PEQUEÑOS RESTOS DE UNA GRAN MARISMA
Hace mucho tiempo, los ríos Segura y Vinalopó desembocaban en un gran estuario (el Seno ilicitano) en cuyo centro se hallaba una isla (el actual monte del El Molar). Con el paso de los siglos, dos fenómenos naturales fueron cambiando paulatinamente la faz del estuario. Por un lado, los aluviones fluviales redujeron la extensión del mismo, a la vez que colmataban su fondo. Por otro, el fuerte viento de Levante fue construyendo un cordón dunar en la orilla, cerrándolo por el Este. El Seno Ilicitano se transformó en la Albufera de Elche.
Los dos ríos, de régimen eminentemente aluvial, sufrían fuertes crecidas todos los años en primavera y verano sus cursos bajos sobre terrenos llanos, propiciaron grandes sedimentaciones de limos en una extensa zona de su desembocadura, que fueron poco a poco conformando una zona marismeña de gran extensión, consolidada en el Cuaternario, que llegaba por el Oeste hasta Albatera y por el sur hasta Orihuela.
La marisma sud-alicantina y su Albufera han sido siempre utilizadas por los campesinos que habitaban su entorno como fuente adicional de recursos, por ejemplo recolectando diversas plantas (sosa, junquillo y algazul) que destinaban a la fabricación de tintes, jabones y fármacos. El junco lo utilizaban en Crevillente para la fabricación de esteras, mientras que la mayor parte del saladar se explotaba por su vegetación barrillera, que se utilizaba en la industria jabonera ilicitana. La pesca y la caza eran otras actividades de importancia y objeto de frecuentes disputas.
La lucha por sobrevivir en tan inhóspito territorio es una constante secular. Cavanilles, al describir el término de Elche, hace la siguiente observación:
Debido a lo pantanoso de la zona, el agua estancada producía la consiguiente insalubridad, y sus miasmas llevaban a sus contornos el paludismo y las oftalmías. Desde el principio, además, se emprendió la desecación de porciones del vasto pantanal, con objeto de convertirlo en tierras de cultivo. Parece ser que fue en tiempos prerromanos cuando se inició tan ardua tarea, dentro de sectores muy localizados y con evidente poco éxito. Los primeros azarbes de drenaje de cierta longitud fueron construidos por los musulmanes. En el siglo XI, los habitantes de Orihuela hicieron una acequia de 28 millas que evacuaba aguas del Segura hasta Catral. Durante la Edad Media se acometieron desecaciones de mayor envergadura sobre todo a finales del siglo XIII, cuando las comarcas sudalicantinas se traspasan del Reino de Castilla al de Aragón. La obra requería continuos esfuerzos y un elevado coste económico, mientras que los resultados eran casi siempre desalentadores. Las periódicas crecidas del Segura provocaban devastadoras inundaciones como la de 1258, que anegaban en pocas horas terrenos que habían precisado muchos meses de esfuerzo para su drenaje. Las charcas se extendían más allá del dominio estable de la marisma. Pese a los incentivos de las autoridades, el terreno ganado para la agricultura no fue mucho. El Infante Don Juan Manuel, Adelantado de Castilla en el Reino de Murcia, a la vez que pertinaz cetrero, glosó a principios del siglo XIV aquel feraz paraje:
"En Elche a veces recude la garza a la ribera, et hay algunas ánades, et muchas gruas. Et en las lagunas et armajales cerca del puerto de Santa Pola, et de Almurady, et de Ladaya, et de Albadera, en todos estos lugares dichos, hay muchas garzas et muchos vítores. Et en las oriellas destos armajales contra Crivillen, a las veces, falla homme ánades en lugares que las pueden cazar con falcones. Et en todo ese campo hay muchas gruas et buen lugar paralas cazar". A lo largo de los siglos, el aguazal sudalicantino se fue reduciendo lentamente. Las avenidas del Segura y del Vinalopó, aunque sirven de alimento a la marisma, van reduciendo el tamaño de la Albufera de Elche, importante paraje para la caza, la pesca y el comercio. En el mapa de Cassaus (año 1693) aun se representa la Albufera con una extensión considerable, apreciándose la gola y su torre defensiva (cuyos restos todavía perduran). Al Oeste del lago dibuja una zona que denomina "almarjales", más o menos donde hoy está El Hondo. Entre ambas discurre el Vinalopó, que curiosamente desemboca en el Segura a la altura de Rojales, con un segundo brazo al Norte que termina en la Albufera. Esta confluencia del Vínalopó con el Segura no aparece en mapas un siglo posteriores (como el de Cavanilles), en los que sólo persiste el brazo que desagua en la Albufera de Elche. Las primeras transformaciones perdurables de la marisma se realizaron a principios del siglo XVIII. Los concejos de Orihuela y Guardamar ceden, para su transformación, al Obispo de Cartagena-Murcia, Don Luis de Belluga y Moncada, una amplia zona de terreno pantanoso. Las obras comienzan en 1715 y concluyen hacia 1795. Durante ese tiempo, mediante profundo esfuerzo y considerable desembolso económico, Belluga consiguió poner en cultivo unas 4.500 Ha. de marisma al Norte del Segura, a las que se unieron las 1.100 Ha desecadas por el Marqués de Elche en la partida de "Els Carrisals" Se construyó una extensa red de azarbes, azarbetas y escoredores con el fin de drenar aquellos húmedos suelos. Los pleitos fueron numerosos, aunque todos terminaron en acuerdos (por ejemplo, el azarbe del Convenio nace de uno entre Belluga y el Marqués, y marcaba la frontera entre las posesiones de ambos). Finalmente, se fundaron las villas de Nuestra Señora de los Dolores, San Felipe Neri y San Fulgencio (en el territorio de las Pías Fundaciones de Belluga) y San Francisco de Asís (en la propiedad del Marqués, posteriormente abandonado debido a su continuo anegamiento). Gran parte de las aguas de drenaje se hicieron verter en la albufera de Elche (también propiedad del Marqués), con lo que se dulcificaron, mermando la riqueza pesquera del lago, que durante siglos fue una importante fuente de ingresos para la Villa y Señorío de Elche. En 1804 se aprobó un proyecto para desaguar la Albufera, que afortunadamente no se llevó a cabo. En 1845, Pascual Madoz relata que "es de bastante profundidad en algunos sitios... y cría muy buenos y abundantes mújoles, anguílas y bastante caza de patos, fojas, gansos, flamencos y otras aves acuáticas". Pese a ello, a principios de siglo XX la Albufera fue transformada en salinas marítimas. A poniente de la Albufera, en una depresión natural, se hallaba la Bassa Llarguera, que el Marqués no pudo o no quiso desecar debido a su excesiva dificultad de drenaje y gran salinidad. Las lluvias otoñales a menudo producían un gran encharcamiento, de extensión variable, que perduraba hasta bien entrada la primavera. Los afloramientos del freático ("ullals") permitían que incluso en verano hubiese algo de agua. Posteriormente esta laguna también fue conocida como "Paso del Lobo" y "El Hondo". En las décadas de 1930 y 1940 se construyeron allí, por parte de la Compañía de Riegos de Levante, dos embalses con el fin de almacenar aguas para riego procedente del Segura y varios azarbes. En 1946 el Instituto Nacional de Colonización aprobó un proyecto, declarado "de interés Nacional", para poner en cultivo 835 Ha. de marjales y saladares en los municipios de Albatera, Crevillente y Elche; es decir, todo lo que aun quedaba sin transformar de la zona marismeña original. La empresa fue un absoluto fracaso, ya que sólo se culminó la primera fase, ocupándose 1.459 Ha. de la zona más alta, que después fueron en su mayoría abandonadas. Sin embargo, desde entonces diversas iniciativas particulares han intentado, una y otra vez, el "saneamiento" de estas tierras, lo que parece que por fin se ha conseguido en su práctica totalidad, incluyendo la históricamente indómita partida de "Els Carrissals", donde no obstante aún desemboca naturalmente el Vinalopó en caso de fuertes lluvias. Así pues, desde Belluga hasta hoy más de 15.000 Ha. de tierras de marisma y saladar, situadas entre el Segura y el Vinalopó, han sido transformadas en cultivos. El actual complejo palustre de El Hondo-Salinas de Santa Pola, aunque muy artificializado, sigue ahí para recordarnos lo que antaño fue una importante y extensa zona húmeda de la que casi nada sabemos. La construcción de las Salinas de Santa Pola y los Embalses de El Hondo, aunque supuso una profunda modificación de la fisonomía original del humedal, continuaba ofreciendo a las aves acuáticas unos enclaves apropiados para la reproducción, la invernada y los descansos migratorios. La habilitación de diversas charcas con fines cinegéticos y piscícolas, a partir de 1980, ha supuesto la recreación de un hábitat antaño natural y de gran valor ecológico, que no obstante sigue siendo agresivamente explotado.
José Damian Navarro |