Textos & Contextos. Año 1, N. 15 Desde el Eje Cafetero de Colombia                       Volver a Portada N.15

Pablo Mejía
E-mail: pmejia@emtelsa.multi.net.co
 

CÁSQUELE, CÁSQUELE.
 

Desafortunado el día en que a nuestro antepasado Caín le dio por romperle la “mula” a su hermano Abel con la quijada de un burro. ¿Será que ese muérgano sí alcanzó a imaginar el mal que le haría a la humanidad por el hecho de inventar el arma mortal y de cometer el primer asesinato?. Puede que Abel sí mereciera que le dieran un coscorrón o una patada en el fundillo por lambericas y por sapo, pero tampoco era como para haberlo pasado al papayo de semejante guarapazo. Que levante la mano el que no le haya pegado alguna vez a un hermano por pone quejas o por metiche; además, una de las principales causas por las cuales un niño debe contar por lo menos con un hermano, es para tener con quien pelear, discutir y agallar, situaciones que le van a servir para abrirse camino en la vida.

Desde los primeros años los bebés aprenden a defender sus derechos, apelando muchas veces a la violencia. Si otro niño de la misma edad entra a su habitación y coge algún juguete, inmediatamente se lo arrebata y le encima un aruñón, un pellizco o mínimo le mete un empujón. El instinto del hombre, igual que toda especie animal, lo lleva a defender su territorio de cualquier otro ser que represente peligro. El problema radica en que a diferencia de las bestias, el humano ha utilizado el don divino de la razón para idear diferentes métodos que faciliten el exterminio de sus semejantes.

Los animales salvajes pelean entre sí, hieren y matan, pero siempre por una razón justificable. El león solo caza cuando tiene hambre; el oso agrede a otro oso cuando éste invade sus dominios; el toro embiste para defenderse y la culebra ataca cuando se ve en peligro. Todos los animalejos son nobles y tranquilos mientras uno no se les meta al patio. En cambio los hombres somos el terror de la naturaleza. Siendo tan inferiores en poder y tamaño a un elefante o una ballena, con solo accionar un gatillo los destruimos sin ninguna compasión; y lo peor es que la mayoría de las veces aniquilamos a otros seres por el simple placer de verlos morir.

Mucho especulamos de cómo será el fin del mundo y la respuesta la tenemos en la punta de la nariz: el hombre se destruirá a sí mismo. Y para ello ha sabido perfeccionar el arte de matar, siendo muchos los inventos que ha desarrollado desde la quijada del asno hasta la bomba nuclear. Veintiún mil años antes de Cristo el hombre primitivo aprendió a utilizar el arco y la flecha. Y aunque todos pensarán que solo lo usaba para cazar y defenderse de las fieras, no debió faltar el que le zampó un flechazo al vecino por gallinazo o debido a cualquier conflicto menor. 3600 años a.C. empieza a utilizar el cobre, mucho más resistente y con mejor filo que el que daban las puntas de piedra. Cuando aún faltaban 2000 años para la llegada de Chuchito, el hombre domestica el caballo y al poco tiempo lo utiliza para la guerra; 200 años después un tipo que sufría de hemorroides inventó el carro de guerra, el cual era manejado por un soldado que iba de pie. En el siglo V a.C. los griegos inventan los Tirremes, unos barcos de guerra que tenían un espolón de bronce en la parte de adelante, con el cual embestían la nave enemiga y la dejaban como papa en tenedor, antes de mandarla al fondo del océano. Un siglo después los griegos de Siracusa inventan la catapulta, una especie de cauchera gigante.

Parece que la visita de Jesucristo a la tierra no sirvió para apaciguar la violencia entre los humanos, porque en el año 673 un alquimista llamado Calínico inventó una mezcla que contenía nafta, nitrato potásico y óxido de calcio, la cual ardía inclusive encima de la superficie del agua. Los bizantinos lanzaban la mezcla encendida, mediante tubos acondicionados, contra los barcos árabes que sitiaban la ciudad. En el 1050 los franceses inventan la ballesta, la cual no era muy práctica porque llevaba mucho tiempo recargarla, alcanzando a lanzar solo un dardo por minuto; mientras que en el 1200 los galeses concibieron el arco largo, con el cual podían “aventar” hasta diez flechas en el mismo lapso. Todas estas armas cumplieron su cometido hasta que Eduardo III, rey de Inglaterra, “mansalvió” a los franceses cuando se apareció en la batalla de Crecy, en el año de 1346, con un cañón que cargado con azufre, salitre y carbón, lanzaba unas pelotas parecidas a las del boliche, pero de puro hierro macizo. Esa vaina debía pegar más duro que’l... diablo.

En 1450 los españoles idearon el arcabuz y en 1565 lo perfeccionaron llamándolo mosquete. De ahí vienen los famosos mosqueteros, Atos, Portos y Aramís, a quienes por cierto siempre he visto “voliando” espada y no disparando un fierro de ésos. En 1835 mister Samuel Colt inventó un artefacto que hasta la fecha a mandado a más de uno para la otra vida, el revólver. Un año después aparecen los primeros torpedos, los cuales tenían el inconveniente de que debían ser tripulados por humanos. En 1853 “cranearon” los acorazados, en 1860 el fusil, en 1862 la ametralladora, en 1898 los submarinos y en 1903 los aviones. Cinco años después se inventan los tanques de guerra, luego en 1914 las granadas y en 1915 las armas químicas. En 1936 el helicóptero, en 1939 el cóctel Molotov y en 1944 los cohetes teledirigidos. Por último, en 1945 los gringos se inventan la bomba atómica y ahí si voló, como dicen los japoneses, “mielda al zalzo”.

En la carrera armamentista los colombianos hemos aportado el barberazo certero, el machetazo al pescuezo y la puñalada marranera. 1