Es así que otras aguas se presienten
azules, más allá, volviendo
el Cabo,
y en los acantilados amanecen
palomas y zureos,
sirenas nuevas,
que desde el farallón de la esperanza
pueblan el aire.
Sobre el puente los hombres aparejan.
De espaldas a la Isleta
promete el horizonte con la luz
lisas y pargos.
Pero es tarde en la orilla. Los escollos
amurallan los últimos deseos
y es tarde en la Bahía para el
que yace y sueña,
para el que se quedó del lado de
la piedra.
Aquí, de tanto mar, de tanto cielo,
tanta espalda alejándose,
se han extraviado los ojos y las manos
y sólo huele a pueblo vacío
con el alba,
a ruinas de arena,
a luz debilitada.
La nube permanece. Las palabras
sobran ahora que el dolor levita,
orza a estribor y pasa.
Es tarde y en tu espalda florecen los
pañuelos.
Es así que el amor, el viejo amor,
el pobre amor tan viejo, tan torpe, tan
cansado,
mira hacia el mar, entorna los postigos
y se tiende y reposa.