Textos & Contextos. Año 1, N. 19 Desde el Eje Cafetero de Colombia                       Volver a Portada N.19

Reflexiones de León
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Invitado especial a Textos&Contextos

La Metamorfosis

La empresa a la cual respondo me encomendó ir para investigar, e informar luego, acerca de unos inconvenientes presentados en el montaje de las compuertas de la nueva represa de un río que baja de la montaña, en la provincia de Mendoza. Un lugar paradisíaco, casi al pié de la Andes.
 
En este tipo de obras, cuando aún no están completadas las instalaciones auxiliares, todo es cuestión de dejar pasar el tiempo y armarse de paciencia.
 
Fue así que el tendido eléctrico todavía no había sido instalado y para accionar los motores de izaje de las compuertas hubo que recurrir a un precario prolongador que debimos desplazar cada vez de una compuerta a la otra, para así dar energía eléctrica a un motor por vez.
 
El tiempo de maniobra de cada compuerta de por sí es enorme y lo que yo debía observar eran los puntos extremos, es decir, compuerta totalmente abierta y totalmente cerrada.
 
¿Qué hacer mientras tanto? Pues, lo que haría cualquier humano que se encuentre parado en ese privilegiado lugar en medio del río: contemplar la inimitable naturaleza.
 
Extendí la mirada y recorrí el perfil del horizonte los 360° hasta saturarme. Luego comencé por formular preguntas a mi circunstancial ayudante de obra: ¿De dónde sale el sol? ¿Y dónde se esconde? ¿Las crecientes del río cuando ocurren hasta dónde suben? ¿Y el nivel de aguas más bajo  a dónde llega? ¿Qué vientos hay en la zona? ¿Y el más fuerte?... Invariablemente me surgían preguntas sobre "puntos extremos" ¡ como mi rol con la verificación de las compuertas!.
 
Bueno -me sonreí- nada tiene que ver, es pura coincidencia. ¿A quién se le ocurriría preguntar: ¿Cuando llueve fuerte, cómo llueve?, o sinó ¿Cuando ya salió el sol y no se puso, dónde está?.
 
Y así buscando de convencerme de que no se trataba de una fijación, me quedé mirando, los remolinos del agua que se forman debajo de la ruidosa cascada producto de la represa...
 
Los remolinos formaban "sistemas", eran como estructuras que se automantenían y se repetían a sí mismas con cierta invariabilidad, pese a que el torrente de agua está manando continuamente a través de ellas.
 
Así parado sobre la represa, en medio de este anchuroso río, miraba casi a mis pies el movimiento del agua que caía y sin embargo los remolinos, que también eran efecto del movimiento, estaban allí, fijos, se los podía contar, señalar con el dedo: este grandote, aquel temblequeante, aquel otro...
 
Aquí no hay "puntos extremos", pensé. Pero para mí eso ya era secundario, ya estaba frente a otra cosa que pasmaba mi atención. Abajo mío, el flujo de agua era un "sistema viviente", no una estructura estática como podría ser una saliente o un agujero en la roca ¡ estos eran remolinos!.
 
El agua corre y sin embargo los remolinos están fijos, cada uno gira ocupando un lugar. Ante la contemplación de una roca con un agujero, por ejemplo, jamás se me hubiese ocurrido jugar con ella. Pero este torrente de agua era algo distinto y no sé por cual maligno instinto (¿freudiano quizá?) le hundí un tablón de madera al remolino más cercano, igual que el Quijote con los Molinos de Viento.
 
Y vino la metamorfosis. No eran alucinaciones mías, era realidad: el agua inmediatamente tuvo un gesto como de dolor, cambió inmediatamente de configuración. Parecía que intentaba defenderse...
 
Confieso que me asusté, perdí la noción de equilibrio allá arriba y casi me caigo al agua.
 
¿Qué pasó exactamente? El remolino que antes lo tenía muy próximo, de pronto se agrandó corriéndose de lugar. Otro, el que temblequeaba, desapareció totalmente. Otros se movieron de lugar. Aparecieron varios más. Incluso hubo uno que viajaba, venía y se iba amenazadoramente ¡ me desafiaba! o quizá se comportaba como la cola del perro en acecho, mientras él está inmóvil, ella se mueve delatando su nerviosidad...
 
Fuera ya del estupor inicial, retiré el tablón sanguinario, y me quedé como avergonzado de la quijotada. Entonces, todo volvió a su configuración primitiva. El agua abandonó su reestructuración defensiva y volvieron a danzar los ya familiares remolinos.
 
Esto me tranquilizó. Miré de reojo a mi alrededor: nadie, por fortuna, me observaba. Respiré tranquilo: ¡ no había testigos!.
 
Sin embargo, con sentido de culpa, miré también aguas abajo, como para descubrir si la corriente arrastraba alguna prueba, algo así como una mancha de mi aviesa acción. Todo felizmente fluía normal. El agua seguía tranquila cuesta abajo...
 
Como ustedes comprenderán a esta altura, ya me resultaban nimiedades el sol, las crecientes, las lluvias y los vientos; el agua logró hipnotizarme.
 
He visto en los pintores y poetas la bella y tal vez la simple naturaleza; pero esta naturaleza nunca, inmensa, no la he visto pintada ni cantada jamás.
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