Mundo real
Una carretera angosta penetra en el territorio de las formaciones plutónicas.
Es el mundo del Roraima...
Una carretera angosta, que parece una serpiente de asfalto,
atraviesa un paisaje de gran intensidad. A medida que se avanza por La Gran Sabana el
mundo cambia, se torna verde y húmedo, recorrido por la brisa. De pronto, comienzan
a verse a lo lejos las primeras siluetas de los Tepuis, que parecen objetos de otro
planeta.
La carretera llega hasta Santa Elena de Uairén, la última
población venezolana antes de cruzar a Brasil, un lugar donde se produce una mezcla
interesante de agricultores, mineros, buscafortunas, turistas y funcionarios de la
frontera. Aunque muy pocos de ellos leyeron la novela de Conan Doyle, todos saben que son
habitantes de la región de El Mundo Perdido, pues así se promociona (hasta el cansancio)
esa zona para captar la atención de los visitantes quienes, seguramente, tampoco saben
demasiado sobre la novela original.
Desde allí es posible organizar un ascenso al Roraima o alguna
otra formación cercana. No es una cosa del otro mundo, algunos llegan arriba, duermen y
bajan al día siguiente. El sendero está bien trazado, y el principal problema son las
lluvias que acompañan en forma permanente a estas montañas donde nacen los poderosos
ríos de la zona. Otro inconveniente, que se reporta ante la proliferación de
excursionistas (en Internet llueven las ofertas para ir al Lost World), es el aumento de
basuras y el deterioro de algunos sectores de la cumbre.
La superficie del
Roraima es muy distinta a la que describe Conan Doyle. Mientras la novela habla de selva,
praderas y un pantano, en la realidad se trata de un terreno rocoso, con formaciones
inquietantes donde escasea el suelo apto para las plantas. Los científicos llevan un
siglo visitando
el lugar y han descubierto pocas especies, pero todas son
consideradas muy valiosas.
Una de las características que las investigaciones atribuyen a
esas mesetas es la de una evolución de la vida que ha seguido un camino diferente. Las
paredes verticales impusieron un aislamiento que convirtió a los Tepuis en laboratorios
donde se ven resultados sobre el desarrollo de las especies y la historia geológica del
planeta. Se afirma que son depositarios de una naturaleza que, en gran parte, no existe en
ningún otro lugar de la tierra.
Y algunas especies vivas sólo tienen equivalentes en lugares muy
alejados. ¿O es que alguna vez estuvieron unidos?
La clave para entender la fisonomía y la naturaleza de los Tepuis
la han dado los geólogos. Son los restos de una antiquísima y enorme meseta, una de las
formaciones más antiguas del mundo, que en algún momento comenzó a hundirse. Las
erosiones a su alrededor contribuyeron a aislar a los Tepuis, mientras no se descarta que
fuerzas tectónicas de gran poder hayan contribuido a garantizar su altura actual.
En 1910 Alfred Weneger planteó la teoría de la deriva
continental, según la cual hace unos 135 millones de años comenzó a desmembrarse un
continente único, llamado Pangea, y luego ocurrió lo mismo con una de sus secciones, a
la cual se denomina Gondwana, que agrupaba a Sudamérica, Africa y Australia. Algunos
estudiosos de los Tepuis han sugerido que esos violentos movimientos contribuyeron a la
formación de los Tepuis.
Cuando se produjeron esos cambios, en todo caso, las formaciones
que existen en Venezuela ya eran antiguas. Estudios realizados en la roca sedimentada del
Roraima hablan de más de mil millones de años de historia.
Un territorio como ese está lleno de aventuras, leyendas,
maravillas. En los años 30 el piloto Jimmy Angel llegó con su avión, por un accidente,
hasta la pared enorme de un Tepui por donde cae la cascada más alta del mundo, el Salto
Angel. En 1989 un cronista de The National Geographic, Uwe George, relató que un
conocedor de esa montaña, llamada Auyán-Tepui, le contó que en los años 50 había
visto allí pequeños lagartos con forma de dinosaurios.
Los científicos han bajado de esas cumbres con millares de
muestras y numerosos descubrimientos. Entre ellos hay orquídeas únicas, plantas
carnívoras, insectos extravagantes, incluso animales de mayor tamaño. Las expediciones
de investigación a veces pasan meses recorriendo la parta alta de las mesetas en busca de
sus secretos. Y en otras oportunidades deben hacer esfuerzos aún más grandes, como
ocurre en las fosas conocidas como Sari-Sariñame, dos cuevas verticales de un diámetro
inmenso que se abren en la cumbre de un Tepui, donde se albergan nuevos mundos perdidos.
Conan Doyle, vale la
pena reiterarlo, intuía la existencia de secretos en esas cumbres, en la parte alta de
una meseta que él describe como "plutónica".
En la novela el Profesor Challenger le explica a Malone que
"un área tan grande como Sussex fue levantada en bloque junto con toda la vida que
albergaba y quedó aislada por precipicios verticales de una dureza tal que desafían la
erosión del resto del continente. ¿Y cuál es el resultado? Que las leyes ordinarias de
la naturaleza ya no tienen efecto... sobreviven seres que de otra forma hubieran
desaparecido. Notará usted que tanto el pterodáctilo como el estegosaurio son del
jurásico, por lo tanto pertenecen a una era muy antigua en el orden de la vida".
Sudamérica, le dice el alucinado personaje de Lord Roxton a
Malone, "es la porción más grande, rica y maravillosa de este planeta".
Fin
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