En cuanto
se encontraron en el medio de los Andes, los sobrevivientes a la caída
entendieron que debían mantenerse con vida unos a otros hasta que
fuesen rescatados.
La necesidad
más urgente era el agua. En el avión no había ningún
tipo de liquido para saciar la sed y era difícil fundir suficiente
cantidad de nieve para todos los pasajeros. Fue Adolfo Strauch quien descubrió
que en la parte trasera del respaldo de todos los asientos, había
una bandeja metálica de unos 30 por 70 centímetros. Lo que
hizo fue doblarle los lados hacia arriba y hacerle un agujero en el medio.
Hecho esto, la cubrió parcialmente con nieve y la colocó
de cara al sol. A los pocos minutos el sol calentó la chapa y la
nieve comenzó a fundirse formando
un chorrito de agua que caía por el orificio. Como todos los asientos
tenían una de estas chapas en su respaldo, rápidamente comenzaron
a funcionar mas “convertidores de nieve en agua”.
Para
comenzar a organizarse, se dividieron en diferentes grupos. El grupo médico
estaba formado por Gustavo Zerbino, Roberto Canessa y Liliana Methol. Los
dos primeros eran estudiantes de primer y segundo año de medicina,
respectivamente. A pesar de su poca experiencia en la medicina eran los
únicos que brindaban seguridad dentro del grupo. Liliana, a pesar
de no saber de medicina ayudaba a Canessa y a Zerbino, haciendo de enfermera
y cuidando a los heridos.
Otro
de los grupos estaba a cargo de la vivienda. Este debía ordenar
el avión, tendiendo las mantas de los asientos al sol y acomodando
los almohadones en forma de colchón, a lo largo del fuselaje.
El tercer
equipo era el de los convertidores de nieve en agua y estaba formado por
los mas heridos del grupo. Como en las cercanías del avión,
la nieve estaba manchada de sangre, aceite y orines, debían ir a
buscar nieve mas limpia unos metros mas allá del avión.
La única
comida de la que disponían era la que llevaban ellos para comer
durante el viaje y algunas cosas que habían comprado en Mendoza.
Como en total eran 29 personas las que hasta el momento estaban vivas,
decidieron que había que racionar los alimentos y hacerlos durar
hasta que fuesen rescatados. De esto se encargaba el capitán del
equipo Marcelo Pérez. A cada uno le correspondía la medida
de una tapa de desodorante cargada con vino, una cucharada de mermelada
y una tableta de chocolate.
Juntando algunos de los hierros que estaban en el avión Canessa
y Maspons construyeron dos camas colgantes, que serían usadas por
los mas heridos. Gracias a esto había mas lugar en el suelo, pero
los heridos que utilizaban las camas sentían mas frío ya
que no recibían el calor de los cuerpos de sus compañeros,
por lo tanto, le fueron confeccionadas mas mantas para protegerse.
Carlos
Páez, era quien se encargaba voluntariamente de tapiar el boquete
de entrada al avión, durante las noches. Un día lo dejó
tan bien, que tuvo que volver a pararse y abrir un hueco por que había
empezado a faltar el aire en el interior del fuselaje. El mismo era quien
tenía asignado el trabajo de pasar un frasco durante las noches,
para que los demás pudiesen orinar y luego tirar el desecho por
un pequeño agujero que daba al exterior.
La vestimenta
estaba provista de varias prendas superpuestas, la mayoría llevaba
varios buzos, tres pantalones, tres pares de medias, un par de almohadones
atados a las botas de rugby (para no hundirse en la nieve) y como no tenían
guantes se los confeccionaron con medias. Durante el día, cuando
el cielo estaba despejado, el sol se reflejaba en la nieve y encandilaba
a los que permanecían en el exterior. Usando partes del avión
y la tapa de una carpeta que encontraron en la cabina, Fito Strauch
armó rudimentarios anteojos de sol con los que podrían evitar
la ceguera durante el día.
La amistad
la solidaridad y el compañerismo, fue sobretodo lo que ayudaba a
subsistir día tras día a los sobrevivientes. Cuando uno de
ellos decaía en animo otros iban y se ocupaban de levantarle la
moral, de lo contrario, este deprimía a todos los que se hallaban
a su alrededor.