Flores de cardo

La literatura permite interpretar situaciones de angustia,
que si bien no son universales, tampoco son exclusivas.
    Centró en la mira su presa. El ciervo, que presentía el peligro, tensó los músculos,  pero la bala ya laceraba su carne como un hilo de fuego. 
    El cazador retiró del bolsillo un cortaplumas e hizo, con el lado agudo, una pequeña muesca en la  culata para registro de su nueva conquista.   
    Se aproximó a su víctima. Los cuernos estaban semienterrados en el barro. La boca del animal se abría y cerraba con expresivo dolor. Agonizaba.
    Apuntó con el rifle a la cabeza del animal.  El sufrimiento le parecía tan inútil como  la compasión.  Luego de unos momentos se arrepintió y guardó el arma, para no arruinar el trofeo prometido a un viejo amigo. Era preferible volver en un par de horas. Para  entonces el ciervo  estaría muerto. 
    Faltaban pocas horas para terminar la tarde, cuando regresó junto a su captura para cumplir el plan. Notó, que tanto párpados como ojos, habían sido depredados por las aves, destruyendo el botín. Buitres y caranchos ejecutaron la rapiña, como castigo a su ingenuo descuido.
 

    Siempre consideró que la caza era un deporte atractivo. Por cada pieza cobrada tenía la sensación de haber matado alguno de los recuerdos que lo atormentaban: sus fracasos sentimentales, el divorcio y las nuevas relaciones que pasaban y pasaban, sin dejar nada.  Una vida llena de tribulaciones, junto a su negación a vincularse de un modo afectivo,  había dejado un estrecho espacio para sus emociones, que ahora estaban ocupadas por la pasión y el deseo físico  por ocasionales mujeres.
    Desde hacía tiempo, había renunciado a la idea de enamorarse. Amargos recuerdos de una historia, cuyos capítulos no quería protagonizar nuevamente, lo habían escarmentado. Prefería evitar nuevas frustraciones. Pensaba que el amor era  una invención idealizada por algún romántico idiota. Una audaz fantasía a la que, el correr del tiempo, le había dado una ingenua veracidad, convirtiéndola en un mito colectivo de gran aceptación y  un negocio para muchos pero no para él, que se sentía particularmente  estafado. 

    Por su conducta frívola, parte de quienes lo conocían, lo criticaban duramente. Decían, que no vivía según las buenas costumbres, y que su estilo discrepaba de las  normas morales que casi todo el mundo reconocía como razonables. Que había  perdido la capacidad de amar como todo mortal, y  esto lo había convertido en un ser despiadado. 
    A juicio de Pablo, esa parte  del género humano, pensaba de ese modo, porque aún estaba sometido  a los principios de la educación recibida de sus ancestros. Eran personas que preferían vivir bajo normas cómodas,  obsoletas y ajenas y que habían perdido su capacidad de rebeldía. Se los veía mediocres e irreflexivos, sumidos en la costumbre y el aburrimiento que eran sus males y a los cuales, ingeniosamente  disfrazaban de felicidad, para disimular su verdadera desdicha.
    Parece increíble –pensaba enojado- que mucha gente, en lugar de diseñar libremente su forma de vida y disfrutarla, necesitaba de las reglas a las que se sometía rápida y mansamente, para tansformarse en un producto vulgar, extraído del  molde oxidado de convicciones que resistieron cualquier tipo de modernización. 

    Pablo se analizaba. La terapeuta, no compartía las excusas que él argumentaba para justificar esa actitud recelosa y descreída que le impedían encontrarse nuevamente con el amor.  Para ella, ni la educación rigurosa en el liceo militar, ni su fracaso matrimonial, eran los responsables de una existencia tan desordenada y privada de los sentimientos básicos que cualquier ser humano reclama para su felicidad.  Sintió que sus convicciones le pesaban, ya que algunas sentencias que comprometió su analista, habían puesto en duda la validez de ciertos postulados, de los que no quería despojarse. Recordaba el episodio donde ella había dicho:
    Toda relación casual, es un bálsamo temporario que lo está privando del verdadero afecto que necesita. Es un parche bajo el cual pretende ocultar, su estado interior de soledad.
    Usted, en forma consciente, ha adoptado el instinto despreciando la posibilidad de amar, y  lo que es aún  más penoso, se jacta de esa torpeza, pretendiendo exhibirla como una habilidad.

    La última frase había producido el efecto de un insulto. En la escala antropológica lo situaba en el protagonismo de las bestias. 
    Pablo sentía por momentos, que debía fortalecerse y mantener una postura arrogante e indiferente a todo intento que pretendiera cambiar su persuasión o variar el perfil de sus conceptos. 
    En oportunidades pensaba, que la terapia era una gran estupidez. Que su analista,  en vez de ayudarlo, lo mortificaba, plegándose al pensamiento ordinario de una buena parte de las personas que censuraban su proceder. A pesar de esto, igualmente no estaba en su intención abandonar el tratamiento. En cada sesión, le parecía encontrar el bálsamo que mitigaba esa tibia sensación que algunos calificaban de culpa. Por tal razón y otras que desconocía, pero que lo vinculaban directamente a un conflicto, asistía regularmente a las citas. Imperturbable, desafiante y convencido de estar librando una batalla despareja, con un guerrero inclaudicable, que jamás lo pondría en una situación cómoda frente a los hechos que admitía y cuya importancia pretendía ignorar. Un verdadero  juego perverso que, por un impulso desconocido, lo seducía. 
 
    Cuando Pablo conoció a Maricel en el Colegio de Lenguas,  pensó que únicamente una mujer así podía alterar sus hábitos de indiferencia sentimental. Era joven y sumamente atractiva. Concurría a ese lugar todos los días temprano, a llevar a su hija, al igual que él.

    Maricel estaba casada con una persona, que a simple vista, parecía  un hombre mayor,  usando una calificación piadosa. Pablo se preguntaba: ¿ Qué hacía esa mujer al lado de ese anciano decrépito y arruinado? Era una relación muy extraña. Todo hacía suponer con escaso margen de error, que era un acuerdo donde el dinero había dado motivos suficientes para que ella lo aceptara en matrimonio,  y que, bajo esas circunstancias, no era necesario el concurso de otras sensaciones, o aquello que algunos –equivocadamente- llamaban amor. 
    Al amparo de éste análisis, Pablo pensó que había indicios suficientes que permitían considerar el intento de una conquista. A simple vista, la presa estaba “regalada”.

    Con el tiempo y para mayor beneficio pudo saber, que el esposo de Maricel, se ausentaba a menudo y por varias semanas a cumplir compromisos comerciales en el   Oriente Medio,  cuyos detalles nunca le interesaron.
 Pablo sabía, sin embargo,  que se trataba de una especie diferente. Una mujer casada estuvo siempre,  fuera del espectro de las oportunidades que lo tentaron.

    No pasó demasiado tiempo y la planificación  de la colonia de vacaciones para sus hijos, organizada por el grupo de actividades, permitió el  primer acercamiento entre Maricel y Pablo. Se había convocado a una reunión de los padres con  los organizadores del viaje  y  autoridades del Colegio. La misma se extendió más de lo previsto y muchos asistentes, por sus obligaciones, abandonaron la reunión antes que finalizara. Habían quedado pocas personas y entre ellas, Maricel. Por cuestiones propias del evento  y por el interés mismo de acercarse buscando su oportunidad, comenzó a dialogar con ella. Descubrió  que era fresca y simpática. Transcurridos unos minutos, los temas del diálogo, poco tenían que ver con la cuestión que los había convocado. Pablo quería encontrarla como mujer, y en ese plan, la invitó  a continuar la charla en un café, situación que fue aceptada.

    Más distendido, él le contó sobre su educación en el colegio militar, sus fracasos sentimentales y la pasión por la caza. Ella lo escuchaba con atención y ambos se encontraron comunicados serenamente en un escenario donde se intuía una tácita complicidad, en un proyecto confidencial y prohibido. Los dos quedaron cautivos de esa nueva relación y se entregaron a la fantasía que proponía la oportunidad y que se revelaba como una  atractiva aventura. 
    La cena anual de camaradas de Liceo, brindó a Pablo la oportunidad de invitarla nuevamente. La formalidad del evento y la exigencia de asistir únicamente con la esposa o discreta compañía, reducía la posibilidad de que ella se viese obligada a encontrar excusas para rechazar la oferta. Debían quedar cubiertos los  aspectos que la mostraran como una mujer respetable y de insospechable conducta. Si bien Pablo pensaba que Maricel era complaciente y estaba a la expectativa de una nueva cita, había que  maquillar cualquier propósito que tornara incómoda la situación para ella y la mantuviese en el plano de dignidad que merecía.

    Llegaron puntualmente a la fiesta. Ella lucía radiante y hermosa. El profundo escote de su vestido de gala, catalizaba las apetencias del hombre, transformando su  deseo hasta hacerlo incontenible y salvaje. 
   La reunión resultó una réplica aburrida del festejo de años anteriores. El discurso final, corría el telón a una celebración, cuya mejor expectativa, era que terminara lo antes posible

    Pablo  invitó a Maricel a tomar una copa para cerrar esa noche sin protagonismo, y a ella le pareció buena idea.

    El lugar elegido aparentaba ser exclusivo e íntimo. La gente se desplazaba lentamente, como si su única preocupación, fuese darle tiempo a las intenciones que sus mentes estaban elaborando. La luz era pobre, pero suficiente para reconocer la expresión del rostro de la persona que estaba en la misma mesa, pero no en la inmediata.
    Pablo quería superar rápidamente la charla protocolar y pasar a las cuestiones que le permitiesen exponer la propuesta de encuentro íntimo. Sabía que cualquier error podría desbaratar su proyecto y espantar  a la presa, pero también  le pareció que sería ingenuo no  hablar de la soledad de ambos y la pesada carga que significaría para ella estar casada con una persona que con frecuencia la abandonaba. Sobre este tema inició la charla, para  acortar los tiempos.
    A ella le molestó su falta de ingenio y antes de dejarlo continuar en lo que interpretaba era un pobre monólogo, lo interrumpió para decirle: 
    - Antes de que sigas, me gustaría saber si estos son tus procedimientos habituales para conseguir una mujer existiendo mejores artes o simplemente tu precipitación por llevarme a la cama, lo convirtió en un discurso grotesco...  No me gusta la manera en que se ha planteado  nuestra relación.  Los hombres  suelen tener demasiados protocolos, o contrariamente denuncian  poco tacto, para decirle a una mujer que la desean. Quisiera saber si tu intención es pasar esta noche conmigo. Pero no supongas que esta pregunta, está adelantando una respuesta afirmativa. 
    Él  se quedó perplejo y sin palabras. Estaba sorprendido y avergonzado por la reacción. Se sentía  descolocado frente al  imprevisto, al tiempo que pensaba que la situación era irreversible.
    Sin embargo Maricel le dio una tregua, para meditar lo que ella estaba exigiendo casi como una confesión, cuando dijo:
    - Voy a retocar mi maquillaje al toilette. Espero que a mi regreso pueda descubrir el talento, que justifique tu fama de seductor “casi infalible” y mi presencia en este lugar.  Decía esto al tiempo que tomaba su cartera y se alejaba hacia el sitio que había mencionado.
    A los pocos minutos, Maricel estaba sentada nuevamente frente a él. Su mirada y la expresión no permitían escrutar sus pensamientos. Estaba imperturbable y serena. 
    Pablo sabía que tenía que expresar algo rápido y acertado. De otro modo, estaba seguro que ella se levantaría, con lo cual, perdería su  oportunidad exclusiva.
    A riesgo de equivocarse y ante la falta de una mejor idea, le expresó que experimentaba por ella un particular atractivo. Que estaba frente a una situación inédita, ya que podía reconocer - gracias al encuentro de esa noche- que volvía a sentir.  Que por primera vez, disfrutaba esas vibraciones que pertenecen al alma, como antes no lo había advertido.
    No estoy avergonzado –dijo él- de experimentar este estímulo casi olvidado, ni voy a confundir nuevamente esta emoción, con la banalidad que ocupó los últimos tiempos de mi vida y que resintieron toda posibilidad de afecto.  Y agregó:
    - Es cierto que deseo que compartamos esta  noche en intimidad, como también lo es, que tu respuesta, cualquiera sea,  ya no es tan importante. Descubrí demasiado tarde que viví mucho tiempo equivocado y negando mis sentimientos. Creo que hay algo mágico en tu estilo de mujer, al que hago responsable de este cambio y que me permitió recuperar la esperanza de  sentirme un hombre diferente. Todo lo demás, no tiene trascendencia. 

    - Pablo pensó que esta actuación tendría su rédito, y que por la misma, podría obtener una posición provechosa, a la vez que le había permitido marginarse de la traumática situación en la que Maricel lo había colocado y que  parecía  una celada.
 
    Ella no pareció acusar los beneficios que pretendía la hipócrita exposición de Pablo.
    Luego de algunos instantes, Maricel lo miró y le dijo:
    - Vamos?  Y se puso de pie.
    Pablo la auxilió caballerosamente a ponerse el abrigo. Mientas lo hacía pensaba que no existía ningún indicio del significado de ese “vamos”.  Si ella no enviaba una señal que no dejase dudas debería optar por llevarla a su casa, evitando, de ese modo el riesgo, de tener que enfrentar una situación violenta en caso de pretender ir a un hotel.
    La situación que parecía eterna, se extendió todavía  sobre el vehículo que debió manejar sin rumbo cierto, hasta que Maricel declaró:  
    - Espero que hayas elegido un buen lugar –decía-  mientras su boca dibujaba una sonrisa que  parecía más  un rictus. Los arcos de sus labios, parecían estar armando la trampa en la que Pablo, inevitablemente, quedaría atrapado.

    Ya en la habitación, todo ocurriría como siempre. Pablo admitió que el costo emocional para llegar a ese lugar, había sido exageradamente alto.
    Mientras se daba este pensamiento, ya estaba haciendo el amor con ella. La acariciaba  en forma violenta, como si en ese gesto, tratara de devastar su piel, gastarla,  para invadir su organismo y llegar a esa “caja negra” donde se almacenaban los sentimientos que dice tener cierta gente
    Maricel interpretó ese gesto como un exagerado apasionamiento, que en lugar de preocuparla, la  gratificó. 
    Él –por su parte- decidió que tenía que entregarse plenamente a ese cuerpo y disfrutar su oportunidad, ya que se había fundido con ella en “una sola carne”, como se dice.
    Pero este pensamiento, liberó las acciones del subconsciente que le gritaba: ¡PARÁ! Si se enrolan dos nuevas ideas como esas en tu fantasía, vas a terminar siendo un pastor....
    Pablo ya no escuchaba nada. Su cuerpo estallaba en placer junto con el de Maricel y no había tiempo de atender otras cuestiones, ajenas a disfrutar  su goce.

    Maricel pidió que la dejara en una agencia de remises, para cuidar las formas y hacer discreta la despedida.
    Él detuvo su vehículo a una distancia prudencial del lugar indicado. 
    Antes de despedirse, ella extrajo de su cartera, un lápiz de labios. Repasó los bordes de su boca, en forma lenta y sensual, como para no precipitar el momento de su partida. Concluido esto, abrió una agenda y con la parte más delgada del maquillaje hizo una cruz a la derecha de un nombre que Pablo identificó como el suyo. En la misma página había otras señales hechas con rouge y unos pocos nombres, a la espera del  turno, que los colocaría en la misma situación.
    Pablo sintió una desbordada indignación y le preguntó si había muchas hojas con las mismas marcas
    Ella le respondió: Algunas....., para continuar diciendo:
    - El viejito, resultó un buen señuelo.... ¿No te parece? 
    La ironía de esas palabras dejaron  inmóvil al cazador.
    Maricel  tomó el cilindro hueco que servía de protección al maquillaje y burlonamente lo sopló, imitando el gesto de los expertos tiradores, que evacuan los gases residuales del cañón de un arma corta, luego del disparo.
    A continuación, guardó sus cosas y le dijo: 
    -Yo te voy a llamar. No te olvides que debo conservar la imagen de una mujer respetable. 
    Abrió la puerta y con paso decidido, se dirigió a la agencia para ascender a un auto que ya tenía su motor en marcha.

    Él, sintió un agotamiento que le pesaba hasta el alma. 
    Vencido, depositó sus  brazos sobre el volante y apoyó la cabeza sobre la cruz que formaban. Desde su convicción agnóstica, pensó que únicamente Dios, de existir, podría comprender la humillación que había sufrido.
 

    Cansado, recogió la pesada mochila, con las municiones y pertrechos. Caminó arrastrando sus botas en el barro, hacia su 4x4, que estaba lejos del coto. 
    A su paso, fue recogiendo capullos de cardo, apenas florecidos, que lastimaban sus manos.
    Abrió la puerta trasera de su coche y arrojó sobre el asiento los elementos de caza y el ramillete que había juntado.
    Inmediatamente, apoyó la culata del rifle en la puerta. Colocó la punta del caño en su boca y accionó el gatillo rápidamente. Su  obsesión por no dejar proyectil en la recámara, le permitió recrear con éxito el  simulacro de suicidio, que únicamente un error podía abortar y convertir en tragedia.
    Enfundó el arma. Miró las flores desparramadas, y pensó, que no servían para ningún presente. Analizando otra objetividad, se le ocurrió que podrían ornamentar una tumba. Aquella donde yacía el cadáver del fracasado intento de encontrar su felicidad.


 

 Jorge S. Ruppel

E-mail: jruppel@nobelmulti.com.ar
IMPORTANTE: Recuerde que este texto está protegido por las leyes de copyright y que todos los derechos pertenecen a su autor, Jorge S. Ruppel. Se muestra aquí con el consentimiento por escrito del propio autor que permite su exposición únicamente para su placer visual. Para cualquier aclaración no dude en ponerse en contacto con el autor en la dirección arriba señalada o a través del webmaster de esta página. El webmaster quiere agradecer públicamente desde aquí el permiso para exponer el texto: "Flores de cardo".

Bibliografía, copyrights y agradecimientos.
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