por Enrique
'Ya llegan las fiestas'
"
Joseíllo está apacentando las ovejas,
pero su mente está en las fiestas del pueblo.
"Rediós, ¿vendrá la Matilde de la capital?". -se pregunta, ansioso.
A estacazo limpio, Joseíllo conduce el
rebaño por la ladera de la loma. Algunas ovejas
desesperadas caen rodando pendiente abajo. No
importa que algunas estén preñadas, lo importante es llegar
a casa y que dé tiempo a acicalarse. Una vez al año conviene
echarse perfume.
-"Cheeee, Cheeee" - grita Joseílo,- "¡Valentina!, ¡Erundina!, arriando p'al redil, que se hace tarde. Copón".
La abuela de Joseíllo ha traido dos baldes de agua fresca de la fuente del pueblo. Ella considera que habrá suficiente agua para bañarse toda la familia, aunque a su nieto toda le sobre.
El armario guarda, incólumes, las mejores galas que lucirá Joseíllo esta noche. Un pantalón de tergal marrón, acampanado, como en los mejores tiempos de Raphael; se le queda corto de abajo, pero.... sigue subiéndoselo hasta atárselo con un primitivo cinturón por encima del ombligo. Una camisa solapón, almidonada, bajo un jersey de pico, muy escotado, estampado en rombos verdes, azules y granates. Todo ello muy ajustado, porque desde hace 15 años ha empezado a notársele una incipiente tripilla. Complementan el atuendo unos calcetines blancos, un poco raídos y plagados de bolitas amarillentas. Los zapatos, de charol negro, llevan unos cordones de esparto desproporcionadamente largos.
-"Igual quedarían mejor unas vueltas alrededor de la canilla" -piensa Joseíllo, coqueto, tratando de mejorar un poco la estética.
No conoce la existencia de la gomina, pero con
el pelo mojado, peinado con un grasiento peine de gruesas púas,
el cabello se amoldará perfectamente. Unos tragos de aguardiente,
un par de fuertes eructos y la noche es suya.
Los primeros en llegar a la plaza son los mozos del pueblo, que terminan juntándose en un cómico rebaño. Las chicas se hacen de rogar, sobre todo si son las que estudian en la capital. Los forasteros... ya se sabe, hasta la una de la madrugada no aparecerán; vendrán pocos, pero las mozas se los rifarán.
Pero a Joseíllo sólo le interesa Matilde. Con total seguridad ella ni le recordará, pero él se había enamorado, prácticamente desde el momento en que la vió. Juntos habían hecho la primera comunión. De esto hacía 18 años.
Camina con paso titubeante. con el tronco echado hacia adelante, como si llevara algo colgado en la espalda, Joseíllo va girando continuamente la cabeza en busca de Matilde. Ella está con dos amigas, radiante, con un vestido blanco, de encaje, y a Joseíllo no le parece de la capital. "Ellas llevan otros peindados"- piensa.
Él se acerca por detrás, observa de arriba a abajo el grupito de féminas
- "!Matildeeé". -Grita, como llamando a su oveja preferida.
Las tres amigas vuelven la cabeza, atónitas; se miran unas a otras con un gesto de desdén, y continuan su conversación.
-"¿Tu no eres Matildé? ¿La
hija de Luis el de la Venancia?" -insiste Joseíllo.
-"Oye, aquí huele mogollón a oveja,
¿no?" - comenta una de ellas.
-"Yo diría que huele más bien a
boñigas",- se ríe Matilde.
Lo de boñigas, podía pasar, pero lo de mentar a sus ovejas, era demasiado para Joseíllo, que, fuera de sus casillas no pudo contenerse:
-"Aquí huele a vacaburra". - exclamó alzando desmesuradamente los brazos, mientras de iba.
-"Pué ahora si va a casar contigo tu pare..",-
Siguió chillando desde la lejanía.
La congoja embargaba sobremanera a Joseíllo, al que todo se le había venido abajo por su falta de tacto al tratar a las mujeres. Las lágrimas le caían a chorros por sus ásperas mejillas; lágrimas de rabia, dolor por sentirse rechazado, y sobre todo por la burla del olor de sus ovejas. Ahora sentía unas tremendas ganas de emborracharse, de perder el control y destrozarlo todo. Pidió un garrafón de vino en el estand de la fiesta. Quiso pagar con 25 pesetas, olvidando que había estado demasiado tiempo en los montes, sin bajar a las tabernas. En el bar conocían a su padre, y también por compasión, acabaron por fiarle.
Los 4 litros de vino le duraron lo que duró la primera sesión de música. Hacia las 12 y media ya bailaba sólo, levantando brazos y piernas al compás de "Ricky Martin". Con "Los centellas" y su "Toro enamorado de la luna" empezó a levantar una polvareda en el centro de la plaza, que obligó a la gente a retirarse hacia los extremos. Exhausto, rendido al cansancio y agotado el efecto eufórico del alcohol, Joseíllo quiso retirarse a su casa.
Para atajar, cruzó por el camino que lleva a los Prados, apenas iluminado. A lo lejos retumbaba la música de la orquesta entre los gritos de los más jóvenes. A medida que el sonido de la aglomeración humana iba decreciendo, sus propios oídos zumbaban hasta llegar a asustarle. Corrió, sin saber en qué dirección, apenas sin ver más allá de 4 pasos al frente. De pronto su cabeza chocó con algo muy duro y cayó desplomado. "¿que no paso?, ¿cómo que no paso?" pensó mientras se incorporaba. Retrocedió unos cuantos metros, cogió carrerilla y volvió a la carga. Esta vez el golpe tan tremendo que no escuchó nada; el camino de tierra se sembró de lucecillas diminutas, centelleantes, y un chorro húmedo recorrió su frente. Se llevó las manos a la cabeza y pensó "no ha sido nada, jodío poste, cabrón". Llegó como pudo a su casa, abrió la puerta y sin quitarse la ropa se echó a dormir.
Alguien respiraba junto a él, y creyó
haberse acostado con su hermano mayor. Sus ronquidos maltrataban el cráneo
dolorido de Joseíllo. No podía conciliar el sueño
y daba "vueltas continuamente. Se sentía empapado. "¿habré
parado de sangrar?", pensó. "Mañana iré a la botica".
Amanece en Cadreita, y en casa de Joseíllo
hay preocupación. Nadie sabe dónde está, y medio pueblo
le busca. Su abuela, que se encarga de alimentar a los animales, le encuentra
acostado en la piara, con el cerdo. "Igualico, igualico quel defunto de
su abuelico", dice sonriendo.
"
Original de Enrique, Febrero de 1999.