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El Roble


Aquel abuelo que un día se lo llevó la muerte, plantó un roble en el patio limpio y extenso de la casa; después, vinieron los otros abuelos a cuidarlo, viendo su tronco ancho y macizo que hundía sus raíces en el corazón profundo de la tierra.

Una reliquia en su fino estuche de marfil, tal vez, no hubiera simbolizado tanto para nosotros como aquel hermoso roble; además, era ejemplo y acicate para toda la generación que lo contemplaba desafiante ante el otoño y lo admiraba cubierto de hojas nuevas en cada primavera.

Si alguien se quejaba de algún vago dolor, el abuelo se apesuraba a decirle: "tienes que ser como el roble, fuerte y mudo para sufrir con calma los dolores de la vida". El día que Juanito se corto un dedo quitándole la corteza a una fruta, prorrumpió en llanto hasta que el abuelo llegó a decirle: "Chiquillo mio, ayer cuando paso el vendabal por nuestro huerto, partió y arrastró lejos un brazo o gajo florido del hermoso roble, y apenas un leve ¡ay! se escapo de su angustia; en cambio, tú, después del primer ¡ay! has botado lágrimas como para rebosar el mar…" Y el chico callaba, callaba como el que se avergüenza de llorar sin dolor.

Cuando la primavera matizaba y refrescaba el paisaje, el abuelo abría ventanas y puertas y llamaba a los paseantes para que viesen el roble cargado de bellotas y hojas nuevas.
Y el abuelo refería, que era como un amigo o algo viviente, que nos brindaba frescura en su sombra, música en sus hojas que acariciaba el viento, y abrigo en el ramaje espeso de sus brazos.












Refiero la historia del viejo roble por estar ligada al curso de nuestra existencia. Un día tormentoso y obscuro, el viento furioso empezó a azotar todos los árboles que crecían en el huerto; los troncos viejos y rugosos caían estrepitosamente sobre la tierra que los cubría con nubes grises de polvo. Los débiles y tupidos arbustos también eran arrastrados sin piedad por aquel viento huracanado que lo envolvía todo.

En la casa, nadie pensó en los animales que corrían despavoridos de un lugar a otro, ni en la ropa blanca y recién lavada que estaba tendida en la cuerda, Todos, en extraña expectativa de temor y asombro, permanecíamos parados en la puerta, mirando nuestro viejo y corpulento roble que se mecía impulsado por el viento. Una gran nube de polvo llegó a nuestros ojos como para impedir que presenciáramos la destrucción de los elementos. Inmediatamente, un ruido colosal que parecía arrastrar todas las aguas del Universo, nos hizo retroceder llenos de espanto al fondo de la pieza: ¡el roble había caído como un centinela herido!

Ahora sus raíces vivas y fuera de la tierra, parecían implorar al firmamento.
Nuestro roble, sin vida ya sobre la tierra, nos clavó muy hondo su última lección; porque el abuelo, cuando observaba que pretendiamos revelarnos contra las circunstancias adversas de la vida, nos llevaba allí, donde estaba el tronco sin color y sin savia par decirnos: "Todo pasa en la vida, éste fue nuestro compañero; compañero de tantas generaciones que admiraron su fuerza, solidez y aplomo sobre la tierra; sin embargo, parecía invencible y tambien cayó. También pasó, como pasan todos los dolores y las cosas en la vida".

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