Jorge Echeverri González
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En esta semana, pensando en Colombia y sus tragedias, recordé la anécdota leída en algún sitio de la Internet: Si alguien viene a este país una semana, puede escribir un libro. Si permanece uno o dos meses podrá escribir artículos. Si vive aquí no escribirá nada, pues no entenderá nada de lo que pasa en Colombia. Y en verdad Colombia es un país tan sorprendente por lo contradictorio en todos sus aspectos que cuando el gobierno de Samper estaba en su peor crisis por la acusación del flujo de dineros del narcotráfico en su campaña presidencial, que la Universidad de Oxford encargó a un equipo de sus investigadores para que estudiaran este país que seguía siendo estable en su economía en medio del caos social y político.
No pasan semanas sin que se presenten situaciones incomprensibles. Una de las más trágicas es que somos una sociedad secuestrada. Hay miedo de viajar por sus carreteras pues en cualquier recodo de sus vías puede aparecer el retén ilegal en actividad de "pesca milagrosa" eufemismo con el que se califica el secuestro indiscriminado de ciudadanos. Y ya no estamos seguros ni viajando en avión. Tenemos una guerra civil no declarada que no parece tener pies ni cabeza y la guerrilla más antigua del mundo en la que sus líderes mueren de viejos y uno de sus comandantes se pasea con el Presidente de la República por sus campamentos como un tierno abuelo, mientras otro se pasea en funciones diplomáticas por Europa y hasta es recibido en El Vaticano por un alto funcionario episcopal que además es colombiano y "papable" mientras tiene retenidos más de un centenar de personas tomadas a la fuerza en un templo católico. El jefe de las llamadas "autodefensas" se atribuye el secuestro de una senadora, la visita en su prisión y le entrega cartas a los negociadores de su liberación, sin que se produzca ninguna orden de detención o medida de aseguramiento en su contra por este delito. Mientras tanto, como si fuera juego de niños, el gobierno quita y entrega celulares y medios de comunicación a otros dos jefes guerrilleros detenidos quienes desde la cárcel continúan orientando las actividades de la guerrilla.
Para seguir la relación, en un mismo día un jefe guerrillero dice que cobrará por la liberación de secuestrados, pues de algo tiene que financiarse, por lo que el Presidente declara que no habla más con ellos porque es un secuestro extorsivo, como si secuestro sin pedir plata dejara de ser delito y claro, retira por otra vez los celulares a los compañeros de la cárcel, para en otras pocas horas decir que ahora sí, que el "papable" del Vaticano le llamó para decirle que el jefe máximo de esa guerrilla habló con él y que no van a cobrar para liberar los secuestrados: de nuevo el presidente, alegre, devuelve, por otra vez, celulares. No habían cerrado la rueda de prensa del Presidente, cuando el mismo jefe guerrillero, claro, desde Europa, en conferencia de prensa telefónica desmiente a todos y dice que él no se ha comprometido a nada... los celulares seguirán oscilando hacia dentro y fuera de la cárcel.
En medio de todo este enredo que sería cómico si no tuviera tanto de trágico, muchos ciudadanos y dirigentes indican que la guerrilla debía hacer un acto humanitario liberando los secuestrados, como si con eso se le pudiera perdonar el tremendo acto unhumano de haberlos privado de la libertad. Y el gobierno dice que es responsabilidad de la guerrilla la seguridad y la garantía de la vida de sus prisioneros, como si esta no fuera una de las funciones fundamentales del gobierno asignadas por la constitución. ¿Falta algo más para demostrarnos la ausencia de Estado, cuando declina su propia responsabilidad? Para acabar de confundir, el ejército nacional publica dos páginas enteras en el principal diario del país (el domingo 13 de junio), a un costo millonario, señalando los asesinatos de la guerrilla y las autodefensas. Vidas segadas que ese mismo ejército no ha tenido la capacidad de evitar, por lo que ese aviso es una demostración de su incapacidad. Para qué un enorme ejército con presupuestos desmesurados que no garantiza los más elementales derechos humanos. Ejército minusválido que liberado de tener qué enfrentar el grueso de la guerrilla atrincherada en la zona de despeje, no es capaz de controlar con sus ciento veinte mil efectivos el resto de la geografía.
Y en el centro del fuego cruzado una ciudadanía inerme, clamando por su neutralidad en el conflicto, como si la guerra no fuera hace rato también contra ella, de la que no se escapan ni defensores de los derechos humanos ni investigadores universitarios, ni simples fieles de una iglesia, ni pescadores recreativos en el río magdalena. A esa ciudadanía, a todos nosotros, nos falta intervenir enérgicamente en el conflicto, tomar partido, levantarse por millones para protestar por los secustros, exigirle al ejército cumplir con su deber constitucional y al gobierno gobernar. Pero no, en Colombia hace rato que desapareció el Estado, que su clase política se enfrasca en inútiles discusiones sobre más inútiles reformas constitucionales, como si el problema fuera de normas y no nos identificamos como nación. No hemos retomado la advertencia de la pomposa comisión de sabios que hace ya unos seis años nos mostraba con su sabiduría que en Colombia carecemos de un proyecto coelctivo de sociedad. La tragedia de Colombia, entonces, se resume en que hace rato desapareció el Estado y estamos a punto de desaparecer como nación.