Escritos


Y yo te espero.

Un sudor frío recorre mi cuerpo al sentir que tú, mujer grandiosa, ya no estás aquí.

Me estremezco al ver que todo fue un sueño. Tu risa, tu mirada.

Tu rostro ajado se inmiscuye aletargado al punto en que mis recuerdos afloran en lágrimas.

Emergen silenciosas, como un susurro cadencioso. Espasmos en balbuceos húmedos mojan esas hojas marchitas.

Hoy no estás.

Pienso que debería aceptar o asumir tu ida. Nunca debí reprimir mis sentires al verte estática, inerte, adolorida.

Tus quejidos son puñaladas que mutilan mis venas.

Tu mano dulce, fría, endémica que cobijó sin mesura mis expectativas.

Siento que sólo manojos de souvenanzas pueden sopesar ese vacío.

Me quemo al captar que no soy esa que prometió luchar. No entiendo bien cómo llegué a vislumbrar en ti la eternidad. Jamás creí ser perpetua, y mucho menos ahora, en que me doy cuenta de que fui capaz de dejarte sola, con flores en una caja metálica que albergaba tu cuerpo.

Y te espero.

Enfrenté a dioses griegos. Juzgué al mar. No quiero (pero debo) mostrar la facilidad real de esta mujer artista que hoy se dice capitalista. Me arrepiento de lo que no logré. De lo que prometí hacer, pero que por cobardía dejé fluir y permití que se transformara en arena que soplé al viento.

Hoy veo huellas. Máculas que marcan mi piel sin cautela.

Si no fuera por los vahos de rocío perecería sin sandalias, sobre un colchón de clavos, sin el calor fresco de tu regazo en mi pelo.

Te extraño.

Si todas las margaritas fueran como tú, entendería la razón del infinito.

Hoy te llamo.

Hago resonar tu nombre ausente en las paredes del sendero. Canto notas dulces que quiebran mis cuerdas.

Trémoles de vida, de tu vida me fortalecen.

Y yo te espero.

Y una brisa de amor de madre me despierta.


Un vacío inerte se posa desnudo, quieto y distante en mi mente.

Con nostalgia veo cómo se escurren como el ripio por mis manos todos estos segundos de vida.

Me siento sola, manca, sin voz. Otra mujer entra en mi cuerpo y se adueña de la real Avril.

No creo volver a poder cantar con igual fuerza. Los silbidos de mesura han sido arrancados de mis venas. Y la fatiga cae cauta, sin tapujos.

Tengo miedo.

Me sé impotente. Ya no berreo notas altas ni exprimo pinceladas de soles eclipsados.

Olvidé lo que realmente era primordial.

Viví sólo de supuestos y de falsas caretas que reflejaban dual razón.

De qué sirvieron todos estos años de entrega, toda esta gente que pasó calva por mi lado; si ya no puedo estrecharlos con cariño.

Mujer oculta, ¿dónde estás? Hoy más que nunca te necesito. ¡Sal de tu caja de fierro y vuelve a mí!

Je ne veux pas mourir...

J'ai trouvé ma fleur, et je dois lutter pour elle!!!

Una firma negra tras un sofá proclama mi sentencia de ceso.

Cuán efímera soy al sostener todas estas vicisitudes y al errar en forma cencida y dura.

Un dolor negro funambulea por mis caderas, me quiebra, me paraliza.

Sólo un amor eterno podría sucumbir con esto.

Asumo con pena todas las gotas no lloradas pero expelidas por mis manos.

Un aullido cala mi garganta, y besos sucios maculan mi alma.

Eres tú, tierno y preocupado quien aguarda a mi lado.

Me duele el perderte. Y mucho más el saber que te haré falta. Cuán felices hubiéramos sido si no reapareciera esta necrosis de esencia.

No quiero volver a llorar orina con sangre en tu cama. Ni flemas de hiel en tu techo.

Prefiero irme silenciosa, cautiva, sin ropas.

Hoy presiento, que un vaho de mujer llamada Avril es enterrada en el desierto. Sin tulipanes ni petunias. Muere con llagas, sin pies. Tan sólo se va de la vida y nada más.


Estoy muriendo por ti.

Un suave crujir de hedores es derramado entre mis rodillas.

Un sudor frío. Suave.

Pinturas maculan las profilácticas vibraciones de mi alma.

Pálpitos descarnados sucumban con todas estas hemiolas rojas.

Verlos ahí. Recordar esa Luna errante. Disipar los hedores vírgenes de los claustros de lápidas abiertas.

Una tersa y limpia palabra carcome estas no vidas pasadas.

Senderos intersectados por un lumen infinito.

Velas verdes en las sucintas armaduras del Rey decapitado.

Perece ante mis plantas por una sensación divina.

Su vientre se expande violentamente hasta verse hinchado.

Un pene estático, inerte, inmóvil, estupefacto, erguido bajo las cercenadas cuchillas de mi dilación.

Encarecidamente muelo esos gusarapos de temores eclesiásticos que inmiscuyes en mis venas.

No, no debo formular nuevas coyundas con tu masturbada fisura.

Olerte ahí, terminado en una cola sin crines. Con una mácula de látex blanco en tu cabeza.

Milenarias historias afloran en mi mente.

Recuerdos de añorados lares.

Calles vacías, hoy deshumanizadas por tu ambición de traición.

Pastos comidos por vacas inocentes fueron testigos de mi muerte.

Enterrada viva por una causa. Por mi causa. Por creer en ti y en tu política jerárquica.

Con ojos tuertos y zapaquildas preñadas entre boas y serpientes. Sobre un elefante con pelos y especímenes extintos.

Te vas. Fluyes en las olas del romance incauto.

No arremetas en mis calcetines.

Carrozas con trémoles de pelucas y Donjuanescas trovas.

Tu olor.

Mi hedor.

Hoy desentierran al Faraón y me encuentran.

Sólo cenizas de mi alma.

Sólo restos de mi espiga.

 

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