Reflexiones de León
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Invitado especial a Textos&Contextos
La empresa a la cual respondo me encomendó
ir para investigar, e informar luego, acerca de unos inconvenientes presentados
en el montaje de las compuertas de la nueva represa de un río que
baja de la montaña, en la provincia de Mendoza. Un lugar paradisíaco,
casi al pié de la Andes.
En este tipo de obras, cuando aún
no están completadas las instalaciones auxiliares, todo es cuestión
de dejar pasar el tiempo y armarse de paciencia.
Fue así que el tendido eléctrico
todavía no había sido instalado y para accionar los motores
de izaje de las compuertas hubo que recurrir a un precario prolongador
que debimos desplazar cada vez de una compuerta a la otra, para así
dar energía eléctrica a un motor por vez.
El tiempo de maniobra de cada compuerta
de por sí es enorme y lo que yo debía observar eran los puntos
extremos, es decir, compuerta totalmente abierta y totalmente cerrada.
¿Qué hacer mientras tanto?
Pues, lo que haría cualquier humano que se encuentre parado en ese
privilegiado lugar en medio del río: contemplar la inimitable naturaleza.
Extendí la mirada y recorrí
el perfil del horizonte los 360° hasta saturarme. Luego comencé
por formular preguntas a mi circunstancial ayudante de obra: ¿De
dónde sale el sol? ¿Y dónde se esconde? ¿Las
crecientes del río cuando ocurren hasta dónde suben? ¿Y
el nivel de aguas más bajo a dónde llega? ¿Qué
vientos hay en la zona? ¿Y el más fuerte?... Invariablemente
me surgían preguntas sobre "puntos extremos" ¡ como mi rol
con la verificación de las compuertas!.
Bueno -me sonreí- nada tiene
que ver, es pura coincidencia. ¿A quién se le ocurriría
preguntar: ¿Cuando llueve fuerte, cómo llueve?, o sinó
¿Cuando ya salió el sol y no se puso, dónde está?.
Y así buscando de convencerme
de que no se trataba de una fijación, me quedé mirando, los
remolinos del agua que se forman debajo de la ruidosa cascada producto
de la represa...
Los remolinos formaban "sistemas",
eran como estructuras que se automantenían y se repetían
a sí mismas con cierta invariabilidad, pese a que el torrente de
agua está manando continuamente a través de ellas.
Así parado sobre la represa,
en medio de este anchuroso río, miraba casi a mis pies el movimiento
del agua que caía y sin embargo los remolinos, que también
eran efecto del movimiento, estaban allí, fijos, se los podía
contar, señalar con el dedo: este grandote, aquel temblequeante,
aquel otro...
Aquí no hay "puntos extremos",
pensé. Pero para mí eso ya era secundario, ya estaba frente
a otra cosa que pasmaba mi atención. Abajo mío, el flujo
de agua era un "sistema viviente", no una estructura estática como
podría ser una saliente o un agujero en la roca ¡ estos eran
remolinos!.
El agua corre y sin embargo los remolinos
están fijos, cada uno gira ocupando un lugar. Ante la contemplación
de una roca con un agujero, por ejemplo, jamás se me hubiese ocurrido
jugar con ella. Pero este torrente de agua era algo distinto y no sé
por cual maligno instinto (¿freudiano quizá?) le hundí
un tablón de madera al remolino más cercano, igual que el
Quijote con los Molinos de Viento.
Y vino la metamorfosis. No eran alucinaciones
mías, era realidad: el agua inmediatamente tuvo un gesto como de
dolor, cambió inmediatamente de configuración. Parecía
que intentaba defenderse...
Confieso que me asusté, perdí
la noción de equilibrio allá arriba y casi me caigo al agua.
¿Qué pasó exactamente?
El remolino que antes lo tenía muy próximo, de pronto se
agrandó corriéndose de lugar. Otro, el que temblequeaba,
desapareció totalmente. Otros se movieron de lugar. Aparecieron
varios más. Incluso hubo uno que viajaba, venía y se iba
amenazadoramente ¡ me desafiaba! o quizá se comportaba como
la cola del perro en acecho, mientras él está inmóvil,
ella se mueve delatando su nerviosidad...
Fuera ya del estupor inicial, retiré
el tablón sanguinario, y me quedé como avergonzado de la
quijotada. Entonces, todo volvió a su configuración primitiva.
El agua abandonó su reestructuración defensiva y volvieron
a danzar los ya familiares remolinos.
Esto me tranquilizó. Miré
de reojo a mi alrededor: nadie, por fortuna, me observaba. Respiré
tranquilo: ¡ no había testigos!.
Sin embargo, con sentido de culpa,
miré también aguas abajo, como para descubrir si la corriente
arrastraba alguna prueba, algo así como una mancha de mi aviesa
acción. Todo felizmente fluía normal. El agua seguía
tranquila cuesta abajo...
Como ustedes comprenderán a
esta altura, ya me resultaban nimiedades el sol, las crecientes, las lluvias
y los vientos; el agua logró hipnotizarme.
He visto en los pintores y poetas la
bella y tal vez la simple naturaleza; pero esta naturaleza nunca, inmensa,
no la he visto pintada ni cantada jamás.