No creo en
voz alta en la felicidad de los animales, sino
cuando me apetece hablar de ella como marco de un sentimiento
que es la suposición derivada. Para ser feliz
es necesario saber
que se es feliz. No hay felicidad en dormir sin sueños,
sino
solamente en despertarse sabiendo que se ha dormido sin sueños.
La felicidad está fuera de la felicidad.
No hay felicidad
sino con conocimiento. Pero el conocimiento
de la felicidad es infeliz; porque saberse feliz es conocerse pasando
por la felicidad, y teniendo, en seguida, que dejarla atrás.
Saber es matar, en la felicidad como en todo. No saber, sin
embargo, es no existir.
Sólo el
absoluto de Hegel ha conseguido, en las páginas, ser
dos cosas al mismo tiempo. El no-ser y el ser no se funden y
confunden en las sensaciones y razones de la vida: se excluyen,
mediante una síntesis al revés.
¿Qué
hacer? Aislar el momento como una cosa y ser feliz
ahora, en el momento en que se siente la felicidad, sin pensar
más que en lo que se siente, excluyendo lo demás,
excluyéndolo
todo. Enjaular al pensamiento en la sensación, (...)
la clara sonrisa maternal de la tierra plena, el esplendor cerrado
de las tinieblas altas, (...)
Es ésta
mi creencia, esta tarde. Mañana por la mañana no
será ésta, porque mañana por la mañana
seré ya otro. ¿Qué
creyente seré mañana? No lo sé, porque sería
preciso estar allí
para saberlo. Ni el Dios eterno en el que hoy creo la sabrá
mañana ni hoy, porque hoy soy yo y mañana quizás
ya no haya
existido él nunca.