A las 20: 53 del día 28 de diciembre de 1972 en el colegio "Stella Maris" de Montevideo, los
sobrevivientes subieron al escenario. El lugar de la conferencia era un salón repleto de periodistas, padres
y amigos de los muertos y de los sobrevivientes. Este rencuentro entre conocidos y reporteros se dividiría
en dos partes, en la primera, por turno, cada uno de los sobrevivientes hablaría de los momentos vividos
en la montaña. Y cuando esto halla terminado los periodistas podrían hacer preguntas.
        Sobre el tema de los alimentos, que habían necesitado para sobrevivir durante las diez semanas que
pasaron en la Cordillera, sería José Luis Inciarte quien mencionase el hecho. Pero el mismo día de la
conferencia comenzó a dudar de sí mismo. Fue Alfredo Delgado entonces, quien se ofreció voluntario
para ocupar su puesto.
        Comenzó la conferencia y un silencio absoluto surgió de cada persona que se encontraba en la sala. Uno tras otro, los sobrevivientes fueron contando su heroica historia. En el momento que le tocó relatar su parte,  Alfredo Delgado pronunció estas palabras:
   "Uno se levanta de mañana y mira para los costados esos picos nevados, impresionantes. El silencio de la cordillera es majestuoso, sensacional. Es una cosa que aterra que solo frente al mundo...y les puedo asegurar que Dios está ahí. Todos lo experimentamos dentro nuestro. Porque nosotros no éramos unos muchachos de una fe de comer rosarios y cosas por el estilo, en cuanto a la parte ritual, pero teníamos nuestra base religiosa. Pero ahí uno sí lo siente a Dios. Y siente sobre todo lo que se llama la mano de Dios, y la interpreta...Nosotros llegó el momento en el cual todas las provisiones y las cosas que teníamos a mano después que nos habíamos recuperado anímicamente para salir en la expedición, y todo ese tipo de cosas se habían terminado. A los dieciséis días viene el alud y nos mata a nuestros mejores compañeros. Los compañeros que han muerto, todos, todos yo creo...perdón, creemos Nosotros, que Dios los llevo porque eran los mejores. Porque cada uno en su momento cuando murió nos dejo a todos una enseñanza. Un ejemplo de valor...De todo lo que se puede decir. Yo creo que decirlo con palabras es achicar la dimensión de todo aquello y nosotros lo llevamos cada uno dentro de nuestros corazones y mencionar nombres o hechos concretos de valor, de entereza, sería achicar todo eso. Así que prefiero no mencionarlos, pero quiero dejarlo claro. Llegó ese momento en el cual no teníamos ni alimentos ni cosas por el estilo y nosotros pensamos: si Dios en la última cena repartió su cuerpo y sangre a todos sus apóstoles, ahí nos estaba dando a entender que nosotros debíamos hacer lo mismo. Tomamos su cuerpo y sangre, que se había encarnado. Y eso que fue una comunión íntima entre nosotros, fue lo que nos ayudó a subsistir...Y fue una entrega de cada uno...
     Nosotros no queremos que esto que para nosotros es una cosa íntima no sea manoseada, ni tocada, o cosa por el estilo. Por eso es que en países extranjeros tratamos de hablar de esto con la mayor altura posible...A ustedes, que son nuestro propio país, se lo decimos como debe ser. Pero debe ser interpretado y tomado en su real dimensión, y tienen que pensar en todo lo grande que fueron aquellos muchachos...”
        Cuando Delgado terminó, era evidente que todos los presentes estaban satisfechos y conmovidos, por su relato. La historia que estos jóvenes acababan de contarles era tan perfecta, y tan increíble que en el momento en el que uno de los muchachos preguntó si alguien quería hacer alguna pregunta todos los
periodistas respondieron que no. Dando, así, por terminada la conferencia con espontáneos gritos de
admiración y un estruendoso aplauso.




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