Textos & Contextos. Año 1, N. 12 Desde el Eje Cafetero de Colombia                       Volver a Portada N.12

Pablo Mejía
E-mail: pmejia@emtelsa.multi.net.co
 

QUÉ DISPARATE
Uno de los temas preferidos de los hombres y mujeres es despotricar del sagrado vínculo del matrimonio. Archivada en el baúl de los recuerdos quedó la frase de “hasta que la muerte los separe”, para ser reemplazada por cualquier abogado que en par patadas arregla el asunto y pone de acuerdo a las partes para que se repartan los muebles, enseres de cocina, adornos, electrodomésticos y de una vez la tutela de los hijos. Si el arreglo es por las buenas, no es necesario ir a un pleito y amigablemente el marido se va a vivir a un pequeño apartamento, donde acomoda una cama y un nochero; aparte de un escaso menaje que le organiza la “ex” para que pueda prepararse un huevo en cacerola o un café con leche. También es necesario que el tipo tenga unas colchonetas donde puedan dormir los niños durante los fines de semana que se queden con él.

Los problemas aparecen cuando los hijos comienzan a traer y a llevar razones. Aunque los hasta hace poco marido y mujer experimenten un gran alivio al sentirse libres de una relación tormentosa, que se estaba convirtiendo en una verdadera tortura, no dejan de sentir celos y un rescoldo emocional hacia su ex cónyuge. Es común que los recién separados vivan en un principio pendientes de las actividades de su antigua pareja y de las amistades que frecuenta, sobre todo si esa amistad representa un posible entronque sentimental. Y como los celos de los hijos son mucho más fuertes que los de los mismos padres, ellos se encargan de atizar cualquier situación, por inocente y sana que esta parezca. Cuando los muchachitos llegan a la casa después de pasar unos días con el papá, la madre los somete a un exhaustivo interrogatorio tratando de averiguar cualquier dato que le indique la situación emocional y económica del tipo. Mientras tanto, los mocosos aprovechan para sacarle en cara a la sufrida mamá que a diferencia de su casa en donde deben acostarse a una hora determinada, recoger el desorden, comerse todo lo que les sirven y ayudar en las labores del hogar, en el apartamento del papá hacen lo que les da la gana, piden pizza y hamburguesa por teléfono hasta para el desayuno, ven televisión hasta tarde, no se tienen que bañar, nunca tienden las camas y además de todo los lleva al circo, al club, a montar en motocicleta, a comprar juguetes, a cine y adonde les provoque.

En una sociedad machista como la nuestra nadie ve con malos ojos que un hombre recién separado busque la compañía de una mujer para salir a comer (comida), como pareja para una fiesta, para dar una vuelta o simplemente como compañera ocasional. Pero si es la mujer la que acepta una invitación de ese tipo, los chismes y conjeturas se riegan como pólvora y a los pocos días no faltan los que aseguran que dicha relación existía desde tiempo atrás. En los costureros y en el sauna, mujeres y hombres por igual, acusan a la señora de vagabunda y de no respetar a los hijos y al ex marido. ¡Claro, dicen las lenguas viperinas, con razón se separó fulanito, si es que esa vieja es una sinvergüenza y una descarada!. Pero muy pocos reconocen que el tipo es un neurótico, infiel, celoso, tacaño, desordenado, grosero, toma trago, chocho, resabiado y... Mejor dicho: un “hijuemíchica” y mal marido.

En cualquier sitio en donde se reúnan varias personas no faltan los chistes flojos sobre los pros y los contras del matrimonio. Hace poco me topé con un fulano que pregonaba a los cuatro vientos que no se cambiaba por nadie por el hecho de haber regresado a su condición de soltero, y que para combatir la soledad, consiguió una perrita muy fina y amorosa. Cuando algunos de los presentes le reprochamos semejante disparate, diciéndole que por muy fregada que fuera una mujer no había derecho a cambiarla por una chandosa, el tipo sacó a relucir gran cantidad de razones que, según él, corroboran definitivamente su teoría.  Ante la incredulidad de los presentes, hizo la siguiente exposición:

Pónganme cuidado y verán que tengo toda la razón. Primero que todo la perrita siempre está en la casa y no se la pasa conversando por teléfono ni haciendo visita con una vecina. Como el animalito no maneja, el carro es para mí solo y cuando me monto en él no me toca correr el asiento, cuadrar el cinturón de seguridad, sintonizar mi emisora favorita ni volver a guardar los discos en la guantera. Una vez que viajé con la mascota a Bogotá, no quiso hacer pipí durante todo el recorrido, no molestó porque llevaba la ventanilla abierta y tampoco le provocó comprar quesos en Letras, aguacates en Mariquita, ni canastas en Guaduas. Cualquier canal que yo seleccione en el televisor le encanta y se queda mirándolo sin siquiera parpadear. No existe nada que la ponga más feliz que yo deje desorden tirado en el piso y aunque le gusta husmear en los rincones, nunca lo hace en mi billetera, en los extractos de las tarjetas de crédito, ni en mi cajón de la mesa de noche.

Nadie más fiel que un canino y a mi perrita nunca le ha dado por analizar nuestra relación, no llora por pendejadas, nunca lleva a los papás a la casa, no le importa que uno regale sus cachorros, no indaga sobre la relación con canes anteriores, no le importa si uno está retozando con otra clase de perras, le encanta que yo invite gente a la casa, entre más tarde llegue más fiestas me hace, goza de lo lindo cuando estoy borracho y lo mejor de todo: ¡No habla!. 1