El Rabel Según...

Alfonso García-oliva


MITOS...


    El rabel no es un instrumento autóctono (es decir, originario del lugar que habita) de Cantabria, ni lo inventaron los árabes, ni tiene dos, o tres cuerdas, ni estas tienen que ser de crin de caballo, o de alambre de freno e bicicleta, ni la tapa del instrumento tiene porqué ser de piel, ni de hojalata, ni de una madera cualquiera. Ni un rabel ha de ser necesariamente tallado a partir de un sólo bloque de madera, ni ésta ser de "verde pino", ni llevar necesariamente tallas decorativas o pirograbados, ni la caja de resonancia tener forma de ocho, ni de óvalo, ni llevar las clavijas de afinación verticales u horizontales. No es un instrumento de pastores, o no sólo de pastores (¿existe algún instrumento exclusivamente pastoril?). Ni ha de ser considerado "con cariño", sino con la cabeza fría y el corazón caliente (si de verdad nos emociona). Tampoco ha de llevar "alma" un rabel (sería un remedo de violín), aunque sí algún tipo de estructura armónica interna, si queremos que sea audible a más de metro y medio. Hay mucho mito en torno al rabel, aquí en Cantabria.

    Pero, ¿qué es un rabel?, ¿Un instrumento musical o un totem? ¿Un símbolo de identidad social? ¿una evocación e imaginada civilización rural que desaparece?. A veces, por querer ser culturalmente originales, olvidamos que hay rabeles por casi todo el Viejo Mundo; que el rabel  fue también instrumento cortesano cuando no había diferencias entre la música de los poderosos y la del pueblo; que la gente olvida en tres generaciones lo que no está documentado, y que así se pierden y reinventan y vuelven a perder materiales y técnicas de fabricación, melodías, recursos expresivos y contextos de uso. Olvidamos que las estéticas también son inducidas por las ideologías y que lo rústico no es lo mismo que lo burdo.

    En realidad, en Cantabria llamamos rabel a todo tipo de violas populares, cuya tradición musical se ha conservado especialmente en los valles altos y que difieren en algunos aspectos de afinación, denominación del instrumento, postura de ejecución y técnica interpretativa según comarcas. A partir de ahí, las diferencias hay que buscarlas más en cada artesano y en cada intérpreta. Y afortunadamente, no hay atisbos de normalización morfológica, que sin duda iría en detrimento de la creatividad propia de los fenómenos relacionados con las culturas de tradición popular.

    Lo que sí sería deseble es un poco más de apertura intelectual, metodología y formación científica a la hora de estudiar sus peculiaridades, técnicas de construcción instrumental, sistemas de enseñanza, documentación de repertorios... El recurso a "en mi pueblo, desde siempre..." o "así lo hacía mi abuelo" no es válido cuando las exigencias actuales son muy diferentes. Además, el abuelo contaba muchas batallas. Y a él quizá se las contaron también. Veremos si esta generación es capaz de no repetir el ciclo mitológico. Ojala.

Alfonso García-Oliva

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