que sí quiero explicar es qué tengo que ver yo con lo que sigue; para ello me tomaré la libertad de seguir hablando en primera persona (y aprovecharé la ocasión para derrochar mi ironía mordaz y desenfadada) durante unos pocos parrafitos más. O mejor no.
Cuando Riolobos terminó psicología se dedicó a la docencia, porque ejercer la profesión de forma ortodoxa le parecía inmoral y no se le ocurría otra. Después de muchos años, por fin logró realizarse en lo profesional: es barman. Lo cual explica que en este libro la historia, e incluso el idioma, estén impregnados de alcohol (y un poco de ironía mordaz y desenfadada).
En Alta Gracia, en su Córdoba natal, una vez plantó un árbol. En Buenos Aires, su ciudad adoptiva, tuvo un hijo. Cuando llegó a Madrid (a desmadrarse, pero habíamos quedado en que ésta no era su historia) se dijo Laucha, ya sabés lo que tenés que hacer.
Huelga decir que Lautaro no tiene la menor aspiración a publicar estas páginas, y que seguirá llamándolas libro aunque un conocido editor insista en llamarlas novela, para hacerlo cambiar de idea.
Este libro no lo escribió para mirar atrás y revolcarse en sus peores pesadillas, sino para ahogarlas en un poco del esmowing que le han ido contagiando los sueños de otros, cuyos demonios ni siquiera tienen pantalones largos.
Escribe sobre veinteañeros porque los envidia; no sólo se fueron porque quisieron, sino que además pueden darse el lujo de ser egoístas. Escribe sobre cuatro egoístas porque ellos tampoco se creyeron el aviso de Gancia y, como él, salieron a buscarse una vida de verdad. Todavía están en eso.
En este libro, como en el tango, todo es mentira. O por lo menos gran parte. Hay que tener en cuenta que Lautaro sólo conoce personalmente a Santiago y a Martín, y eso tan bien como uno se deja conocer en la realidad. De hecho, prefiere imaginar a los demás personajes que llegar a conocerlos: de ellos sabe lo que Martín y Santiago le han ido contando, lo que recuerda de lo que ellos no olvidan. Lo demás es pura psicología. O puro verso, que para Laucha viene a ser lo mismo. Todo lo que Martín y Santiago olvidaron, todo lo que ignoran, todo lo que callan, se reconstruyó a golpes de conjetura, pieza por pieza, desde distintos ángulos.
Por eso hay un solo prólogo y cuatro comienzos; cuatro finales y un solo epílogo. En invierno este libro puede leerse de un tirón; se acaba antes que cualquier gripe. En verano, época en que se aconsejan las lecturas ligeras y a la sombra, puede leerse un capítulo de cada cuatro, según el personaje que le caiga a uno en gracia. Y si hace mucho calor también puede no leerse en absoluto y simplemente hojearse, como un viejo álbum de fotos.