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La Estrella


Para alcanzar una estrella, ¡cuánto espacio habría que atravesar! ¡Qué sensación de vacío produce esa palabra que abarca toda la intensidad del Cosmos!
La noche era clara, plena y fragante como un sueño. El rocío brillaba sobre las hojas pálidas de luna; y el camino infinito como una sierpe de plata, perdíase más allá del horizonte.

En el pintoresco paraje había pocas casas de sencilla y artística arquitectura. Diseminadas aquí y allá, amparábanse fraternalmente bajo el gesto cordial de los árboles.

-Yo quisiera ir a buscar una estrella, -dijo el niño con la mirada perdida en el vacío-; pero tengo miedo al camino solitario de la altura, y es tan grande el espacio que vacilo cuando pienso en ella.

Arriba, los astros tachonaban el regio terciopelo de la noche; y la madre, temerosa de un pensamiento funesto por el loco deseo de su hijo, díjole señalando por la ventana abierta el camino solitario de la altura.

-Mira la luna, ¡qué pálida y redonda está en el cielo! Una inmensa distancia nos separa. Mira más allá, la estrellita que a ti te gusta, guiña un ojo y parece que te llama desde el cielo. Pero no podrás ir hasta allá, el camino del espacio causa vértigo. Hay nubarrones y tormentas que arrollarían tu cuerpecito de lirio; todo está lleno de hilos invisibles que se buscan y repelen; grandes corrientes mágneticas cortarían el impulso pequeñito de tu fuerza y esviarían el rumbo fatigado de tus plantas.

¿Cuándo llegarías a la estrella de tus sueños? En cada llamita azul te detendrías, y cada copito de movible espuma te llamaría para jugar contigo.









¡Quédate hijo mío! El espacio está lleno de hilos invisibles para impedir tu marcha. Piensa en las cosas de aquí, en las cosas de la tierra que están al alcance de tus manos…

-Pero madre –interrumpióle el niño con la mirada perdida en el vacío-, en la tierra sólo hay espinas y guijarros. Yo jamás he visto brillar una estrellita sobre la arena rubia.

Ella quiso decirle: la luna remoja sus madejas de plata en el lago, y las estrellas también bajan y se adormecen en el cristal rizado de sus ondas… pero; pensó que era más ilusorio y trágico que su niño se hundiera en el lago en pos de la estrellita lejana que brillaba en el alto firmamento; y estrechándolo contra su corazón, dejo escapar de sus labios un arrullo trémulo y rendido que subía por lo desconocido en la fuerza de su oración.

Fuera, el rocío de la noche, seguía salpicando los cristales de la ventana y emperlaban las hojas pálidas de luna.

 

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