Pablo Mejía
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Efectivamente la fecha prevista la parabólica salió del aire y todo el mundo procedió a adaptar la susodicha antena al aparato receptor. En ese preciso instante nos dimos cuenta del lujo que tenemos quienes disfrutamos del servicio de antena parabólica en nuestro hogar, y la escena más común era ver al papá acurrucado detrás del televisor con un pequeño destornillador tratando de conectar los cables, muerto de miedo porque desde siempre se ha dicho que los televisores cargan grandes cantidades de energía eléctrica y por lo tanto podía cogerlo la “fuerza”. Mientras tanto el resto de la familia espera impaciente frente a la oscura pantalla a que aparezca la imagen, y cuando al fin notan los primeros destellos, empiezan a renegar porque se ve muy lluviosos, con sombras, el sonido es deficiente y el color está mal definido. Todos opinan diferente y tratan de acomodar la antenita para mejorar la imagen, hasta que se resignan y recuerdan el viejo dicho que asegura que “algo es algo, peor es nada”.
Después de tantas peripecias falta enfrentar la prueba más difícil, que es cuando son conscientes de que solo tienen acceso a la televisión colombiana y por lo tanto se pueden ir olvidando del partido de béisbol que esperaban ver por ESPN, la final de un campeonato de fútbol que estaba anunciada por el canal FOX y que no pensaban perderse, el último capítulo de una telenovela mejicana que habían seguido con sumo interés durante dos años, el programa de concurso favorito que emite el canal español y una película anunciada precisamente para ese día en el HBO. A cambio de este suculento menú, deben conformarse con ver a Jota Mario Valencia animando un ridículo concurso, a Julio E. Sánchez Vanegas como una momia dirigiendo “Concentrese”, a Jorge Barón con su vestimenta de lobo estepario hablando trivialidades, un programa de videos en donde los bebés se golpean y los adultos caen y se tropiezan, y cuyos postizos presentadores, la ex reina y el heredero Sánchez, hablan como robots; otra opción es el “impotable” Víctor Mallarino en su más reciente caracterización, un musical con Marbelle y Gali Galiano, y mejor no sigo porque se me están saliendo las lágrimas ante semejante mediocridad.
Para algunos la televisión nacional ha mejorado con la llegada de los canales privados, aunque éstos no dejan de tener ciertos inconvenientes, como la estrategia de amarrar al televidente recurriendo a trucos marrulleros y abusivos. El seriado El Fiscal ha tenido mucha acogida por tratarse de una buena producción, pero a pesar de que anuncian una hora diaria de lunes a jueves, cancelan la transmisión cuando les da la gana y sin previo aviso. Otra modita que cogieron en el canal RCN consiste en suspender la serie cuando está a punto de terminar y presentar el noticiero, dejando los últimos cinco minutos, que son los de mayor contenido de acción e intriga, para presentarlos al final del informativo; de ésa forma le toca a uno “mamarse” el bendito noticiero, así no sea el de su preferencia. Siguiendo esta belleza de táctica, los del Canal Uno aprovecharon que la telenovela Perro Amor estaba por terminarse, para transmitir a las 9:30 de la noche los primeros quince minutos, luego el noticiero CM& y terminado este presentaban el restante cuarto de hora de las andanzas del perro Brando.
Otro pero bien grande de los canales privados es la duración de la franja comercial, la cual está constituida en su gran mayoría por productos y empresas pertenecientes al grupo económico dueño del canal. Y no estoy criticando esa forma de hacer publicidad, porque más pendejos fueran si pautaran en otro canal teniendo uno propio, sino porque dicha pauta dura tanto tiempo, que en cada espacio de comerciales uno puede preparar la comida, ir al baño a cualquier menester, salir a comprar algo a la tienda, tender la ropa mojada o lavar la loza de la comida, y cuando regresa aún faltan por los menos dos o tres comerciales por emitir.
Bendito el día en que inventaron
la antena parabólica. Pensar que por una cómoda suma mensual
tenemos acceso a cuarenta canales de televisión es algo maravillosos,
con la ventaja de que si por ejemplo alguien no gusta del canal de la NASA,
el de tango o alguno de los peruanos, simplemente procede a borrarlos del
menú del televisor, y listo. Por fortuna quienes manejan el servicio
se percataron de que el canal religioso y el Cinemax no debían ser
vecinos, porque en horas de la noche no dejaba de ser incómodo ver
en el primero a un sacerdote y una monja analizando la Biblia, mientras
en el segundo una pareja retozaba empelota en una cama, pujando y haciendo
toda clase de malabares.