Gustavo Román Rodríguez, M.D.
Psiquiatra.
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Las estadísticas son claras y contundentes, en nuestro país se muere primordialmente de violencia, cualquiera que sea su forma de expresión: guerra, accidentes, catástrofes, delincuencia y suicidio; similares registros presentan muchas naciones del mundo y la generalidad de estas muertes se producen en personas jóvenes. Paradójicamente esta situación se da en momentos en que la media estadística por muerte natural está encaminándose a los 90 años y esa expectativa forma parte de nuevas estrategias de la economía.
Muchas de la industrias terrenales y espirituales estaban basadas en la administración de la muerte o mejor, del miedo a la muerte natural. Ahora, el incremento de la longevidad produce negocios a costa de la tercera edad, incluyendo industrias de avanzada tecnología que prometen a multimillonarios detener el proceso de envejecimiento, conservar su cuerpo para una existencia futura por el método de la hibernación; o la clonación como una forma de duplicar la vida que declina. De otro lado, proliferan religiones que prometen a sus fieles un nuevo tránsito por este mundo con la reencarnación. El aumento en la duración de la vida, genera un incremento de muchos aspectos del mercado. No se alarga y protege la vida del ciudadano de la tercera edad con fines humanitarios, se alarga y protege la vida del consumidor.
El estado actual de violencia y muerte ha logrado una inversión en los principios de algunos valores sociales: ya los valores dominantes no emanan del Eros, sino que la fuente es el Thanatos. No es lo dominante el Principio del Placer, sino el Principio de Seguridad; en el momento presente no estamos en función de llenarnos de gozos y placeres sino de evitar la muerte violenta. El impulso de miedo moviliza a las masas. Ahí está la irresistible fascinación por las catástrofes, los atentados, el sensacionalismo periodístico y el morbo popular por el acontecimiento de sangre y lágrimas.
La muerte violenta ha logrado aquietar la función que desempeñó en la vida del hombre el miedo a la muerte natural y trasladar los temores cotidianos a lo accidental. Así es como ha surgido el mito de la "seguridad". Es el paso de la idea filosófica y religiosa de la muerte natural a la idea estadística de la muerte accidental; y decir accidental es decir también terrorismo, atentado, asalto, amenaza, golpe de Estado, y, en la situación que padecemos hoy, también miedo a lo cotidiano: a una matanza colectiva durante un ágape, al robo casero, a viajar por tierra o por aire, a visitar el campo, y desde el pasado domingo -el colmo de todos los colmos-: a asistir a los oficios religiosos.
Se ha convertido la existencia ordinaria en un continuo sobresalto gracias a esa intensa producción de inseguridad. Los colombianos somos hoy, al mismo tiempo, emisores y devoradores de miedo: el atentado, el secuestro, el asalto, forman el catálogo de los grandes temas periodísticos que fascinan a las mayorías silenciosas y que se constituyen en uno de los rasgos característicos de los tiempos actuales.
El producto más sofisticado de este consumo de miedos es la 'seguridad'. Su presencia empieza a cobijarlo todo: seguridad personal (seguros de vida, de accidentes y de catástrofes; cinturones de seguridad; carros blindados, perros guardianes); seguridad ciudadana (escoltas, vigilantes privados); seguridad social; y seguridad del Estado -que contradictoriamente pasa hoy mismo por un permanente estado de inseguridad-.
Estamos viviendo a diario el pavor de
ver como "la seguridad disminuye a medida que se agranda la maquinaria
de la seguridad". ¿Será que vamos a necesitar, como temía
el novelista Graham Green, la creación de un Ministerio del Miedo
?