El
Juego
Los niños se sienten verdaderamente felices cuando juegan, y su pequeño mundo se reduce
a balones, trompos, aros.
Frente a mi casa, a la luz que sostiene un poste que ilumina la calle recta y limpia,
acuden todas las noches como mariposas en torno a la llama-, un grupo de chiquillos
que juegan, cantan y cuentan historietas o aventuras de viajes aprendidas durante el
recreo.
Algunas veces, he tenido que suspender la preparación de estas cuartillas; porque
la risa clara y las voces altas de los chicos, se cuelan por mi ventana y desvanecen el
hilo de mis pensamientos.
Jamas he protestado por esto, pues el único tesoro de los niños es el juego. Y
después de todo, si prolongásemos la infancia, la humanidad sería menos cruel y
frívola. Cuando aún éramos niños que poseímos un ferrocarril de cuerda, nos
divertíamos viéndolo rodar y admirando sus bellos colores; después, cuando fuimos
grandes y llegamos a dominar una empresa ferroviaria, nos sentiimos dueños del mundo y
capaces de retirar al maquinista o a cualquier empleado, porque se retrasó unos minutos
comprándole un pequeño juguete a su hijo para los días de Navidad.
Los niños pobres, en las piezas estrechas y obscuras, están esperando la caricia
de un juguete para alegrar su infancia; mientras que allá en la taberna, los hombres
hacen pequeños montones de monedas que pierden al correr de los dados.
Si para los niños el juego es un tesoro, para los grandes es la perdición o
degeneración completa. El hombre que juega arruina su vida y su hogar. Y como puede
observarse, esta es la ley de los contrastes en el mundo: los chicos lo hacen para
complementar su vida, los grandes para destruirla; porque lo que se quedó en la mesa de
la taberna, se trocó en hambre y llanto para el hogar ensombrecido.
Los hombres que se llaman líderes y que se dedican a guiar a la humanidad con la
fuerza sutil y arrolladora de la palabra, debían ir a las grandes casas de juego, donde
los hombres con la mirada llena de codicia y el ademán nervioso, quitan y dejan las
piezas de plata que restarán el pan moreno a la mesa humilde.
Esos hombres que abren caminos en la humanidad, debían aproximarse y pedirles que
les acompañaran al sitio del mitin para explicarles lo que sería la patria si todos
fuesen a parar a las mesas de juego: los limpios no necesitan lavarse las manos para
recibir el pan de la justicia y la verdad; son éstos los que necesitan la limpieza del
espíritu y la rectitud en la práctica para ennoblecer su existencia y engrandecer la
Patria.
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