Pablo Mejía
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Lo cierto del caso es que entre los humanos hay gran disparidad de comportamiento entre hombres y mujeres. Aunque normalmente no detallamos ciertos ademanes y procederes que marcan tales diferencias, por ejemplo cuando estamos frente a un afeminado nos percatamos inmediatamente de su condición. Con solo ver al tipo caminar, hacer un carrizo, echarse un mechón de pelo hacia atrás o mirarse las uñas; o por la forma como coge el cigarrillo al fumar, por el manejo de las manos o en el modo de sentarse. Ni siquiera es necesario oír hablar al personaje para conocer su condición, por lo que dichas personas no deben tratar de ocultar su personalidad ante la gente; entre otras cosas porque la sociedad actual, para fortuna de ellos, es mucho más permisiva con los homosexuales.
La diferencia que existe entre ambos sexos salta a la vista en todo momento. No es mera casualidad que siempre los varones estén quejándose de las mujeres y viceversa. Porque los hombres podemos ser muy educados en una reunión social, pero cuando estamos con los amigos preferimos hablar de sexo y de morbo; de deportes en general, pero sobre todo de fútbol; el tema de los carros, la plata y los problemas financieros de los demás también nos apasionan, y ni qué decir cuando empezamos a decir groserías, a comentar porquerías y a gozar con cualquier cosa que sabemos le choca infinitamente a las mujeres. Al mismo tiempo ellas prefieren conversar sobre chismes de la sociedad, la moda, el último tratamiento para adelgazar, los problemas para arreglarse el pelo de cada una, las muchachas del servicio, lo inmundos y guaches que son los maridos, y lo divino que está Enrique Iglesias.
En vista de que hoy en día nadie aguanta un defecto en su pareja, porque inmediatamente decide separarse, sería bueno buscar una solución para que los futuros contrayentes se conozcan mejor antes de tomar una decisión tan importante. Alguien propuso hace poco que el matrimonio debería renovarse cada cinco años, solución que me parece absurda porque cuando uno se “mama” de dicha condición civil, no va a esperar los tres o cuatro años que falten para renovar del contrato. Mejor sería que la Iglesia Católica les permitiera convivir durante un período de prueba (o de ensayo, para evitar malos entendidos), porque bien es sabido que en la intimidad es donde afloran los principales defectos del ser humano.
Una cosa es saber que al novio no le gusta la música ranchera, que odia la cebolla, que prefiere evitar las visitas, que utiliza una determinada loción, que le fastidian los niños, que no resiste que le hagan cosquillas y que le encanta leer, a aguantarse al tipo echándose pedos debajo de las cobijas, dejando la ropa tirada en el piso, renegando porque le cogieron el corta uñas, ensuciando hasta el último plato de la cocina para hacer un salpicón, jodiendo porque le plancharon mal un pantalón, rechazando el arroz porque está mazacotudo o dejando la tapa del inodoro salpicada de orines. En el caso del novio este debe aprender a conocer a su mujer recién levantada, no aterrarse porque ronca como una locomotora, aceptar que las féminas también producen gases intestinales, aguantarse cuatro mantas en la cama porque ella sufre de frío, asimilar que la pasión del noviazgo quedó en el pasado, acostumbrarse a verla sacándose barros y espinillas, y soportar que hable con la mamá por teléfono quince veces al día.
Además en los cursos prematrimoniales deberían advertir a la mujer que no espere que su marido le lleve una serenata, que nunca volverá a recibir piropos de él en público y cuando lo haga en la casa, es porque está “ganoso”; que recuerde que los varones son desordenados, malgeniados, inútiles, alegones, exigentes y chochos. Que no sueñe con que su marido pueda aprender a planchar una camisa, a coger una pulga, a enhebrar una aguja, a fritar un huevo o a doblar un pañuelo. También deben ser conscientes de que ellos no se dejan tratar las enfermedades ni se les puede tocar el control remoto del televisor. A su vez el novio debe saber que su mujer nunca aprenderá a programar el VHS, que no insista en que entienda unas instrucciones o un manual, que no trate de explicarle qué es un fuera de lugar pasivo en el fútbol y mucho menos quererle hacer memorizar cuántas libras de aire llevan las llantas del carro. Además debe saber que cuando vayan a ver una película en la televisión, al empezar la misma ella recordará que tiene que hacer un oficio, por lo que en las siguientes dos horas hará infinidad de preguntas absurdas. Y por favor no se desespere cuando todos los días antes de acostarse, parada frente al closet, se haga la misma pregunta: ¿Qué me pongo mañana?.
Hace días una sobrina me preguntó si sabía cuál era la diferencia entre un camión cargado de marranos y uno de hombres, y al no conocer la respuesta, la mocosa me dijo que la única diferencia era la placa del camión. Para desquitarme le hice un chiste que estoy seguro la niña no entendió. Le comenté que había una muchacha tan bruta, tan bruta, que las amigas se dieron cuenta.