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Miedo


Le encontré sobre una piedra del camino. Una vaga penumbra rodeaba su silueta de muchacho fuerte y ágil.

El follaje arrastraba indolente la sombra parda de su espeso regazo; diríase, que algo ascendía o bajaba en el sortilegio de la hora imprecisa, cuando él levanto la cabeza para responderme que no era fatiga ni cansancio lo que le había postrado allí.

-Tengo miedo, miedo de avanzar –repitió-, hay sombras fatídicas que se mueven en la espesura; hay obstáculos que se levantan por doquier; hay voces que se quiebran en el viento y pasos que se apagan en el silencio.

Yo vine por el camino que tú debes recorrer. Mis plantas no están heridas, ni mi mente ofuscada por las visiones que rondan en la sombra.

-Pero, ¿qué visiones son esas? –interrogó nuevamente más alarmado que nunca.

-¡Mira, están allí: son arboles que extienden sus brazos protectores al que pasa; las piedras lisas y musgosas donde apoya su frente el peregrino; la red finísima del viento que baila y canta en la espesura…!

-¿Y esos son los fantasmas que me esperan en el camino?

-Sí; no hay peor fantasma que el miedo, él te ha inmovilizado sobre la piedra e tu cobardía.











La noche que bajaba lenta y densa, fue cubriéndolo todo con su manto. Y envuelto en la sombra, seguro de sí mismo, ágil y fuerte como una afirmación de valor y esperanza, le ví perderse por el camino que yo había dejado atrás.

 

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