Diario Clarín, 1º deJunio de 1999, Buenos Aires, Argentina.
Por Juan Carlos Algañaraz. Enviado especial en Belgrado.
De pronto, en la mañana agobiante de calor, resuena un griterío infernal, extraño y ensordecedor. Los atormentados animales del zoológico de esta capital reaccionan aterrados a una explosión cercana. En este momento, Clarín había comenzado su entrevista con Vuk Bojovic, el director del establecimiento, en una cafetería al aire libre que domina el lugar, junto al rio Sava y encuadrado por los árboles y jardines, deteriorados por la falta de recursos y agua. "Siempre es así. Los monos chillan y sacuden sus jaulas, y los lobos, puede escucharlos, aúllan desesperados", explicó el director.
"También se produce un fenómeno interesante porque los animales se inquietan muchísimo, se agreden y producen toda clase de sonidos. Y, minutos después de esta extraña conducta, suena la alarma antiaérea anunciando que llega un ataque. Estoy registrando estos hechos porque está claro que sienten la presencia del peligro mucho antes que los seres humanos", añadió Bojovic.
Entre los dos mil animales del zoológico hay fieras de todo tipo, osos gigantescos y otros animales peligrosos. Una guardia armada recorre el zoológico con una lista de 130 condenados a muerte. "Si hay un ataque que afecte a las jaulas o al sistema de seguridad, tienen orden de sacrificarlos inmediatamente", explicó Bojovic.
Hace trece años que el director está al frente del zoo, que era un orgullo de Belgrado y un paraiso para los chicos, con un pequeño parque de diversiones, ahora cerrado. Ubicado entre colinas, con fosos anturales, y parques con arboledas y flores, al enviado le hizo recordar cuando era un pibe y se divertía en el zoológico de Mendoza, bastante parecido. Pero el hedor terrible nos recuerda que estamos en Belgrado y éstas son otras víctimas inocentes de la guerra. "La crisis económica nos dejó casi sin recursos y la guerra ha sido una catástrofe. Lo único que nos queda es lo que deja las entradas, que es muy poco porque cada vez viene menos gente", añade el director.
"Ahora no hay electricidad la mayor parte del día, apenas podemos alimentar a los animales y, lo peor, falta el agua. El hipopótamo tiene que sumergirse porque de lo contrario su piel se agrietaría hasta convertirse en una llaga. El agua está sucia por sus propios excrementos. ¿Cuanto puede vivir así?", añade.
El director nos acampaña a ver dos lobos que disfrutan de un recinto espacioso, dividido por una pared. Bojovic observa divertido al periodista y le informa. "Son de Argentina y se llaman Pedro y María". Luego, el director con su ayudante Meiga, un africano de Mali, abre la jaula y nos invita a entrar acompañados de un grupo de la televisión española. Con el alma en un hilo, el enviado entra en el recinto de los lobos criollos que se acercan de inmediato. El director no se preocupa y pide a Meiga que cierre cuidadosamente la jaula. Clarín lanza sonrisas gardelianas a Pedro y María que, poco impresionados, muestran los dientes, unos enormes incisivos. Bojovic comenta que "estos lobos agredena los otros y es por eso que tienen que estar solos. Además, se ponen muy mal con las alarmas y las explosiones". Nada tranquilizador.
Cuando por fin salimos, Meiga está junto a una jaula ubicada al final de una colina y me hace señas. "Mire, son dos pumas de Argentina, preciosos". Los felinos están inmóviles, con hambre, sed y miedo. Pobres bichos criollos, anclados en los Balcanes y en guerra. Meiga tiene un extraordinário amor por los animales y los acompaña dia y noche.
Suena el fin de la alarma y unos gallos cantan a destiempo agitando las alas. El lugar está lleno de gallinas y pavos, que se utilizan como suplemento alimentario. "La falta de agua ha sido terrible porque hemos tenidoq ue darle agua sucia a los animales y no sabemos cuáles van a ser las consecuencias. Para peor hay una gran contaminación por los vertidos tóxicos de las fábricas y depósitos destruidos", explicó el director.
Mientras caminamos al sector de las fieras, Meiga nos cuenta que un ataque a menos de un kilómetro enloqueció a los animales. "Una tigresa mató a cuatro cachorros y lo mismo hicieron otros, por ejemplo un águila que dió muerte a sus crias. Varias aves abandonaron sus nidos". La tigresa, gigantesca y mústia, apenas camina. Meiga la acaricia y la fiera le lame las manos.
En un foso, se ahogan de calor dos gigantescos osos blancos que deberían estar en un recinto refrigerado, ahora inutil por la falta de electricidad. Un pequeño osito se aprieta contra su madre, que mira a los visitantes con desconfianza y, por si acaso, apoya una pata en los barrotes y saca unas garras temibles. "Los animales no pueden soportarse entre sí y no sabemos donde ponerlos para que no se hieran. El peor caso es el de Príncipe, un tigre de bengala que es nuestro favorito porque lo criamos en nuestro zoológico", cuenta. En un atestado depósito, que está más fresco que el resto de las instalaciones, "Príncipe" yace en una jaula demasiado chica para su enormidad. "Los ataques lo enloquecieron y se ha mordido ferozmente las patas traseras y otras partes del cuerpo", informa Meiga. Las heridas llagadas son horribles. "Príncipe" se convierte en un gatito cuando llega Meiga, que lo acaricia y le habla. "Ahora es´ta más tranquilo por el aislamiento. Pero, escuche, lo único que hace es lamentarse", añade.
El tigre lanza gruñidos desgarradores. Volvemos al edificio central de la dirección donde se han colocado los ofidios, que requieren una elevada temperatura que se mantiene gracias a un generador. En la habitación colmada, la estrella es una enorme pitón, "Madelaine", un nombre que algunos medios atribuyen a un "homenaje" a la secretaria de Estado norteamericana, Madelaine Albraight. Los periodistas se encaminan a la entrada y, en ese momento, vuelve a sonar la alarma. El griterío de los animales es terrible, desgarrador, como pidiéndonos que no los olvidemos en su tragedia.
Este artículo, como habreis observado, no es mio. Salió publicado en el diario argentino Clarín. Lo tomo prestado para está página como ilustración del dolor cotidiano de los animales. No pretendo con la publicación de este escrito crear ninguna polémica sobre los zoológicos ni sobre las guerras. Aunque no me terminen de convencer ninguno de los dos. Sobre todo el último. Lo que quiero decir es que, existen muchas tragedias diárias que no se conocen. Estoy convencido que nadie, absolutamente nadie, se había preocupado, lejos de Belgrado por estos animales. Sus vidas, y sus muertes, nos habrían pasado desapercibidas. Esto quiere decir que, sin necesidad de una guerra, los animales viven mal. Nos preocupamos demasiado de cosas sin importancia, y se nos olvidan las importantes. Mal me parece que se maten entre soldados, pero peor me parece que maten a animales ,humanos o no, que no tienen nada que ver. Podría hablar un rato sobre las guerras, pero no me interesa. Lo que me interesa es que conozcamos todo lo que pasa. Que sepamos que en esta guerra, y en todas, existen muchas víctimas no humanas. A estas víctimas no se las dedica ni un minuto en las noticias, ni una mínima columna. Estas víctimas no son importantes. Ya que nos las comemos a diario, ¿para que vamos a prestarlas atención?. Se merecen mucha atención, más que la que se merecen los que se matan. Lo que me preocupa es que mueran tantos seres inocentes. Aunque sea duro decir esto, me preocupan más los animales de este zoológico que los civiles de estas poblaciones. Hoy he estado viendo la retirada de las tropas servias. También he visto como los civiles Albano-Kosovares insultaban y arrojaban cosas a los civiles serbios. Se da la vuelta a la situación. ¿Como me quieren hacer creer que eso es ser racional?. Yo no me lo creo. Siempre los humanos somos crueles. Quizá esos serbios estaban en contra de la guerra y preferían convivir con los albaneses. Probablemente, lo que he dicho no se comparta. Pero no me importa. Lo que he dicho es lo que pienso. Esto que me suele crear problemas. Lo que si que me importa es que siempre lo seguiré haciendo. Para teminar quiero decir que no me alegra, para nada, ninguna de las guerras, ni siquiera en las que me puedan obligar a tomar partido.