Gustavo Román Rodríguez, M.D.
Psiquiatra.
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La contaminación del deporte con el dinero, ha venido transformando paulatinamente la mentalidad de nuestros jóvenes deportistas y como consecuencia se aprecian notorios cambios en sus objetivos y en sus comportamientos deportivos que casi siempre se traducen en los fracasos estruendosos que venimos sufriendo desde hace algun tiempo. Ya es común que jóvenes boxeadores -de magníficas calidades pero sin la preparación adecuada- sean lanzados a combates prematuros por apoderados que solo tienen en mente las utilidades económicas, consiguiendo resultados desastrosos, aún con grave riesgo para la integridad física de sus pupilos y casi siempre con la finalización precoz de carreras que pudieron ser promisorias.
Cotidianamente percibimos una evidente desidia de muchos de los jugadores de nuestras selecciones -especialmente de fútbol- cuando no son estimulados por jugosos premios en dinero. Se ha sabido que en algunas ocasiones, en el intermedio de un partido, es necesario aumentarles el monto de los premios, para tratar de obtener un resultado favorable. Otras veces sucede que la boyante situación económica del jugador le crea una autoimagen de grandiosidad que limita el esfuerzo y la capacidad de sacrificio. Casi siempre el desenlace lo constituyen encuentros apáticos y desganados de parte de los nuestros, en los cuales es notoria la ardentía y el pundonor de los seleccionados contrarios, que muchas veces con menos técnica e inferior calidad, nos ponen en 'calzas prietas' u obtienen triunfos solo explicables por nuestra desverguenza deportiva. Estamos perdiendo el interés por el deporte y por un nacionalismo sano, en aras del interés por el dinero y la comodidad.
El deporte es estupendo como fuente de salud y diversión; acrecienta nuestra autoestima y agiganta nuestros intereses nacionales. Hoy dia, el deporte además de ser espléndida manifestación de la exuberancia física juvenil, se ha convertido en industria y negocio -como sucede en los encuentros de boxeo y en los campeonatos de fútbol-, lo cual envilece la parte del deporte que todos deberíamos aplaudir como ejercicio, a ser posible con gran competitividad, sin otra rivalidad que la rivalidad amistosa de los contendores.
El deporte ideal es a mi entender, el practicado para hacer el músculo más fuerte y elástico y los reflejos más ágiles y rápidos, además es magnífico vehículo para sublimar los sentimientos de rivalidad y los impulsos de agresión entre personas, grupos o naciones. El deporte competitivo es un dique que contiene la guerra y la destrucción. En lo que no puede ni debe convertirse el deporte para la juventud es en una finalidad y no en un medio; en un modo de enriquecerse con dinero y no con salud física y mental. Con el deporte se adquieren y acrecientan habilidades, pero él no genera creatividad en su significado más estricto. En este sentido sería un mal sustituto del trabajo.
El complemento
para todo deportista sobresaliente debería ser una buena y oportuna
educación, facilitada por el Estado. La cultura es vacuna que inmuniza
contra el poder corruptor del dinero, genera una ética deportiva
y asegura al individuo para su etapa de declinación física.
La juventud a la inversa de la ancianidad, está llena de esperanzas
pero carece de recuerdos; por ello su superabundancia emotiva, el auge
de su sistema y muscular y la fuerza centrífuga de su sistema nervioso
que la dotan de un equipo orgánico perfecto para la acción
y la asimilación. El hilo que une a la juventud de todos los países
es el deporte, una maravillosa válvula de escape para el exceso
de energía y entusiasmo. Si a los deportistas se les dotara siquiera
de una pequeña dosis de cultura y humanismo, tendríamos el
condimento perfecto para ir consolidando la paz en los individuos y en
las naciones.