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Los lisiados

Otro interrogante se nos presenta con los seres lisiados, a quienes muchas veces consideramos de sobra en esta vida. Se cuentan por millares los ciegos de nacimiento, los que vinieron al mundo sin extremidades superiores o inferiores, los imperfectos de todas clases y retardados mentales.

¿Dónde está la justicia de Dios con estos seres que no han hecho nada contra nadie? ¿Son más fuertes las leyes de la herencia que todo su inmenso poder? Nadie es capaz de negar el bagaje hereditario que todos traemos a la vida a través del mecanismo sexual. En este punto, la ciencia parece ganarle la batalla a la metafísica, esto es, si no queremos molestarnos en saber más allá de la vida material.

¿Será absolutamente cierto que "toda característica de un individuo solamente puede resultar de una acción recíproca entre la herencia y los factores del ambientes que le rodea"?

Mendel el gran botánico austríaco, estableció estos principios al dedicarse al estudio de la herencia e hibridación de los vegetales. Desde entonces, y desprendiendo de ese punto, se ha avanzado mucho en la observación de las mutaciones biológicas, y no dudamos de Bentley Glass cuando dice que, "como todos los genes derivan de otros genes preexistentes, todos los derivados de un determinado gen serán por tanto análogos".

Ya se ve pues, que no podemos escapar a las leyes de la herencia. Pero nada de esto excluye el concepto que tenemos de la vida espiritual y de la reencarnación. Sencillamente, nos damos cuenta que la armonía se manifiesta y persiste en todos los planos o escalas de la Naturaleza: desde el mineral hasta el hombre, desde lo material hasta lo espiritual.

El espíritu, según su atraso, busca la materia que más le conviene como medio de expiación o para aligerar su karma. Consiste el libre albedrío, en esta inclinación natural al ambiente más apropiado para adquirir la futura experiencia. En la misma forma, que a un chicuelo de siete años, no sele puede ocurrir nunca pedirle a sus padres que lo inscriban en los grados superiores de un colegio; ya que su poca capacidad no le permitiría asimilar las avanzadas lecciones de dichos grados, sin duda, mirará los chicos de su edad, y si le toca decidir por su propia cuenta, optará por quedarse con los de su tamaño.

Después de este razonamiento nos parece inútil preguntar: ¿Qué hay de común entre los genes, la herencia y las leyes evolutivas del espíritu? Simplemente, la atracción, la polaridad magnética de todos los cuerpos, las leyes de afinidad en función de progreso. El espíritu de un hombre de ciencia no puede reencarnar en un motilón u hombre salvaje. I un espíritu elemental, tampoco puede, por su propia cuenta o capricho, animar la materia que quiera. Las leyes cósmicas son tan sutiles que, a pesar de que traducen siempre nuestra voluntad, no son sino el encadenamiento lógico de los hechos sometidos a la ley del ritmo y al eterno proceso de causa y efecto.

Si la materia tuviese su propio gobierno, indiferente e independiente al espíritu: y el espíritu no necesitase de la materia para su evolución, desde luego que, todo concepto de Dios y del progreso sería inútil, porque no existiría la recompensa ni el castigo.

Vivamos -dicen muchos- el reino del materialismo más absoluto, porque en el mundo físico encontramos la explicación de muchas cosas. I después de todo, ese mundo psíquico que no vemos ni palpamos, bien puede ocurrir que no existe.

Otros, al caer en el abismo de la duda se preguntan: ¿Qué función desempeña cada estrella que fulgura en el espacio, late la vida en cada punto luminoso como ocurre en la tierra? ¿Por qué no, qué privilegio tiene el hombre, un ser tan minúsculo, al lado de esos mundos que pueblan el universo?

El mundo físico nos da la explicación de muchas cosas, pero no de todas. Por ello, como el hombre es una partícula de Dios, tiene incesantemente que volver hacia lo infinito.

Planetas, planetas y más planetas: patrias futuras de todos los destinos humanos a través de la gran ronda!

 

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