Pablo Mejía
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Es que me pongo a pensar en la cantidad de acciones, pilatunas, actitudes, conductas y embarradas que dejamos de hacer en nuestra vida pasada por físico miedo de ir a templar a los profundos infiernos. Y con seguridad gracias a esas enseñanzas nos salvamos de hacer muchas cosas reprochables, pero no deja de ser desalentador pensar que lo que hubiera sido castigado con una pela, una prohibición o una sanción, simplemente la desechamos por miedo a tener que enfrentar al tal Luzbel. Cuando nosotros estábamos pequeños la empleada del servicio, llamada cocinera por aquellas calendas, nos amenazaba con el infierno por hacer cosas tan banales como sacarse un moco, decir una grosería, tirarse un pedo, pegarle a un hermanito, robarse una tostada o aventarle una pedrada a un perro. Por cualquier pendejada nos decían que por la noche vendría el diablo y nos llevaría ensartados en el tenedor, para ponernos a escupir candela por la boca.
Por todos los cielos, ¿cómo así que el infierno no existe?. Ahora verán el lío tan tremendo que va a formase el día del juicio final, cuando Fausto busque a Mefistófeles para deshacer el trato, igual que lo hará Peralta, el de Carrasquilla. También me imagino a Martín Lutero gritando “se los dije” a todos aquellos que pagaron grandes fortunas para conseguir una rebaja en la condena eterna por medio de las indulgencias. Miguel Ángel querrá cambiar el decorado de la Capilla Sixtina y Dante le dirá a su amada Beatriz que piensa sacar una edición mejorada de la Divina Comedia. No falta sino que ahora nos salgan con que el juicio final ya no será en el Valle de Josafat, porque debido a la exagerada población del planeta las liquidaciones se harán por correo, fax o internet.
¿Y qué pasará con el festival del diablo en Riosucio y con quienes acostumbran disfrazarse de Satanás con el tridente, los cachos y la cola con punta de arpón?. Los grupos satánicos pueden ir dejando la maña de matar gatos y sacrificar muchachitos, porque a su querido “patas” lo sacaron por líchigo. Qué va a pasar con nuestro lenguaje coloquial si ya no podemos referirnos a un lugar lejano diciendo que queda en los infiernos; o para decir que algo muy costoso cuesta un infierno de plata; o para asegurar que alguna vaina no es capaz de hacerla ni el diablo (le tocará cargar con toda la responsabilidad al de Aguadas). Mejor dicho, esta vaina no la entiende ni... Mirúz.
Lo peor de todo es que el cielo no se parece en nada a lo que hemos idealizado durante milenios. En primer lugar me preocupa San Pedro, quien después de tanto tiempo va a quedarse sin coloca; ya he de ver en una venta de antigüedades el portalón que custodiaba el viejito. ¿Y para qué servirán ahora las escalinatas celestiales?. Ni hablar del bajón que sufrirán en la bolsa las acciones de las empresas que producen y comercializan arpas, liras, túnicas, aureolas y plumas de gallina. La canción Cielito Lindo sale del mercado, el piropo Mi Cielo pierde vigencia y no sabremos decir para dónde estamos mirando cuando alcemos los ojos hacia el infinito. Quienes soñaban pasar la eternidad recostados en la superficie mullida de una nube contemplando el universo, o aquellos que seguían pensando que su final sería en el Paraíso Terrenal comiendo frutas y montando a caballo, se pueden ir bajando de la nube porque la vaina va a ser a otro precio.
Aunque no se ha dicho nada con referencia al Purgatorio imagino que tampoco existe, porque muy bien nos enseñaron que dicho lugar es una especie de sala de espera donde deben hacer fila quienes no tengan las cuentas claras, antes de subir a disfrutar del descanso eterno. En cuanto al Limbo nos da lo mismo si existe o no, porque a nadie se le ocurre solicitar cupo en un lugar donde debe haber millones de bebés recién nacidos berreando y haciendo popó. Debemos estar preparados porque con seguridad debido al cambio de siglo y de milenio, la Iglesia Católica nos va a aclarar muchos otros misterios. Ahora no faltará el cristiano que pregunte si el Ánima Sola ya está acompañada, si a las almas en pena se les quitó la pena, si el Ánima Mea ya encontró la bacinilla, si el ángel de la guarda sigue vigente o si la paila mocha salió a remate.
Quienes acostumbran contar chistes en
fiestas y reuniones se fregaron porque verán reducido su repertorio
por lo menos en un treinta por ciento. Por cierto queda cancelado el cuento
de cuando Emeterio soñó que había llegado al infierno
a pagar sus culpas, y en la entrada preguntaban al aspirante si prefería
que le pusieran cachos o cola. Aunque muchos llegaban con la cornamenta
personal, quienes preferían los cuernos eran mancornados por unos
negros jetones que les hacían dos agujeros en la frente con un berbiquí
y luego atornillaban allí los pitones. Al llegarle el turno a nuestro
amigo prefirió la cola, aduciendo que al menos ya traía el
roto hecho.