Los
Ríos
Mi deseo más profundo ha sido el de vivir siempre a la orilla de los ríos. Los amo con
una ternura inmensa porque son como las personas: rebeldes, tristes, cantarinos,
inquietos, bulliciosos, claros, turbios, etc., según el viento que les acaricia y el
paisaje que les rodea.
Los ríos son más humanos y tienen más potencia anímica que los arboles y las piedras,
porque jamás se detienen y siempre arrastran o dejan algo a su paso.
Cuando un libro me satura el alma con la belleza de sus imágenes literarias, y encuentro
toda la luz del universo cautiva en sus páginas elocuentes y plenas de optimismo para
llenar la vida, pienso inmediatamente qué escrito a la orilla de un río bullicioso y
alegre.
En el corazón de la selva, hay una extraña música que adormece los sentidos del
caminante perdido. Al pie de la montaña, corre un hilo azul de agua purísima para los
que bajan rendidos por la jornada del día. El rebaño se detiene al borde de los ríos;
bebe cielo y agua, y decora los paisajes de Miguel Angel, el Ticiano y Goya.
Las ciudades sin ríos son como los cuerpos sin brazos; jamás tocarán el cielo,
ni saludarán el alba; por eso, compadezco a todos los lisiados de los brazos; pues como
pueden dar, tampoco podrán recibir nada en la vida.
Si te sientes triste, fatigado y sin ánimo para la lucha; vete a la orilla de los
ríos, dialoga con sus ondas claras y rizadas. Toma de ellos, la transparencia, inquietud
y alegría; pues nada conforta tanto el espíritu como la lección de sus aguas que
marchan sin detenerse ni retroceder jamás.
Piensa en la fuerza arrolladora de los ríos ante los obstáculos del camino, en la
diafanidad de sus cristales y en el curso invariable y firme de su destino hacia la meta.
Sé tu como los ríos que refrescan la tierra: luminoso, claro, fuerte, ¡sin detenerse
jamás en el camino de la vida!
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