Pablo Mejía
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La hora de la comida de los niños pequeños se convierte en una verdadera tragedia para los padres, pues es muy escaso el pequeño que recibe los alimentos con agrado y sin que le rueguen. Los sicólogos describen dicho comportamiento cono una estrategia para atraer la atención del adulto, pues inconscientemente el bebé sabe que durante el lapso en que tratan de darle la sopa, quien lo hace recurre a cualquier método para lograrlo; entre otras cosas accederá a todas sus peticiones, le cantará, hará toda clase de carantoñas y morisquetas, comparará la cuchara con un avión, contará cuentos, gritará hurra mientras aplaude y celebra cada cucharada recibida, le recordará a toda la familia y le prometerá el oro y el moro si recibe siquiera la mitad del contenido del plato.
La verdad son muy pocos los papás que se le miden a esta faena, porque definitivamente requiere de una alta dosis de paciencia y en el sexo masculino esta virtud no es propiamente el fuerte. En cambio hay que ver a la mamá haciendo, sin darse cuenta, la mueca de abrir la boca y recibir el bocado cada que el niño lo hace; mientras tanto el muchachito escupe la comida cuando no quiere más, se unta la cara, riega sopa por todas partes y mete la mano en el plato varias veces durante el proceso. Después de recurrir a las estrategias mencionadas para que el infante reciba el alimento, está comprobado que ninguna funciona mejor que la consistente en ofrecer cada cucharada a nombre de un ser querido. Si la familia no es muy numerosa y por lo tanto el bebé ya ha recibido un bocado por el papá, los abuelitos, los tíos y demás parientes cercanos, la resignada madre, al ver que aún falta mucho por consumir, empieza a nombrar a la profesora del jardín, al oso de peluche con el cual duerme, al perro de la finca y hasta al portero del edificio.
Al poco tiempo los niños empiezan a sentir un gusto irresistible por cualquier clase de alimento que no sea preparado en casa, siendo los más perseguidos, casualmente, los más costosos. Si usted por ejemplo compra en el mercado papas fritas para darle a sus hijos a la hora del “algo”, ellos prefieren las mismas papas, de la misma marca y en el mismo empaque, pero compradas en una tienda. Los dulces, chicles, bombones, helados, gomas, turrones y chocolates ejercen una atracción indescriptible ante cualquier infante; y ni hablar de los chitos, gudis, rosquillas, boliquesos o cualquiera de los llamados alimentos “chatarra”. En cambio no reciben una tajada de torta, unas galletas dulces, un bocadillo de guayaba o un pedazo de queso ni muertos, porque con su sexto sentido barruntan que dicha comida contiene proteínas y vitaminas, factores que la convierten en material vetado para un niño.
Al crecer un poco los menores empiezan a preferir en su dieta alimenticia los perros calientes, hamburguesas, pizza, pollo apanado, “tacos” mejicanos, costillitas al carbón, chuzos o cualquier clase de alimento que sea comprado en un establecimiento o en su defecto pedido por teléfono a domicilio; la constante de que entre más caro mejor, sigue inmodificable. Si la mamá prepara cualquiera de estos platos en casa, poniendo todo el entusiasmo y quedando los mismos más apetitosos que los ofrecidos en los negocios, los mocosos ni siquiera los prueban. En esta etapa de la vida los muchachitos le cogen fobia a cualquier clase de verdura, a las lentejas, frijoles, hortalizas, a todas las sopas, a la carne, a la yuca, la arracacha y al noventa por ciento de los alimentos preparados en el hogar. Si los padres no procuran educar a los hijos en este sentido, van a crecer comiendo solamente carne asada, papas fritas, arroz y tajadas maduras.
Por fortuna con el paso de los años la mayoría de las personas aprenden a cogerle gusto a la comida y al llegar a la pubertad a los jóvenes se les abre un apetito voraz. En el caso de los hombres, la etapa cuando empiezan a hablar ronqueto, a presentar vello en el bigote e infinidad de barros y espinillas en la cara, viene acompañada de una capacidad para comer impresionante; como dicen vulgarmente, es más fácil llenar un escusado de tren. Igual sucede con las mujeres, pero en ellas se despierta al mismo tiempo la vanidad y por lo tanto desde esa temprana edad empiezan a cuidar la línea y a hacer toda clase de dietas.
Después de los treinta años al ser humano se le jode la vida en los que respecta a la comida. Empieza el problema del sobrepeso, el colesterol, los triglicéridos, las grasas saturadas, el ácido úrico, la diabetes, la osteoporósis, los alimentos cancerígenos y una cantidad de enguandas y pendejadas que han ido apareciendo para hacernos la vida imposible. Porque definitivamente uno de los mejores placeres de la vida es comer bien y por muy pobre que uno esté, a lo último que renuncia es a darle gusto al paladar. El problema radica en que todas las comidas sabrosas y apetitosas engordan o hacen daño. ¿O a quién le han prohibido comer papa cocinada, carne asada, ensalada, puré de papa o verduras hervidas? ; en cambio ni pensar en los langostinos, la chunchurria, los pasteles, los postres, las comidas fritas o muy condimentadas.
Lo cierto es que al llegar a la vejez la mayoría de las personas
dejan de preocuparse por el daño que pueda hacerles lo que comen
y mandan todas las restricciones para el carajo. Ahora que pienso en este
tema, caigo en la cuenta del por qué cuando alguien termina de comerse
una buena fritanga, acostumbra decir que la vianda estaba “de infarto”.