La última tertulia
Las palabras son hechos (Wittgenstein)
Hoy es para mí la última tertulia. Al cabo de dos años de religiosa asistencia a nuestras reuniones literarias quincenales siento que
Quise que esta tertulia se celebrara en mi casa porque
Si durante estos meses no falté nunca a una tertulia fue por
No. No puedo despedirme así. No tendría perdón.
Hoy he perdido la fe en la palabra. Supongo que ese motivo bastará para explicar mi decisión de no volver a participar en esta tertulia.
Yo, que apenas ayer no podía concebir un mundo sin palabras, llevo veinte páginas escritas tratando de poner a salvo del tiempo lo que pasó ayer, y ninguna alcanza a conmoverme con la fuerza de una caricia, ni basta para hacerle justicia a un solo gesto, a un solo rasgo.
Yo, que atribuía a la palabra pronunciada el peso descomunal de la verdad, fui víctima de una farsa en la que sólo mediaron dos palabras. La palabra ya no me sirve. No quiero escribir más, no quiero hablar más, no quiero oír una palabra más.
La palabra no me ayuda. Por creer en ella pensé que todos nosotros -al menos nosotros dos- le dábamos el mismo valor, la empleábamos con el mismo rigor. Pero entre los aquí presentes alguien, aprovechándose de la falsa premisa, anoche vino a casa y me dijo te quiero. El silencio -tus labios que desde que llegaste no se atreven a abrirse- ha hecho de la frase el peor de los insultos. Ay de mí, cauto orador que la calló siendo verdad y la creyó de tu boca. Ay del necio lexicólogo que te hizo el amor cuando sólo querías coger.
Lo que pasó no habrá pasado en realidad hasta que no haya sido narrado, hasta que no haya terminado de decirlo en voz alta. Pido un último favor a mis oyentes: necesito testigos. Tengo que relatarlo. Pero cómo empezar cuando de un solo golpe hiciste de la palabra el objeto más contundente, mintiendo con la misma lengua con que
Porque ya no se trata de que anoche, a salvo tras el alcohol, me hayas dicho te quiero, acaso la única frase prohibida en el polvo sin complicaciones que resulté ser para vos. Podrías seguirme la corriente, como si todo fuera una broma, y cuando yo termine de leer este texto limitarte a decir "¡Mirá quién habla de jugar con las palabras..!".
Al fin y al cabo, podría ser pura casualidad que ninguno de los dos ocupe esta noche el sofá que casi en silencio desvencijaron hace unas horas dos animales que se nos parecían demasiado.