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En la Bahía


Muchas de las personas que me leen, han permanecido horas y horas frente al mar; contemplando sobre la línea azul del horizonte, el vuelo de los pájaros marinos.
Velas blancas y rizadas de sol, surgían del espejo líquido y transparente de las aguas. La bahía pintoresca y risueña, era una evocación de encuentros y de rutas ignoradas.

El viento salobre y yodado de la costa, batía las cabelleras hirsutas de los hombres rudos y sencillos que se ocupaban de descargar los barcos. Pocos había en la rada, tal vez por estos tiempos de guerra; pero la afluencia de gente es siempre igual. ¿Qué atracción tan poderosa tiene el mar para el hombre, que sin poseer un barco o proyectar un viaje, viene a su encuentro atraído por el espejismo de sus olas? ¿Será que cada barco lleva o trae una nueva ilusión?

Mientras el sol cabrilleaba sobre las ondas, yo me daba a la tarea de pensar que el hombre es un eterno explorador; primero abrió los caminos en la tierra, después surcó los mares; y ahora, abre rutas en la estratosfera, algún día –tal vez-, descubrirá algún sistema que le permita visitar a Marte. ¡Ah! –me dije- deteniendo el curso de mis propios pensamientos: todos buscamos los puertos para soñar.

Impulsada por la emotividad del paisaje, miré a mí alrededor para exteriorizar mis propias ideas; y a mi lado, estaba el muchacho de aspecto soñador que pasaba horas enteras contemplando el mar.

Al principio, creí que se trataba de un aventurero que esperaba el momento oportuno para emigrar; pero los barcos anclaban y zarpaban nuevamente; y él, permanecía con una llama de inquietud en los ojos devorando el horizonte.










Al fin le interrogué:

-¿Espera Ud. noticias de algún familiar lejano, o viene a respirar el aire puro de l bahía?

-Ni lo uno ni lo otro –me respondió con algo de brisa y ola en su voz-. Yo vengo a este puerto, a admirar las banderas de los barcos. Le sorprende mi respuesta, ¿verdad? Pero la visión inmensa y lejana de la patria que un día abandonamos, se plasma íntegra y pura, en la gracia de una bandera ondulante y risueña. Cada vez que las contemplo en el mástil de un barco, imagino que es un saludo de paz que nos envían los países distantes.

¡Ah, si pudiera hacer de todas una gran bandera! Entonces, no habría guerra en la tierra; porque esa enseña de la Unión Universal, representaría el grande y único destino de los hombres de la tierra…

Él continuaba hablando; pero el viento que venía de la costa azul e imprecisa, recortaba sus palabras y se las llevaba muy lejos. Mientras que el sol, cada vez más alto, prendía en sus ojos una inquietud extraña. Así lo deje esa mañana, estático y soñador contemplando una bandera que se perdía en lontananza.

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