Gustavo Román Rodríguez, M.D.
Psiquiatra.
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Es frecuente que en la vida cotidiana tropecemos con algunos seres en cuyo comportamiento y actitudes se denota una especial condición de superioridad frente a sus congéneres, que los hace ver como de una naturaleza sobrehumana flotando sobre el resto del grupo de mortales. Estas personas a pesar de poseer su creencia en la superioridad no han conseguido lo que más necesitan: confianza en sí y una propia y buena estimación. Aunque en su imaginación son semidioses, carecen de la confianza terrenal de un campesino. Las altas posiciones a que pueden ascender, la fama que los rodea, los hace arrogantes pero no les proporcionan seguridad interior; se hieren fácilmente y necesitan una confirmación incesante de su 'valor'. Se sienten importantes mientras tienen el poder y la influencia y se ven apoyados por los elogios; pero todos estos sentimientos consoladores se acaban cuando en un medio extraño les falta dicho apoyo, cuando tienen un fracaso o cuando están solos.
Esa autoidealización constituye una tentativa de remediar el daño hecho en su infancia por padres autosuficientes, menospreciativos y desvalorizantes, o el producto de una ciega adoración de parte de padres necesitados de prestigio y de poder. Ese daño trata de remediarse elevando su mente por encima de la cruda realidad de sí y de los demás. Procuran entonces conseguir la gloria con la imaginación y en lugar de una sólida confianza en sí mismos, sólo tienen un brillante don de valor muy dudoso: 'el falso orgullo'.
El orgullo 'sano', está basado en atributos sustanciales. Puede ser por ejemplo una alta estima por los logros académicos, laborales y profesionales, o por el reconocimiento de valores éticos y morales, que generan un tranquilo sentimiento de dignidad. El falso orgullo es -por comparación- insustancial, y se basa en factores enteramente distintos que sirven de apoyo a la versión glorificada de uno mismo. El tener una novia atractiva, proceder de una familia respetable, pertenecer a un grupo profesional o social que dan prestigio, ser popular, conocer gentes de importancia, tener un buen carro o una buena casa, producen reacciones normales de orgullo; pero para el poseedor de falso orgullo, estos factores constituyen su centro vital: sus vidas giran en torno de ellos y ponen sus mejores -y a veces totales- energías a su servicio. Para tales personas, es absolutamente indispensable asociarse con los grupos prestigiosos o figurar en ellos. Sus perpetuos temas de conversación son los logros de sus grupos, o lo logros obtenidos en el pasado o en el presente por sus familias. Son incapaces de hablar de ellos mismos porque sencillamente...no hay tema.
Cualquier falla
o fracaso del grupo, provoca todas las reacciones del orgullo herido.
En realidad, el
falso orgullo
no tiene un sentimiento de hermandad o de solidaridad de grupo, sino que
se vale principalmente de él, para su prestigio personal. Estos
individuos no aceptan la crítica y no toleran la frustración
porque se creen con derecho a todo; son incapaces de solicitar y aceptar
ayuda cuando sería sensato hacerlo.
El falso orgullo
trata de sostener a su poseedor en una paradisíaca y triunfal plataforma
que, al derribarse, lo deja caer al infierno: el infierno de su pobre interior.
Si en una buena introspección concluimos que carecemos de falso
orgullo, por este solo hecho, ¡nos debemos sentir muy
orgullosos!.