Ageratum


Al ver tu pálida cara de niña-luna
sonreí como cuando nací
(aunque no lo recuerdo,
pero algo así debió de suceder,
porque, como soy Contreras,
no debí de haber llorado).

Disímiles sentimientos
hacen que la religión logre ser entendida al primer vaso de vino tinto,
y que el mar
sea como el agua que está estancada desde hace años
en mi cursi W.C.

Risas emitidas en frecuencias nunca antes conocidas
formaban parte del material bélico secreto
con que el ejército de pérfidos militares que habitan mi conciencia
pretendían conquistar mi corazón.
Pero ellos no contaban con que yo era un bandido de primera,
igualito a los que hoy rigen los hilos marionéticos de los pupitres escolares.
No contaban, en otras palabras,
con que yo veía a la Pantera Rosa desde pequeño,
por lo que sabía cómo escabullirme de entre tus besos mandingosos.

Abrazos amébicos,
caricias almibaradas
y un olor a pebre campestremente preparado,
fueron lentamente construyendo el dulce abismo
hacia el cual nos dirigíamos furiosamente.

Esto debe ser querido por los Dioses,
deseado por ángeles y arcángeles,
o por cualquier otro ser mitológico,
porque
-de no ser así-
significaría que alguien plantó la semilla de la eternidad
en tu alma insondable.




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