Ciudad Iberoamericana

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"Rimas", de Gustavo Adolfo Becquer (Español. 1836-1870)

 

I

Yo sé un himno gigante y extraño

Que anuncia en la noche del alma una aurora,

Y estas páginas son de ese himno

Cadencias que el aire dilata en las sombras.

 

Yo quisiera escribirlo, del hombre

Domando el rebelde, mezquino idioma,

Con palabras que fuesen a un tiempo

Suspiros y risas, colores y notas.

 

Pero en vano es luchar; que no hay cifra

Capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh hermosa!

Si, teniendo en mis manos las tuyas,

Podría, al oído, cantártelo a solas.

 

 

II

 

Saeta que voladora

Cruza, arrojada al azar,

Y que no se sabe dónde

Temblando se clavará;

 

Hoja que del árbol seca

Arrebata el vendaval,

Y que no hay quien diga el surco

Donde al polvo volverá;

 

Gigante ola que el viento

Riza y empuja en el mar,

Y rueda y pasa y se ignora

Qué playa buscando va;

 

Luz que en cercos temblorosos

Brilla, próxima a expirar

Y que no se sabe de ellos

Cuál el último será;

 

Eso soy yo, que al acaso

Cruzo el mundo, sin pensar

De dónde vengo, ni adónde

Mis pasos me llevarán.

 

 

III

 

Sacudimiento extraño

Que agita las ideas,

Como huracán que empuja

Las olas en tropel;

 

Murmullo que en el alma

Se eleva y va creciendo,

Como el volcán que sordo

Anuncia que va a arder;

 

Deformes siluetas

De seres imposibles;

Paisajes que aparecen

Como al través de un tul;

 

Colores que fundiéndose

Remedan en el aire

Los átomos del iris,

Que nadan en la luz;

 

Ideas sin palabras,

Palabras sin sentido;

Cadencias que no tienen

Ni ritmo ni compás;

 

Memorias y deseos

De cosas que no existen;

Accesos de alegría,

Impulsos de llorar;

 

Actividad nerviosa

Que no halla en qué emplearse;

Sin rienda que lo guíe

Caballo volador;

 

Locura que el espíritu

Exalta y desfallece,

Embriaguez divina

Del genio creador...

¡Tal es la inspiración!

 

Gigante voz que el caos

Ordena en el cerebro,

Y entre las sombras hace

La luz aparecer;

 

Brillante rienda de oro

Que poderosa enfrena

De la exaltada mente

El volador corcel;

 

Hilo de luz que en haces

Los pensamientos ata;

Sol que las nubes rompe

Y toca en el cenit;

 

Inteligente mano,

Que en un collar de perlas

Consigue las indóciles

Palabras reunir;

 

Armonioso ritmo,

Que con cadencia y número

Las fugitivas notas

Encierra en el compás;

 

Cincel que el bloque muerde

La estatua modelando,

Y la belleza plástica

Añade a la ideal;

 

Atmósfera en que giran

Con orden las ideas,

Cual átomos agrupa

Recóndita atracción;

 

Raudal en cuyas ondas

Su sed la fiebre apaga;

Descanso en que el espíritu

Recobra su vigor...

¡Tal es nuestra razón!

 

Con ambas siempre en lucha

Y de ambas vencedor,

Tan sólo al genio es dado

A un yugo atar las dos.

 

 

IV

 

No digáis que agotado su tesoro,

De asuntos falta, enmudeció la lira:

Podrá no haber poetas; pero siempre

Habrá poesía.

 

Mientras las ondas de la luz al beso

Palpiten encendidas;

Mientras el sol las desgarradas nubes

De fuego y oro vista;

 

Mientras el aire en su regazo lleve

Perfumes y armonías;

Mientras haya en el mundo primavera,

¡Habrá poesía!

 

Mientras la humana ciencia no descubra

Las fuentes de la vida,

Y en el mar o en el cielo haya un abismo

Que al cálculo resista;

 

Mientras la humanidad siempre avanzando

No se sepa a dó camina;

Mientras haya un misterio para el hombre,

¡Habrá poesía!

 

Mientras se sienta que se ríe el alma,

Sin que los labios rían;

Mientras se llore sin que el llanto acuda

A nublar la pupila;

 

Mientras el corazón y la cabeza

Batallando prosigan;

Mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡Habrá poesía!

 

Mientras haya unos ojos que reflejen

Los ojos que los miran;

Mientras responda el labio suspirando

Al labio que suspira;

 

Mientras sentirse puedan en un beso

Dos almas confundidas;

Mientras exista una mujer hermosa,

¡Habrá poesía!

 

 

V

 

Epíritu sin nombre,

Indefinible esencia,

Yo vivo con la vida

Sin formas de la idea.

 

Yo nado en el vacío,

Del sol tiemblo en la hoguera,

Palpito entre las sombras

Y floto con las nieblas.

 

Yo soy el fleco de oro

De la lejana estrella;

Yo soy de la alta luna

La luz tibia y serena.

 

Yo soy la ardiente nube

Que en el ocaso ondea;

Yo soy del astro errante

La luminosa estela.

 

Yo soy nieve en las cumbres,

Soy fuego en las arenas,

Azul onda en los mares,

Y espuma en las riberas.

 

En el laúd soy nota,

Perfume en la violeta,

Fugaz llama en las tumbas,

Y en las ruinas hiedra.

 

Yo atrueno en el torrente,

Y silbo en la centella,

Y ciego en el relámpago,

Y rujo en la tormenta.

 

Yo río en los alcores,

Susurro en la alta yerba,

Suspiro en la onda pura,

Y lloro en la hoja seca.

 

Yo ondulo con los átomos

del humo que se eleva

Y al cielo lento sube

En espiral inmensa.

 

Yo, en los dorados hilos

Que los insectos cuelgan,

Me mezclo entre los árboles

En la ardorosa siesta.

 

Yo corro tras las ninfas

Que en la corriente fresca

Del cristalino arroyo

Desnudas juguetean.

 

Yo, en bosques de corales,

Que alfombran blancas perlas,

Persigo en el Océano

Las náyades ligeras.

 

Yo, en las cavernas cóncavas,

Dó el sol nunca penetra,

Mezclándome a los gnomos,

Contemplo sus riquezas.

 

Yo busco de los siglos

Las ya borradas huellas,

Y sé de esos imperios

De que ni el nombre queda.

 

Yo sigo en raudo vértigo

Los mundos que voltean,

Y mi pupila abarca

La Creación entera.

 

Yo sé de esas regiones

A dó un rumor no llega,

Y donde informes astros

De vida un soplo esperan.

 

Yo soy sobre el abismo

El puente que atraviesa;

Yo soy la ignota escala

Que el cielo une a la tierra.

 

Yo soy el invisible

Anillo que sujeta

El mundo de la forma

Al mundo de la idea.

 

Yo, en fin, soy ese espíritu,

Desconocida esencia,

Perfume misterioso

De que es vaso el poeta.

 

 

VI

 

Como la brisa que la sangre orea

Sobre el oscuro campo de batalla,

Cargada de perfumes y armonías

En el silencio de la noche vaga;

 

Símbolo del dolor y la ternura,

Del bardo inglés en el horrible drama,

La dulce Ofelia, la razón perdida,

Cogiendo flores y cantando pasa.

 

 

VII

 

Del salón en el ángulo oscuro,

De su dueña tal vez olvidada,

Silenciosa y cubierta de polvo

Veíase el arpa.

 

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

Como el pájaro duerme en las ramas,

Esperando la mano de nieve

Que sabe arrancarla!

 

¡Ay! -pensé- ¡cuántas veces el genio

Así duerme en el fondo del alma,

Y una voz como Lázaro, espera

Que le diga "¡Levántate y anda!"

 

 

VIII

 

Cuando miro el azul horizonte

Perderse a lo lejos,

Al través de una gasa de polvo

Dorado e inquieto,

Se me antoja posible arrancarme

Del mísero suelo,

Y flotar con la niebla dorada

En átomos leves

Cual ella deshecho.

 

Cuando miro de noche en el fondo

Oscuro del cielo

Las estrellas temblar, como ardientes

Pupilas de fuego,

Se me antoja posible a dó brillan

Subir en un vuelo,

Y anegarme en su luz, y con ellas

En lumbre encendido

Fundirme en un beso.

 

En el mar de la duda en que bogo

Ni aun sé lo que creo;

¡Sin embargo, estas ansias me dicen

Que yo llevo algo

Divino aquí dentro!...

 

 

IX

 

Besa el aura que gime blandamente

Las leves ondas que jugando riza;

El sol besa a la nube en Occidente

Y de púrpura y oro la matiza;

La llama en derredor del trono ardiente

Por besar a otra llama se desliza,

Y hasta el sauce, inclinándose a su peso,

Al río que lo besa, vuelve un beso.

 

Los invisibles átomos del aire

En derredor palpitan y se inflaman;

El cielo se deshace en rayos de oro;

La tierra se estremece alborozada;

Oigo flotando en olas de armonía

Rumor de besos y batir de alas;

Mis párpados se cierran... ¨Qué sucede?

Díme... ¡Silencio! Es el amor que pasa.

 

 

XI

 

-Yo soy ardiente, yo soy morena,

Yo soy el símbolo de la pasión;

De ansia de goces mi alma está llena.

¨A mí me buscas? -No es a ti; no.

 

-Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;

Puedo brindarte dichas sin fin;

Yo de ternura guardo un tesoro.

¨A mí me llamas? -No; no es a ti.

 

-Yo soy un sueño, un imposible,

Vano fantasma de niebla y luz;

Soy incorpórea, soy intangible;

No puedo amarte. -¡Oh, ven, ven tú!

 

 

XII

 

Porque son, niña, tus ojos

Verdes como el mar, te quejas;

Verdes los tienen las náyades,

Verdes los tuvo Minerva,

Y verdes son las pupilas

De las hurís del Profeta.

 

El verde es gala y ornato

Del bosque en la primavera;

Entre los siete colores

Brillante el iris lo ostenta;

Las esmeraldas son verdes,

Verde el color del que espera,

Y las ondas del Océano,

Y el laurel de los poetas.

 

Es tu mejilla temprana

Rosa de escarcha cubierta,

En que el carmín de los pétalos

Se ve al través de las perlas.

Y, sin embargo,

Sé que te quejas

 

Porque tus ojos

Crees que la afean:

Pues no lo creas;

Que parecen sus pupilas,

Húmedas, verdes e inquietas,

Tempranas hojas de almendro,

Que al soplo del aire tiemblan.

 

Es tu boca de rubíes

Purpúrea granada abierta,

Que en el estío convida

A apagar la sed en ella.

Y, sin embargo

Sé que te quejas,

Porque tus ojos

Crees que la afean;

Pues no lo creas:

Que parecen, si enojada

Tus pupilas centellean,

Las olas del mar que rompen

En las cantábricas peñas.

 

Es tu frente, que corona

Crespo el oro en ancha trenza,

Nevada cumbre en que el día

Su postrera luz refleja.

Y, sin embargo

Sé que te quejas,

Porque tus ojos

Crees que la afean:

Pues no lo creas;

Que, entre las rubias pestañas,

Junto a las sienes semejan

Broches de esmeralda y oro,

Que un blanco armiño sujetan.

 

Porque son, niña, tus ojos

Verdes como el mar, te quejas...;

Quizás, si negros o azules

Se tornasen, lo sintieras.

 

 

XIII

 

Tu pupila es azul, y, cuando ríes,

Su claridad suave me recuerda

El trémulo fulgor de la mañana

Que en el mar se refleja.

 

Tu pupila es azul, y, cuando lloras,

Las transparentes lágrimas en ella

Se me figuran gotas de rocío

Sobre una violeta.

 

Tu pupila es azul, y, si en su fondo

Como un punto de luz radia una idea,

Me parece en el cielo de la tarde

¡Una perdida estrella!

 

 

XIV

 

Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,

La imagen de tus ojos se quedó,

Como la mancha oscura, orlada en fuego,

Que flota y ciega, si se mira al sol.

 

Adonde quiera que la vista clavo,

Torno a ver tus pupilas llamear;

Y no te encuentro a ti, no; es tu mirada:

Unos ojos, los tuyos, nada más.

 

De mi alcoba en el ángulo los miro,

Desasidos fantásticos lucir;

Cuando duermo los siento que se ciernen

De par en par abiertos sobre mí.

 

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche

Llevan al caminante a perecer:

Yo me siento arrastrado por tus ojos,

Pero adónde me arrastran, no lo sé.

 

 

XV

 

Cendal flotante de leve bruma,

Rizada cinta de blanca espuma,

Rumor sonoro

De arpa de oro,

Beso del aura, onda de luz:

Eso eres tú.

 

Tú, sombra aérea, que cuantas veces

Voy a tocarte, te desvaneces

Como la llama, como el sonido,

Como la niebla, como el gemido

Del lago azul.

 

En mar sin playas onda sonante,

En el vacío cometa errante,

Largo lamento

Del ronco viento,

Ansia perpetua de algo mejor:

Eso soy yo.

 

¡Yo, que a tus ojos en mi agonía

Los ojos vuelvo de noche y día;

Yo, que incansable corro y demente

Tras una sombra, tras la hija ardiente

De una visión!

 

 

XVI

 

Si al mecer las azules campanillas

De tu balcón,

Crees que suspirando pasa el viento

Murmurador,

Sabe que, oculto entre las verdes hojas,

Suspiro yo.

 

Si al resonar confuso en tus espaldas

Vago rumor.

Crees que por tu nombre te ha llamado

Lejana voz.

Sabe que, entre las sombras que te cercan,

Te llamo yo.

 

Si se turba medroso en la alta noche

Tu corazón,

Al sentir en tus labios un aliento

Abrasador

Sabe que, aunque invisible, al lado tuyo

Respiro yo.

 

 

XVII

 

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;

Hoy llega al fondo de mi alma el sol;

Hoy la he visto... la he visto y me ha mirado...

¡Hoy creo en Dios!

 

 

XVIII

 

Fatigada del baile,

Encendido el color, breve el aliento,

Apoyada en mi brazo,

Del salón se detuvo en un extremo.

 

Entre la leve gasa

Que levantaba el palpitante seno,

Una flor se mecía

En compasado y dulce movimiento.

 

Como en cuna de nácar

Que empuja el mar y que acaricia el céfiro,

Dormir parecía al blando

Arrullo de sus labios entreabiertos.

 

- ¡Oh! ¡Quién así -pensaba-

Dejar pudiera deslizarse el tiempo!

¡Oh, si las flores duermen,

Qué dulcísimo sueño!

 

 

XIX

 

Cuando sobre el pecho inclinas

La melancólica frente,

Una azucena tronchada

Me paleces.

 

Porque al darte la pureza,

De que es símbolo celeste,

Como a ella, te hizo Dios

De oro y nieve.

 

 

XX

 

Sabe, si alguna vez tus labios rojos

Quema invisible atmósfera abrasada,

Que el alma que hablar puede con los ojos,

También puede besar con la mirada.

 

 

XXI

 

-¨Qué es poesía? -dices mientras clavas

En mi pupila tu pupila azul;

¨Qué es poesía? ¨Y tú me lo preguntas?

Poesía... ¡eres tú!

 

 

XXII

 

¨Cómo vive esa rosa que has prendido

junto a tu corazón?

Sobre un volcán, hasta encontrarla ahora,

Nunca he visto una flor.

 

 

XXIII

 

Por una mirada, un mundo;

Por una sonrisa, un cielo;

Por un beso... ¡yo no sé

Qué te diera por un beso!

 

 

XXIV

 

Dos rojas lenguas de fuego

Que, a un mismo tronco enlazadas,

Se aproximan, y al besarse

Forman una sola llama;

 

Dos notas que del laúd

A un tiempo la mano arranca,

Y en el espacio se encuentran

Y armoniosas se abrazan;

 

Dos olas que vienen juntas

A morir sobre una playa,

Y que al romper se coronan

Con un penacho de plata;

 

Dos jirones de vapor

Que del lago se levantan,

Y al reunirse en el cielo

Forman una nube blanca;

 

Dos ideas que al par brotan,

Dos besos que a un tiempo estallan,

Dos ecos que se confunden...

Eso son nuestras dos almas.

 

 

XXV

 

Cuando en la noche te envuelven

Las alas de tul del sueño,

Y tus tendidas pestañas

Semejan arcos de ébano;

Por escuchar los latidos

De tu corazón inquieto

Y reclinar tu dormida

Cabeza sobre mi pecho,

Diera, alma mía,

Cuanto poseo:

¡La luz, el aire

Y el pensamiento!

 

Cuando se clavan tus ojos

En un invisible objeto,

Y tus labios ilumina

De una sonrisa el reflejo;

Por leer sobre tu frente

El callado pensamiento

Que pasa como la nube

Del mar sobre el ancho espejo,

Diera, alma mía,

Cuanto deseo:

¡La fama, el oro,

La gloria, el genio!

 

Cuando enmudece tu lengua

Y se apresura tu aliento,

Y tus mejillas se encienden,

Y entornas tus ojos negros;

Por ver entre tus pestañas

Brillar con húmedo fuego

La ardiente chispa que brota

Del volcán de los deseos,

Diera, alma mía,

Por cuanto espero,

¡La fe, el espíritu,

La tierra, el cielo!

 

 

XXVI

 

Voy contra mi interés al confesarlo;

No obstante, amada mía

Pienso, cual tú, que una oda sólo es buena

De un billete de Banco al dorso escrita.

No faltará algún necio que al oírlo

Se haga cruces y diga:

"Mujer al fin del siglo diez y nueve.

Material y prosaica..." ¡Bobería!

¡Voces que hacen correr cuatro poetas

Que en invierno se embozan con la lira!

¡Ladridos de los perros a la luna!

Tú sabes y yo sé que en esta vida,

Con genio, es muy contado el que la escribe,

Y, con oro, cualquiera hace poesía.

 

 

XXVII

 

 

 

Despierta, tiemblo al mirarte;

Dormida, me atrevo a verte;

Por eso, alma de mi alma,

Yo velo mientras tú duermes.

 

Despierta, ríes, y, al reír, tus labios

Inquietos me parecen

Relámpagos de grana que serpean

Sobre un cielo de nieve.

 

Dormida, los extremos de tu boca

Pliega sonrisa leve,

Suave como el rastro luminoso

Que deja un sol que muere...

-¡Duerme!

 

Despierta, miras, y, al mirar, tus ojos

Húmedos resplandecen

Como la onda azul, en cuya cresta

Chispeando el sol hiere.

 

Al través de tus párpados, dormida,

Tranquilo fulgor viertes,

Cual derrama de luz templado rayo

Lámpara transparente...

-¡Duerme!

 

Despierta, hablas, y, al hablar, vibrantes

Tus palabras parecen

Lluvia de perlas que en dorada copa

Se derrama a torrentes.

 

Dormida, en el murmullo de tu aliento,

Acompasado y tenue,

Escucho yo un poema que mi alma

Enamorada entiende...

-¡Duerme!

 

Sobre el corazón la mano

Me he puesto, porque no suene

Su latido, y de la noche

Turbe la calma solemne.

 

De tu balcón las persianas

Cerré ya, porque no entre

El resplandor enojoso

De la aurora, y te despierte...

-¡Duerme!

 

 

XXVIII

 

Cuando entre la sombra oscura

Perdida una voz murmura

Turbando su triste calma,

Si en el fondo de mi alma

La oigo dulce resonar;

Díme: ¨es que el viento en sus giros

Se queja, o que tus suspiros

Me hablan de amor al pasar?

 

Cuando el sol en mi ventana

Rojo brilla a la mañana,

Y mi amor tu sombra evoca,

Si en mi boca de otra boca

Sentir creo la impresión;

Díme: ¨es que ciego deliro

O que un beso en un suspiro

Me envía tu corazón?

 

Si en el luminoso día

y en la alta noche sombría;

Si en todo cuanto rodea

Al alma que te desea

Te Creo sentir y ver;

Díme: ¨es que toco y respiro

Soñando, o que en un suspiro

Me das tu aliento a beber?

 

 

XXIX

 

Sobre la falda tenía

El libro abierto;

En mi mejilla tocaban

Sus rizos negros;

No veíamos las letras

Ninguno, creo;

Mas guardábamos entrambos

Hondo silencio.

¨Cuánto duró? Ni aun entonces

Pude saberlo.

Solo sé que no oía

Más que el aliento,

Que apresurado escapaba

Del labio seco.

Sólo sé que nos volvimos

Los dos a un tiempo.

Y nuestros ojos se hallaron,

Y sonó un beso.

 

Creación de Dante era el libro,

Era su Infierno.

Cuando a él bajamos los ojos,

Yo dije trémulo:

-¨Comprendes ya que un poema

Cabe en un verso?

Y ella respondió encendida:

-¡Ya lo comprendo!

 

 

XXX

 

Asomaba a sus ojos una lágrima

Y a mi labio una frase de perdón;

Habló el orgullo y se enjugó su llanto,

Y la frase en mis labios expiró.

 

Yo voy por un camino, ella por otro;

Pero al pensar en nuestro mutuo amor,

Yo digo aún: "¨Por qué callé aquel día?"

Y ella dirá: "¨Por qué no lloré yo?"

 

 

XXXI

 

Nuestra pasión fue un trágico sainete

En cuya absurda fábula

Lo cómico y lo grave confundidos

Risas y llanto arrancan

 

Pero fue lo peor de aquella historia

Que, al fin de la jornada,

A ella tocaron lágrimas y risas,

¡Y a mí sólo las lágrimas!

 

 

XXXII

 

Pasaba arrolladora en su hermosura,

Y el paso le dejé;

Ni aun a mirarla me volví, y no obstante

Algo a mi oído murmuró "Esa es".

 

¨Quién reunió la tarde a la mañana?

Lo ignoro; sólo sé

Que en una breve noche de verano

Se unieron los crepúsculos, y... "fue".

 

 

XXXIII

 

Es cuestión de palabras, y no obstante

Ni tú ni yo jamás,

Después de lo pasado, convendremos

En quién la culpa está.

 

¡Lástima que el amor un diccionario

No tenga dónde hallar

Cuándo el orgullo es simplemente orgullo,

Y cuándo es dignidad!

 

 

XXXIV

 

Cruza callada, y son sus movimientos

Silenciosa armonía;

Suenan sus pasos y al sonar recuerdan

Del himno alado la cadencia rítmica.

 

Los ojos entreabre, aquellos ojos

Tan claros como el día;

Y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,

Arden con nueva luz en sus pupilas.

 

Ríe, y su carcajada tiene notas

Del agua fugitiva:

Llora, y es cada lágrima un poema

De ternura infinita.

 

Ella tiene la luz, tiene el perfume,

El color y la línea,

La forma, engendradora de deseos,

La expresión, fuente eterna de poesía.

 

¨Que es estúpida?... ¡Bah!, mientras callando,

Guarde oscuro el enigma,

Siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla

Más que lo que cualquiera otra me diga.

 

 

XXXV

 

¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día

Me admiró tu cariño mucho más;

Porque lo que hay en mí que vale algo,

Eso... ¡ni lo pudiste sospechar!

 

 

XXXVI

 

Si de nuestros agravios en un libro

Se escribiese la historia,

Y se borrase en nuestras almas cuanto

Se borrase en sus hojas;

 

Te quiero tanto aún, dejó en mi pecho

Tu amor huellas tan hondas,

Que sólo con que tú borrases una,

¡Las borraba yo todas!

 

 

XXXVII

 

Antes que tú me moriré: escondido

En las entrañas ya

El hierro llevo con que abrió tu mano

La ancha herida mortal.

 

Antes que tú me moriré: y mi espíritu,

En su empeño tenaz,

Se sentará a las puertas de la muerte

Que llames a esperar.

 

Con las horas los días, con los días

Los años volarán,

Y a aquella puerta llamarás al cabo...

¨Quién deja de llamar?

 

Entonces, que tu culpa y tus despojos

La tierra guardará,

Lavándote, en las ondas de la muerte

Como en otro Jordán;

 

Allí, donde el murmullo de la vida

temblando a morir va,

Como la ola que a la playa viene

Silenciosa a expirar;

 

Allí, donde el sepulcro que se cierra

Abre una eternidad...

¡Todo lo que los dos hemos callado

Allí lo hemos de hablar!

 

 

XXXVIII

 

Los suspiros son aire y van al aire,

Las lágrimas son agua y van al mar.

Díme, mujer: cuando el amor se olvida,

¨Sabes tú adónde va?

 

 

XXXIX

 

¨A qué me lo decis? Lo sé: es mudable,

Es altanera y vana y caprichosa;

Antes que el sentimiento de su alma,

Brotará el agua de la estéril roca.

 

Sé que en su corazón, nido de sierpes,

No hay una fibra que al amor responda;

Que es una estatua inanimada... pero...

¡Es tan hermosa!

 

 

XL

 

Su mano entre mis manos,

Sus ojos en mis ojos,

La amorosa cabeza

Apoyada en mi hombro,

¡Dios sabe cuántas veces,

Con paso perezoso,

Hemos vagado juntos

Bajo los altos olmos

Que de su casa prestan

Misterio y sombra al pórtico!

 

Y ayer... un año apenas,

Pasado como un soplo,

Con qué exquisita gracia,

Con qué admirable aplomo,

Me dijo, al presentarnos

Un amigo oficioso:

-Creo que en alguna parte

He visto a usted. -¡Ah! bobos,

Que sois de los salones

Comadres de buen tono,

 

Y andáis por allí a caza

De galantes embrollos:

¡Que historia habéis perdido!

¡Qué manjar tan sabroso

Para ser devorado

Sotto voce en un corro,

Detrás del abanico

De plumas y de oro!

 

¡Discreta y casta luna,

Copudos y altos olmos,

Paredes de su casa,

Umbrales de su pórtico,

Callad, y que el secreto

No salga de vosotros!

Callad; que por mi parte

Lo he olvidado todo:

Y ella... ella... ¡no hay máscara

Semejante a su rostro!

 

 

 

XLI

 

Tú eras el huracán, y yo la alta

Torre que desafía su poder:

¡Tenías que estrellarte o que abatirme!...

¡No podía ser!

 

Tú eras el Oceano y yo la enhiesta

Roca que firme aguarda su vaivén;

¡Tenías que romperte o que arrancarme!...

¡No podía ser!

 

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados

Uno a arrollar, el otro a no ceder;

La senda estrecha, inevitable el choque...

¡No podía ser!

 

 

XLII

 

Cuando me lo contaron sentí el frío

De una hoja de acero en las entrañas;

Me apoyé contra el muro, y un instante

La conciencia perdí de dónde estaba.

 

Cayó sobre mi espíritu la noche;

En ira y en piedad se anegó el alma...

¡Y se me reveló por qué se llora,

Y comprendí una vez por qué se mata!

 

Pasó la nube de dolor... Con pena

Logré balbucear unas palabras...

¨Y qué había que hacer? Era un amigo...

¡Me había hecho un favor!... Le di las gracias.

 

 

XLIII

 

Dejé la luz a un lado, y en el borde

De la revuelta cama me senté,

Mudo, sombrío, la pupila inmóvil

Clavada en la pared.

 

¨Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme

La embriaguez horrible del dolor,

Expiraba la luz, y en mis balcones

Reía el sol.

 

Ni sé tampoco en tan horribles horas

En qué pénsaba o qué pasó por mí;

Sólo recuerdo que lloré y maldije,

Y que en aquella noche envejecí.

 

 

XLIV

 

Como en un libro abierto

Leo de tus pupilas en el fondo;

¨A qué fingir el labio

Risas que se desmienten en los ojos?

 

¡Llora! No te avergences

De confesar que me has querido un poco.

¡Llora! Nadie nos mira.

Ya ves: yo soy un hombre... ¡y también lloro!

 

 

XLV

 

En la clave del arco ruinoso,

Cuyas piedras el tiempo enrojeció,

Obra de un cincel rudo, campeaba

El gótico blasón.

 

Penacho de su yelmo de granito,

La hiedra que colgaba en derredor

Daba sombra al escudo, en que una mano

Tenía un corazón.

 

A contemplarlo en la desierta plaza

Nos paramos los dos:

Y "Ese -me dijo- es el cabal emblema

De mi constante amor".

 

¡Ay! es verdad lo que me dijo entonces:

Verdad que el corazón

Lo llevará en la mano... en cualquier parte...

Pero en el pecho, no.

 

 

XLVI

 

Me ha herido recatándose en las sombras,

Sellando con un beso su traición.

Los brazos me echó al cuello, y por la espalda

Partióme a sangre fría el corazón.

 

Y ella prosigue alegre su camino,

Feliz, risueña, impávida; ¨y por qué?

Porque no brota sangre de la herida...

¡Porque el muerto está en pie!

 

 

XLVII

 

Yo me he asomado a las profundas simas

De la tierra y del cielo.

Y les he visto el fin o con los ojos

O con el pensamiento.

 

Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo

Y me incliné un momento,

Y mi alma y mis ojos se turbaron:

¡Tan hondo era y tan negro!

 

 

XLVIII

 

Como se arranca el hierro de una herida,

Su amor de las entrañas me arranqué,

Aunque sentí al hacerlo que la vida

Me arrancaba con él.

 

Del altar que le alcé en el alma mía

La voluntad su imagen arrojó,

Y la luz de la fe que en ella ardía

Ante el ara desierta se apagó.

 

Aun turbando en la noche el firme empeño

Viene en la idea su visión tenaz...

¡Cuándo podré dormir con ese sueño

En que acaba el soñar!

 

 

XLIX

 

Alguna vez la encuentro por el mundo

Y pasa junto a mí;

Y pasa sonriéndose, y yo digo:

¨Cómo puede reír?

 

Luego asoma a mi labio otra sonrisa,

Máscara del dolor,

Y entonces pienso: -¡Acaso ella se ríe

Como me río yo!

 

 

L

 

Lo que el salvaje que con torpe mano

Hace de un tronco a su capricho un dios,

Y luego ante su sombra se arrodilla,

Eso hicimos tú y yo.

 

Dimos formas reales a un fantasma,

De la mente ridícula invención,

Y hecho el ídolo ya, sacrificamos

En su altar nuestro amor.

 

 

LI

 

De lo poco de vida que me resta

Diera con gusto los mejores años,

Por saber lo que a otros

De mí has hablado.

 

Y esta vida mortal... y de la eterna

Lo que me toque, si me toca algo,

Por saber lo que a solas

De mí has pensado.

 

 

LII

 

Olas gigantes que os rompéis bramando

En las playas desiertas y remotas,

Envuelto entre las sábanas de espuma,

¡Llevadme con vosotras!

 

Ráfagas de huracán, que arrebatáis

Del alto bosque las marchitas hojas,

Arrastrado en el ciego torbellino

¡Llevadme con vosotras!

 

Nubes de tempestad, que rompe el rayo

Y en fuego encienden las sangrientas orlas,

Arrebatado entre la niebla oscura,

¡Llevadme con vosotras!

 

Llevadme, por piedad, adonde el vértigo

Con la razón me arranque la memoria...

¡Por piedad!... Tengo miedo de quedarme

Con mi dolor a solas!

 

 

LIII

 

Volverán las oscuras golondrinas

En tu balcón sus nidos a colgar,

Y otra vez con el ala a sus cristales

Jugando llamarán;

 

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

Tu hermosura y mi dicha a contemplar,

Aquellas que aprendieron nuestros nombres...

Esas... ¡no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

De tu jardín las tapias a escalar

Y otra vez a la tarde, aun más hermosas,

Sus flores se abrirán;

 

Pero aquellas, cuajadas de rocío

Cuyas gotas mirábamos temblar

Y caer, como lágrimas del día...

Esas... ¡no volverán!

 

Volverán del amor en tus oídos

Las palabras ardientes a sonar;

Tu corazón de su profundo sueño

Tal vez despertará;

 

Pero mudo y absorto y de rodillas.

Como se adora a Dios ante su altar,

Como yo te he querido... desengáñate,

¡Así no te querrán!

 

 

LIV

 

Cuando volvemos las fugaces horas

Del pasado a evocar,

Temblando brilla en sus pestañas negras

Una lágrima pronta a resbalar.

 

Y al fin resbala, y cae como gota

De rocío, al pensar

Que, cual hoy por ayer, por hoy mañana,

Volveremos los dos a suspirar.

 

 

LV

 

Entre el discorde estruendo de la orgía

Acarició mi oído,

Como nota de música lejana,

El eco de un suspiro.

 

El eco de un suspiro que conozco,

Formado de un aliento que he bebido,

Perfume de una flor, que oculta crece

En un claustro sombrío.

 

Mi adorada de un día, cariñosa,

-¨En qué piensas? -me dijo.

-En nada... -¨En nada y lloras? -Es que tengo

Alegre la tristeza y triste el vino.

 

 

LVI

 

Hoy como ayer, mañana como hoy,

Y ¡siempre igual!

Un cielo gris, un horizonte eterno,

Y ¡andar... andar!

 

Moviéndose a compás, como una estúpida

Máquina, el corazón;

La torpe inteligencia, del cerebro

Dormida en un rincón.

 

El alma, que ambiciona un paraíso,

Buscándolo sin fe;

Fatiga sin objeto, ola que rueda

Ignorando por qué.

 

Voz que incesante con el mismo tono

Canta el mismo cantar;

Gota de agua monótona que cae,

Y cae sin cesar.

 

Así van deslizándose los días

Unos de otros en pos,

Hoy lo mismo que ayer, probablemente

Mañana como hoy.

 

¡Ay!, a veces me acuerdo suspirando

Del antiguo sufrir...

Amargo es el dolor; pero siquiera

¡Padecer es vivir!

 

 

LVII

 

Este armazón de huesos y pellejo,

De pasear una cabeza loca

Cansado se halla al fin, y no lo extraño;

Porque aunque es la verdad que no soy viejo,

De la parte de vida que me toca

En la vida del mundo, por mi daño

He hecho un uso tal, que juraría

Que he condensado un siglo en cada día.

 

Así, aunque ahora muriera,

No podría decir que no he vivido;

Que el sayo, al parecer nuevo por fuera,

Conozco que por dentro ha envejecido.

 

Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!

Harto lo dice ya mi afán doliente;

Que hay dolor que, al pasar, su horrible huella

Graba en el corazón, si no en la frente.

 

 

LVIII

 

¨Quieres que de ese néctar delicioso

No te amargue la hez?

Pues aspíralo, acércalo a tus labios,

Y déjalo después.

 

¨Quieres que conservemos una dulce

Memoria de este amor?

Pues amémonos hoy mucho, y mañana

Digámonos ¡adiós!

 

 

LIX

 

Yo sé cual el objeto

De tus suspiros es;

Yo conozco la causa de tu dulce

Secreta languidez,

¨Te ríes?... Algún día

Sabrás, niña, por qué:

Tú lo sabes apenas,

Y yo lo sé.

 

Yo sé cuando tú sueñas,

Y lo que en sueños ves;

Como en un libro puedo lo que callas

En tu frente leer.

¨Te ríes...? Algún día

Sabrás, niña, por qué:

Tú lo sabes apenas,

Y yo lo sé.

 

Yo sé por qué sonríes

Y lloras a la vez;

Yo penetro en los senos misteriosos

De tu alma de mujer.

¨Te ríes ... ? Algún día,

Sabrás, niña, por qué:

Mientras tú sientes mucho y nada sabes,

Yo, que no siento ya, todo lo sé.

 

 

LX

 

Mi vida es un erial:

Flor que toco se deshoja;

Que, en mi camino fatal,

Alguien va sembrando el mal

Para que yo lo recoja.

 

 

LXI

 

Al ver mis horas de fiebre

E insomnio lentas pasar,

A la orilla de mi lecho,

¨Quién se sentará?

 

Cuando la trémula mano

Tienda, próximo a expirar,

Buscando una mano amiga,

¨Quién la estrechará?

 

Cuando la muerte vidríe

De mis ojos el cristal,

Mis párpados aún abiertos,

¨Quién los cerrará?

 

Cuaudo la campana suene

(Si suena en mi funeral),

Una oración al oírla,

¨Quién murmurará?

 

Cuando mis pálidos restos

Oprima la tierra ya,

Sobre la olvidada fosa,

¨Quién vendrá a llorar?

 

¨Quién, en fin, al otro día,

Cuando el sol vuelva a brillar,

De que pasé por el mundo,

¨Quién se acordará?

 

 

LXII

 

Primero es un albor trémulo y vago,

Raya de inquieta luz que corta el mar;

Luego chispea, crece y se difunde

En gigante explosión de claridad.

 

La brilladora lumbre es la alegría;

La temerosa sombra es el pesar;

¡Ay!, en la oscura noche de mi alma

¨Cuándo amanecerá?

 

 

LXIII

 

Como enjambre de abejas irritadas,

De un oscuro rincón de la memoria

Salen a perseguirme los recuerdos

De las pasadas horas.

 

Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!

Me rodean, me acosan,

Y unos tras otros a clavarme vienen

El agudo aguijón que el alma encona.

 

 

LXIV

 

Como guarda el avaro su tesoro,

Guardaba mi dolor;

Le quería probar que hay algo eterno

A la que eterno me juró su amor.

 

Mas hoy lo llamo en vano, y oigo al tiempo

Que lo acabó, decir:

-¡Ah, barro miserable, eternamente

No podrás ni aun sufrir!

 

 

LXV

 

Llegó la noche y no encontré un asilo;

¡Y tuve sed!... Mis lágrimas bebí;

¡Y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos

Cerré para morir!

 

¨Estaba en un desierto? Aunque a mi oído

De las turbas llegaba el ronco hervir,

Yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba

Desierto... para mí!

 

 

LXVI

 

¨De dónde vengo?... El más horrible y áspero

De los senderos busca;

Las huellas de unos pies ensangrentados

Sobre la roca dura;

Los despojos de un alma hecha jirones

En las zarzas agudas,

Te dirán el camino

Que conduce a mi cuna.

 

¨A dónde voy? El más sombrío y triste

De los páramos cruza;

Valle de eternas nieves y de eternas

Melancólicas brumas.

En donde esté una piedra solitaria

Sin inscripción alguna,

Donde habite el olvido,

Allí estará mi tumba.

 

 

LXVII

 

¡Qué hermoso es ver el día

Coronado de fuego levantarse,

Y a su beso de lumbre

Brillar las olas y encenderse el aire!

 

¡Qué hermoso es, tras la lluvia

Del triste otoño en la azulada tarde,

De las húmedas flores

El perfume beber hasta saciarse!

 

¡Qué hermoso es, cuando en copos

La blanca nieve silenciosa cae,

De las inquietas llamas

Ver las rojizas lenguas agitarse!

 

¡Qué hermoso es, cuando hay sueño,

Dormir bien... y roncar como un sochantre...

Y comer... y, engordar!... ¡y qué fortuna

Que esto sólo no baste!

 

 

LXVIII

 

No sé lo que he soñado

En la noche pasada;

Triste, muy triste debió ser el sueño,

Pues despierto la angustia me duraba.

 

Noté, al incorporarme,

Húmeda la almohada,

Y por primera vez sentí, al notarlo,

De un amargo placer henchirse el alma.

 

Triste cosa es el sueño

Que llanto nos arranca.

Mas tengo en mi tristeza una alegría...

¡Sé que aún me quedan lágrimas!

 

 

LXIX

 

Al, brillar un relámpago nacemos,

Y aún dura su fulgor cuando morimos:

¡Tan corto es el vivir!

 

La gloria y el amor tras que corremos,

Sombras de un sueño son que perseguimos:

¡Despertar es morir!

 

 

LXX

 

¡Cuantas veces al pie de las musgosas

Paredes que la guardan,

Oí la esquila que al mediar la noche

A los maitines llama!

 

¡Cuántas veces trazó mi silueta

La luna plateada,

Junto a la del ciprés que de su huerto

Se asoma por las tapias!

 

Cuando en sombras la iglesia se envolvía,

De su ojiva calada,

¡Cuántas veces temblar sobre los vidrios

Vi el fulgor de la lámpara!

 

Aunque el viento en los ángulos oscuros

De la torre silbara,

Del coro entre las voces percibía

Su voz vibrante y clara.

 

En las noches de invierno, si un medroso

Por la desierta plaza

Se atrevía a cruzar, al divisarme,

El paso aceleraba.

 

Y no faltó una vieja que en el torno

Dijese, a la mañana,

Que de algún sacristán muerto en pecado

Acaso era yo el alma.

 

A oscuras conocía los rincones

Del atrio y la portada;

De mis pies las ortigas que allí crecen

Las huellas tal vez guardan.

 

Los búhos, que espantados me seguían

Con sus ojos de llamas,

Llegaron a mirarme, con el tiempo,

Como a un buen camarada.

 

A mi lado sin miedo los reptiles

Se movían a rastras;

¡Hasta los mudos santos de granito

Creo que me saludaban!

 

 

LXXI

 

No dormía; vagaba en ese limbo

En que cambian de forma los objetos,

Misteriosos espacios que separan

La vigilia del sueño.

 

Las ideas, que en ronda silenciosa

Daban vueltas en torno a mi cerebro.

Poco a poco en su danza se movían

Con un compás más lento.

 

De la luz que entra al alma por los ojos,

Los párpados velaban el reflejo;

Pero otra luz el mundo de visiones

Alumbraba por dentro.

 

En este punto resonó en mi oído

Un rumor semejante al que en el templo

Vaga confuso, al terminar los fieles

Con su Amén sus rezos.

 

Y oí como una voz delgada y triste

Que por mi nombre me llamó a lo lejos,

Y sentí olor a cirios apagados,

De humedad y de incienso.

 

Entró la noche, y del olvido en brazos

Caí, cual piedra, en su profundo seno;

No obstante, al despertar exclamé: "¡Alguien

Que yo quería ha muerto!"

 

 

LXXII

 

PRIMERA VOZ

 

-Las ondas tienen vaga armonía,

Las violetas suave olor,

Brumas de plata la noche fría,

Luz y oro el día,

Yo algo mejor:

¡Yo tengo Amor!

 

SEGUNDA VOZ

 

-Aura de aplausos, nube radiosa,

Ola de envidia que besa el pie,

Isla de sueños donde reposa

El alma ansiosa,

¡Dulce embriaguez

La Gloria es!

 

TERCERA VOZ

 

-Ascua encendida es el tesoro,

Sombra que huye la vanidad,

Todo es mentira: la gloria, el oro.

Lo que yo adoro

Sólo es verdad:

¡La Libertad!

 

Así los barqueros pasaban cantando

La eterna canción,

Y al golpe del remo saltaba la espuma

Y heríala el sol.

 

-¨Te embarcas? -gritaban; y yo sonriendo

Les dije al pasar:

-Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo

La ropa en la playa tendida a secar.

 

 

LXXIII

 

Cerraron sus ojos

Que aún tenía abiertos;

Taparon su cara

Con un blanco lienzo;

Y unos sollozando,

Otros en silencio,

De la triste alcoba

Todos se salieron.

 

La luz, que en un vaso

Ardía en el suelo,

Al muro arrojaba

La sombra del lecho;

entre aquella sombra

Veíase, a intervalos,

Dibujarse rígida

La forma del cuerpo.

 

Despertaba el día,

Y a su albor primero,

Con sus mil ruidos

Despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste

De vida y misterios,

De luz y tinieblas,

Yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

Se quedan los muertos!

 

De la casa en hombros

Lleváronla al templo,

Y en una capilla

Dejaron el féretro.

Allí rodearon

Sus pálidos restos

De amarillas velas

Y de paños negros.

 

Al dar de las ánimas

El toque postrero,

Acabó una vieja

Sus últimos rezos;

Cruzó la ancha nave,

Las puertas gimieron,

Y el santo recinto

Quedóse desierto.

 

De un reloj se oía

Compasado el péndulo,

Y de algunos cirios

El chisporroteo.

Tan medroso y triste,

Tan oscuro y yerto

Todo se encontraba...

Que pensé un momento:

Dios mío, qué solos

Se quedan los muertos!

 

De la alta campana

La lengua de hierro

Le dio, volteando,

Su adiós lastimero.

El luto en las ropas,

Amigos y deudos

Cruzaron en fila,

Formando el cortejo.

 

Del último asilo,

Oscuro y estrecho,

Abrió la piqueta

El nicho a un extremo.

Allí la acostaron.

Tapiáronle luego

Y con un saludo

Despidióse el duelo.

 

La piqueta al hombro,

El sepulturero,

Cantando entre dientes,

Se perdió a lo lejos.

La noche se entraba,

El sol se había puesto;

Perdido en las sombras,

Medité un momento:

¡Dios mío, qué solos

Se quedan los muertos!

 

En las largas noches

Del helado invierno,

Cuando las maderas

Crujir hace el viento

Y azota los vidrios

El fuerte aguacero,

De la pobre niña

A veces me acuerdo.

 

Allí cae la lluvia

Con un son eterno,

Allí la combate

El soplo del cierzo.

Del húmedo muro

Tendida en el hueco,

¡Acaso de frío

Se hielan sus huesos!...

 

¨Vuelve el polvo al polvo?

¨Vuela el alma al cielo?

¨Todo es, sin espíritu,

Podredumbre y cieno?

¡No sé; pero hay algo

Que explicar no puedo,

Algo que repugna,

Aunque es fuerza hacerlo,

A dejar tan tristes,

Tan solos, los muertos!

 

 

LXXIV

 

Las ropas desceñidas,

Desnudas las espadas,

En el dintel de oro de la puerta

Dos ángeles velaban.

 

Me aproximé a los hierros

Que defienden la entrada,

Y de las dobles rejas en el fondo

La vi confusa y blanca.

 

La vi como la imagen

Que en un ensueño pasa,

Como un rayo de luz tenue y difuso

Que entre tinieblas nada.

 

Me sentí de un ardiente

Deseo llena el alma:

¡Cómo atrae un abismo, aquel misterio

Hacia sí me arrastraba!

 

Mas ¡ay! que de los ángeles

Parecían decirme las miradas:

-¡El umbral de esta puerta

Sólo Dios lo traspasa!

 

 

LXXV

 

¨Será verdad que, cuando toca el sueño

con sus dedos de rosa nuestros ojos,

De la cárcel que habita huye el espíritu

En vuelo presuroso?

 

¨Será verdad que, huésped de las nieblas,

De la brisa nocturna al tenue soplo,

Alado sube a la región vacía

A encontrarse con otros?

 

¨Y allí, desnudo de la humana forma,

Allí, los lazos terrenales rotos,

Breves horas habita de la idea

El mundo silencioso?

 

¨Y ríe y llora, y aborrece y ama,

Y guarda un rastro del dolor y el gozo,

Semejante al que deja cuando cruza

El cielo un meteoro?

 

¡Yo no sé si ese mundo de visiones

Vive fuera o va dentro de nosotros;

Pero sé que conozco a muchas gentes

A quienes no conozco!

 

 

LXXVI

 

En la imponente nave

Del templo bizantino

Vi la gótica tumba, a la indecisa

Luz que temblaba en los pintados vidrios.

 

Las manos sobre el pecho,

Y en las manos un libro,

Una mujer hermosa reposaba

Sobre la urna, del cincel prodigio.

 

Del cuerpo abandonado

Al dulce peso hundido,

Cual si de blanda pluma y raso fuera

Se plegaba su lecho de granito.

 

De la sonrisa última,

El resplandor divino

Guardaba el rostro, como el cielo guarda

Del sol que muere el rayo fugitivo.

 

Del cabezal de piedra

Sentados en el filo,

Dos ángeles, el dedo sobre el labio,

Imponían silencio en el recinto.

 

No parecía muerta;

De los arcos macizos

Parecía dormir en la penumbra,

Y que en sueños veía el Paraíso.

 

Me acerqué de la nave

Al ángulo sombrío,

Con el callado paso que se llega

Junto a la cuna donde duerme un niño.

 

La contemplé un momento;

Y aquel resplandor tibio,

Aquel lecho de piedra que ofrecía,

Próximo al muro, otro lugar vacío,

 

En el alma avivaron

La sed de lo infinito,

El ansia de esa vida de la muerte,

Para la que un instante son los siglos...

 

Cansado del combate

En que luchando vivo,

Alguna vez me acuerdo con envidia

De aquel rincón oscuro y escondido.

 

De aquella muda y pálida

Mujer me acuerdo y digo:

¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!

¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!

 

 

LXXVII

 

Es un sueño la vida,

Pero un sueño febril que dura un punto;

Cuando de él se despierta,

Se ve que todo es vanidad y humo...

 

¡Ojalá fuera un sueño

Muy largo y muy profundo!

¡Un sueño que durara hasta la muerte!

Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

 

 

LXXVIII

 

Una mujer envenenó mi alma;

Otra mujer envenenó mi cuerpo;

Ninguna de las dos vino a buscarme;

Yo de ninguna de las dos me quejo.

 

Como el mundo es redondo, el mundo rueda;

Si mañana, rodando, este veneno

Envenena, a su vez, ¨por qué acusarme?

¨Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

 

 

LXXIX

 

AMOR ETERNO

 

Podrá nublarse el sol eternamente;

Podrá secarse en un instante el mar;

Podrá romperse el eje de la tierra

Como un débil cristal.

 

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

Cubrirme con su fúnebre crespón;

Pero jamás en mí podrá apagarse

La llama de tu amor.

 

 

LXXX

 

A CASTA

 

Tu aliento es el aliento de las flores;

Tu voz es de los cisnes la armonía;

Es tu mirada el esplendor del día,

Y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza

A un corazón para el amor ya muerto;

Tú creces de mi vida en el desierto

Como crece en un páramo la flor.

 

 

LXXXI

 

A TODOS LOS SANTOS

 

Patriarcas que fuisteis la semilla

Del árbol de la fe en siglos remotos,

Al vencedor divino de la muerte

Rogadle por nosotros.

 

Profetas que rasgasteis inspirados

Del porvenir el velo misterioso,

Al que sacó la luz de las tinieblas

Rogadle por nosotros.

 

Almas cándidas, Santos Inocentes

Que aumentáis de los ángeles el coro,

Al que llamó a los niños a su lado

Rogadle por nosotros.

 

Apóstoles que echasteis en el mundo

De la Iglesia el cimiento poderoso,

Al que es de la verdad depositario

Rogadle por nosotros.

 

Mártires que ganasteis vuestra palma

En la arena del circo, en sangre rojo,

Al que os dio fortaleza en los combates

Rogadle por nosotros.

 

Vírgenes semejantes a azucenas,

Que el verano vistió de nieve y oro,

Al que fuente de vida y hermosura

Rogadle por nosotros.

 

Monjes que de la vida en el combate

Pedisteis paz al claustro silencioso,

Al que es iris de calma en las tormentas

Rogadle por nosotros.

 

Doctores cuyas plumas nos legaron

De virtud y saber rico tesoro,

Al que es raudal de ciencia inextinguible

Rogadle por nosotros.

 

Soldados del ejército de Cristo,

Santas y Santos todos,

Rogadle que perdone nuestras culpas

A Aquel que vive y reina entre nosotros.

 

 

LXXXII

 

¨No has sentido en la noche,

Cuando reina la sombra,

Una voz apagada que canta

Y una inmensa tristeza que llora?

 

¨No sentiste en tu oído de virgen

Las silentes y trágicas notas

Que mis dedos de muerto arrancaban

A la lira rota?

 

¨No sentiste una lágrima mía

Deslizarse en tu boca?

¨Ni sentiste mi mano de nieve

Estrechar a la tuya de rosa?

 

¨No viste entre sueños

Por el aire vagar una sombra,

Ni sintieron tus labios un beso

Que estalló misterioso en la alcoba?

 

Pues yo juro por ti, vida mía,

Que te vi entre mis brazos, miedosa,

Que sentí tu aliento de jazmín y nardo,

Y tu boca pegada a mi boca.

 

 

LXXXlll

 

Yo me acogí, como perdido nauta,

A una mujer para pedirla amor,

Y fue su amor cansancio a mis sentidos,

Hielo a mi corazón.

 

Y quedé de mi vida, en la carrera

Que un mundo de esperanza ayer pobló,

Como queda un viandante en el desierto:

¡A solas con su Dios!

 

 

LXXXIV

 

¡Quién fuera luna,

Quién fuera brisa,

Quién fuera sol!

 

¡Quién del crepúsculo

Fuera la hora,

Quién el instante

De tu oración;

Quién fuera parte

De la plegaria

Que solitaria

Mandas a Dios!

 

¡Quién fuera luna,

Quién fuera brisa,

Quién fuera sol!...

 

 

LXXXV

 

Apoyando mi frente calurosa

En el frío cristal de la ventana,

En el silencio de la oscura noche

De su balcón mis ojos no apartaba.

 

En medio de la sombra misteriosa

Su vidriera lucía iluminada,

Dejando que mi vista penetrase

En el puro santuario de su estancia.

 

Pálido como el mármol el semblante,

La blonda cabellera destrenzada,

Acariciando sus sedosas ondas,

Sus hombros de alabastro y su garganta,

Mis ojos la veían, y mis ojos

Al verla tan hermosa, se turbaban.

 

Mirábase al espejo; dulcemente

Sonreía a su bella imagen lánguida,

Y sus mudas lisonjas al espejo

Con un beso dulcísimo pagaba...

 

Mas la luz se apagó; la visión pura

Desvanecióse como sombra vana,

Y dormido quedé, dándome celos

El cristal que su boca acariciara.

 

 

LXXXVI

 

Si copia tu frente

Del río cercano la pura corriente

Y miras tu rostro de amor encendido,

Soy yo, que me escondo

Del agua en el fondo

Y loco de amores a amar te convido;

Soy yo, que en tu pecho buscando morada,

Envío a tus ojos mi ardiente mirada,

Mi llama divina...

Y el fuego que siento la faz te ilumina.

 

Si en medio del valle

En tardo se trueca tu andar animado,

Vacila tu planta, se pliega tu talle...

Soy yo, dueño amado,

Que en no vistos lazos

De amor anhelante, te estrecho en mis brazos;

Soy yo, quien te teje la alfombra florida

Que vuelve a tu cuerpo la fuerza y la vida;

Soy yo, que te sigo

En las alas del viento soñando contigo.

 

Si estando en tu lecho

Escuchas acaso celeste armonía

Que llena de goces tu cándido pecho,

Soy yo, vida mía...

Soy yo, que levanto

Al cielo tranquilo mi férvido canto;

Soy yo, que los aires cruzando ligero

Por un ignorado movible sendero,

Ansioso de calma,

Sediento de amores, penetro en tu alma.

 

 

LXXXVII

 

LA GOTA DE ROCIO

 

La gota de rocío que en el cáliz

Duerme de la blanquísima azucena,

Es el palacio de cristal en donde

Vive el genio feliz de la pureza.

El le da su misterio y poesía,

El su aroma balsámico le presta;

¡Ay de la flor si de la luz al beso

Se evapora esa perla!

 

 

LXXXVIII

 

Errante por el mundo fui gritando:

"¨La gloria dónde está?"

Y una voz misteriosa contestóme:

"Más allá... más allá..."

 

En pos de ella seguí por el camino

Que la voz me marcó;

Halléla al fin, pero en aquel instante

En humo se trocó.

 

Mas el humo, formando denso velo,

Se empezó a remontar,

Y penetrando en la azulada esfera

Al cielo fue a parar.

 

 

LXXXIX

 

Flores tronchadas, marchitas hojas

Arrastra el viento;

En los espacios, tristes gemidos

Arranca el eco.

 

Entre las nieblas de lo pasado,

En las regiones del pensamiento,

Gemidos tristes, marchitas galas

Son mis recuerdos.

 

 

XC

 

Es el alba una sombra.

De tu sonrisa,

Y un rayo de tus ojos

La luz del día;

Pero tu alma

Es la noche de invierno

Negra y helada.

 

 

XCI

 

Fingiendo realidades

Con sombra vana,

Delante del Deseo

Va la Esperanza;

Y sus mentiras

Como el Fénix renacen

De sus cenizas.

 

 

XCII

 

A ELISA

 

Para que los leas con tus ojos grises,

Para que los cantes con tu clara voz,

Para que llenen de emoción tu pecho

Hice mis versos yo.

 

Para que encuentren en tu pecho asilo

Y les des juventud, vida, calor,

Tres cosas que yo no puedo darles,

Hice mis versos yo.

 

Para hacerte gozar con mi alegría,

Para que sufras tú con mi dolor,

Para que sientas palpitar mi vida,

Hice mis versos yo.

 

Para poder poner ante tus plantas

La ofrenda de mi vida y de mi amor,

Con alma, sueños rotos, risas, lágrimas,

Hice mis versos yo.

 

 

XCIII

 

Negros fantasmas,

Nubes sombrías,

Huyen ante el destello

De luz divina.

Esa luz santa

Niña de ojos negros,

Es la esperanza.

 

Al calor de sus rayos

Mi fe gigante,

Contra desdenes lucha

Sin amenguarse.

En este empeño

Es, si grande el martirio,

Mayor el premio.

 

Y si aún muestras esquiva

Alma de nieve,

Si aún no me quisieras,

Yo he de quererte.

Mi amor es roca

Donde se estrellan tímidas

Del mar las olas.

 

 

XCIV

 

Yo soy el rayo, la dulce brisa;

Lágrima ardiente, fresca sonrisa;

Flor peregrina, rama tronchada;

Yo soy quien vibra

Flecha acerada.

 

Hay en mi esencia, como en las flores,

De mis perfumes suaves vapores;

Y su fragancia fascinadora

Trastorna el alma de quien atora.

 

Yo mis aromas doquier prodigo,

Y el más horrible dolor mitigo;

Y en grato, dulce, tierno delirio,

Cambio el más duro, cruel martirio.

¡Ay!, yo encadeno los corazones,

Mas son de flores mis eslabones.

 

Navego por los mares,

Voy por el viento;

Alejo los pesares

Del pensamiento.

Yo dicha o pena

Reparto a los mortales

Con faz serena.

 

Poder terrible, que en mis antojos

Brota sonrisas o brota enojos;

Poder que abrasa un alma helada,

Si airado vibro

Flecha acerada.

 

Doy las dulces sonrisas a las hermosas,

Coloro sus mejillas de nieve y rosa;

Humedezco sus labios, y a sus miradas

Hago prometer dichas no imaginadas.

Yo hago amable el reposo, grato, halagueño,

O alejo de los seres el dulce sueño.

 

Todo a mi poderío rinde homenaje,

Todos a mi corona dan vasallaje;

Soy amor, rey del mundo, niña tirana,

Amame, y tú la reina

Serás mañana.

 

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