La
Llama
Los místicos de la antigüedad admiraban la llama. El hombre primitivo, cuando descubrió
el fuego en el roce continuo de las piedras; debió sentir en su mente una chispa infinita
que le puso en contacto con algo superior a él.
El hombre adora la llama, porque en el Universo, todas las cosas surgen de un fuego
intenso; tan dúctil en su forma, que se torna pasión y amor en el corazón humano.
En el inmenso altar de la naturaleza hay siempre lumbre: de día nos ilumina el sol
y de noche las estrellas. Y por medio de esa llama, el hombre ha podido comprender que el
espacio no está vacío. El gran espectáculo de un camino desconocido y luminoso se abre
ante sus ojos, pequeños para mirar lo grande, y grandes para posarse en lo pequeño.
¡Adoremos la llama, porque todo lo devasta, porque todo lo purifica, porque todo
lo enciende
!
La llama vive en la altura. Zigzaguéa en el rayo que alumbra la noche tormentosa;
baja al fondo de la tierra, agita las moléculas incansables y penetra en el corazón del
hombre llenándole de infinitas esperanzas.
¡Adoremos la llama, porque es el imán más puro que nos acerca a Dios!
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