En toda vida humana, se encuentran momentos malos, tristes, pero también a pesar de estos, existieron, existen y existirán, momentos felices. Quizás la palabra momentos de un carácter más plural de lo común, eso depende de cada individuo. Digo común pues sentí que mi vida abarcaba únicamente los momentos mas crudos, tristes, y despojados de toda dicha.
Pero llego la ocasión en que realmente pude profundizarme sobre el tema felicidad. Diré solamente que no existe vida, si se puede decir 'vida', que no adopte la felicidad.
Lamentablemente, muchas veces la persona sintetiza toda su vida en tristeza, pero creo que para que así sucediera, tuviera que haber motivo alguno. Y ese motivo, siempre aunque haya sido cuestión de segundos, fuera felicidad.
No es este el caso de mi vida, aunque anteriormente pronuncie que mi vida abarcaba únicamente los momentos más tristes. Sino que vivo y viviré envuelta en felicidad.
Permítanme que les relate la ocasión, el acontecimiento que hizo posible esto.
Nací en trondheim, estado de trondelag, bajo la hegemonía danesa.
Mi padre fue pescador toda su vida, allí entre fiordos y mares. Mi madre se dedicó solamente a su labor de esposa. Durante mi adolescencia, los libros constituyeron hasta hoy mi única distracción, tal que no presentaba demasiadas amistades.
Recuerdo que un día me tope con una novela, en la cual se establecía un romance a causa de un desacierto en la correspondencia.
Tiempo después me surgió la idea de conocer gente del mismo modo. No buscaba así establecer un romance, sino que lo hacia con ansias de encontrar persona alguna a quien poder confiar mis ideas, sentimientos, y las cosas más ordinarias.
No tarde en hacerme de varias direcciones, a las cuales escribí ansiosamente esperando respuesta. Al cabo de un año tenia por lo menos veinte amigos. Diez de ello eran compatriotas míos y los otros, se repartían en Europa.
Fue solo Edvard quien supo atraer verdaderamente mi amistad, hasta puedo afirmar que fue mi amigo mi único amigo...
Él vivía en Sandefjord, a unas doscientasochenta millas de Trondheim. Era este un pueblo rural, en el que sus padres tenían un gran stabbur, que alquilaban a varios agricultores de la zona. Su vida fue no tan similar a la mía. Él era cinco años mayor a mi y tenia un carácter extremadamente misterioso, cosa que siempre me agradó de él.
Así sin darme cuenta, se fue entablando un romance, muchas veces estuve apunto de expresárcelo, pero la timidez nunca dejó que esto sucediera. Así sufrí gran parte de la vida, pero me bastaba con seguir sabiendo de él.
En 16...... fue reclutado al cuerpo militar que creó el rey Cristian IV para abolir la supremacía danesa, instaurada por Copenhague.
Una de las cartas que más me dolió de él, fue en la cual me hacia saber que estaba enamorado de una mujer que pertenecía al ejercito.
No pude hacer más que callarme para siempre, pues sentía que había hallado a una mujer, a la quien realmente amaba, todo la que yo sabia de él, era solo por sus comentarios.
Cuando yo cumplí los veintiún años, como regalo del mas allá, vino a vivir cerca del palacio arzobispal, cual quedaba a tan solo unas pocas cuadras de mi casa, Haral, un hombre que no reemplazaba exactamente a Edvad, pero que supo conquistar mi cariño.
Fue de tal modo que nos casarnos a los seis meces de habernos conocido. Sin embargo continúe mi relación con Edvard, de quien estuve enamorada y siempre lo estaré.
Haral era una persona muy buena en todos sus aspectos, me brindo siempre lo mejor que pudo, y amó tanto a sus hijos como a mí. Lamentablemente ya a los sesenticinco años de edad, comenzó su breve agonía, a causa de una enfermedad, que hasta el día de hoy, los médicos no han encontrado solución, ni tampoco han sabido explicar su origen.
Haral sabía de las cartas que yo y Edvard nos escribíamos, pero nunca supo lo que sentía por él. Algo que nunca entendí de Él, es que no me haya preguntado siquiera la razón del trato con Edvard. Ni que haya tratado a espaldas mias de leerlas.
Lugo de tres años Edvard había concluido su servicio a la milicia. Y fue exactamente en esos tiempos, cuando recibí la carta que muchas veces soñé, y esperé con nula esperanza.
La carta describía claramente, un desencuentro entre la pareja, hasta llegar a detraerse.
Conjuntamente a esto, confesaba su amor hacia mí, pero rogaba, que nunca tratara de ubicarlo, y que el también así procedería.
Luego de todo esto, comencé a amarlo, cada vez, mas profundamente, y Edvard escribirme con mayor frecuencia.
Recuerdo que en el mes de abril de 16... recibí hasta ocho cartas de él. Ya por el silencio, que se provocó entre él y yo, nunca llegue a manifestarle claramente mi amor.
En momentos me entusiasmaba por lo que sucedería tras la muerte de Haral, pues se mostraba cada vez más agonizante, pero ala vez me aterraba y me avergonzaba de pensar así. Dado que Haral había conquistado mi cariño, y yo aceptado, vivir junto a él.
Las cartas de Edvard tomaron un énfasis cada vez más enfermizo, no resistía estar de esa manera, necesitaba verme y tenerme cerca suyo.
Fue el primero de noviembre de 16... , por la tarde, cuando llegaba de la proveduria, en la que encontré a Haral tendido sobre su escritorio. Él había muerto.
Días después de su entierro, sucedió algo tal escalofriante como recompensante a la vez. Encontré ciado debajo de su escritorio un sobre cerrado y sin estampillar, cual estábame destinado.
Al abrirla distinguí desde un primer momento, quien la firmara, y bajo la rúbrica, una frase que quedará grabado por siempre en mi corazón, 'hasta siempre'.
Perez Huczok Maximiliano
Este cuento esta dedicado a mi Amiga Mónica Graziano, en gratitud a su amistad y cofianza.
ESCUCHAME BIEN
Creo que esta fue la segunda vez, en que lo soñé.
Si así fue, pero con una gran variante.
He aquí el tema concluso de mis sueños.
Fue un cinco de febrero cuando por primera vez se suscitó.
Todo transcurría en un salón que se asemejaba a esos recintos donde se va a bailar.
Me dirigía a la parte posterior de este, donde estaban los baños. Este salón concluye en un pasillo, que en el final se bifurca en el baño de mujeres y de hombres, también hay otras tres puertas que no supe hasta hoy donde dirigían.
En el baño no hice mas que orinar, lavarme las manos y peinarme. No había nadie más, sentí un frío que me atormento en un mar de inseguridad, hacia frío y no se oía nada.
Cuando salgo una puerta a mi derecha estaba abierta y las demás cerradas incluso la del salón. Creo que habré dado dos o tres pasos, hasta que de la puerta que estaba abierta salió un hombre, si un oriental que con un simple gesto me ordenaba que entre.
Pálido como nunca antes me quede mirándolo fijamente, él con una tranquilidad mas que normal, me volvió a ordenar.
Cuando me acerque a él, escuché como un sonido a precipicio, a viento a gran alturas, a soledad entre montañas. Tras esa puerta un angosto y largo corredor, dado a lo largo del corredor, no se podía distinguir nada a su final, solo se veía una potente luz blanca.
Luego de apreciar el corredor, entre acompañado por el oriental, el caminar era inútil, no se avanzaba.
Me detuve para correr en sentido contrario. No me dijo nada, solo me miraba, di un paso y me detuvo con una mano, seguí caminando hacia la luz dos o tres minutos más. Él seguía tras mío, y yo ya estaba cansado.
Bruscamente giré y logré pasarlo por un costado, corrí y corrí hasta la puerta inicial, él seguía tras mío, la puerta estaba abierta, cuando la crucé me dirigí hacia las otras tres para escapar y retornar al salón.
Trate de abrir la puerta del salón, pero no, estaba cerrada, detrás de mí nuevamente ese ruido fuerte a resoplar, había una puerta que se cerraba lentamente. Corrí hacia esta pero por en cuestión de milésimas de segundo, se cerró.
Caí junto ala puerta, y eché a llorar.
Él me miró y me tomo en brazos, así nuevamente nos dirigimos al corredor.
Al entrar en este, me asusté y desperté.
De este modo terminaba inconcluso el sueño del cinco de febrero.
Hoy, volví a soñar lo mismo, si pero como mencioné al principio, con una variante.
He aquí el sueño concluso.
Sucedía todo tal cual el cinco de febrero, el mismo frío, la misma luz, y el mismo viento.
Al echar a correr luego de haber evadido al oriental, traspasé la puerta y me dirigí hacia el salón.
La puerta estaba cerrada, miré tras mío y la otra puerta se cerraba lentamente, me quité la remera y comencé a correr. Tres metros antes de llegar, lancé esta hacia la puerta. Así la remera queda atravesada entre la cerradura y el encastre de la pared. Al abrir la puerta el resoplar del viento se se perdió, y ya nadie más me seguía.
Mi corazón se calmo y me detuve para descansar.