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Noventa días han pasado ya desde esos 19
segundos del 25 de enero de 1999 en que se partió Armenia en dos,
por efectos de la catástrofe debida al terremoto cercano. Se ha
partido en dos, tando en su historia como en su geografía. Ya nada
es como antes. Las gentes de esta ciudad llamada Ciudad Milagro
de Colombia necesitan de verdad de un nuevo milagro,
Y la fisonomía de la ciudad ha cambiado radicalmente. Aunque
el norte geográfico de la ciudad no se destruyó, la ciudad
noventa días después está "sin norte" como tituló
una reciente edición del periódico regional de El Tiempo,
7 días Café: "El norte ya no se reconoce. El centro prácticamente
no existe y el sur reclama por la reconstrucción", dice. Y la ciudad
vacila entre el escepticismo y el desespero.
De verdad que impresiona ver el centro y el sur
de la ciudad. El centro ya no volverá a ser lo que fue y el sur
nada tiene que envidiarle a una ciudad devastada por la guerra. Con miles
de refugiados dentro de sus mismos espacios. Porque a la fecha 21.000 familias
viven en cambuches improvisados y otras 14.000 en albergues provisionales.
Lo que a un promedio de cuatro personas por familia nos da 140.000 refugiados
que no saben para donde ir, pues los planes de reconstrucción aún
no empiezan y la ayuda para sobrevivir ya casi no llega. De manera
que en la otrora ciudad milagro es hoy un milagro vivir.
En las ediciones anteriores de esta misma revista
virtual incluíamos un análisis de los efectos postdesastre.
Que no solo son físicos. Y aunque se tienen datos de las edificaciones
destruidas o deterioradas, no se conocen aún balances de esos otros
daños emocionales, psicológicos y sociales que pueden ser
catalogados como el segundo desastre. Lo cual nos lleva a pensar que si
no se acelera el proceso de reconstrucción, este efecto posterior
va a tener tonalidades de catástrofe. Para percibirlo basta recorrer
la ciudad.
Un sector apacible y tranquilo se convirtió
a la fuerza en el nuevo centro de la ciudad. Sin tener las condiciones
y con peligro de su deterioro acelerado que ya se empieza a notar en el
incremento del comercio informal en los alrededores del parque Sucre. Un
centro que divide la ciudad en dos y un enorme sur tugurizado, que tiene
que ejercer presión sobre el nuevo centro en el norte, pues allí
se radicaron los principales servicios financieros, las oficinas gubernamentales
y la actividad comercial. Esta división de la ciudad es una bomba
de tiempo, que no quisieramos ver estallar, porque crearía más
problemas que los ya creados por la fuerza misma del terremoto.
El departamento y la ciudad capital del Quindío
se encontraron de un momento a otro con la realidad de su orfandad frente
a los políticos que los manejan por decisión de la elección
popular. Cuando debieron ser los líderes naturales del proceso de
reconstrucción se enfrascaron en enfrentamientos insulsos. Y desde
la nación tampoco se tuvo el liderazgo natural que debía
ejercer la oficina nacional para la prevención y atención
de desastres, siendo necesaria la creación de un fondo especial,
que aún no arranca, excusado en la necesaria planeación para
que las cosas se hagan bien hechas. Pero cómo explicarle esto a
una familia que ya lleva viviendo en cambuches 90 largos días alimentados
con constantes réplicas para acabar de ennegrecer el panorama. Y
sin saber de donde va a salir su comida dentro de 24 horas.
La decisión parece otorgar contratos millonarios
a varias ONGs seleccionadas para enfrentar proyectos particulares. En esta
atomización se va a necesitar de una gran capacidad de veeduría
ciudadana para que los recursos no se embolaten en los recovecos burocráticos.
Y para que no se cometan más errores como el de la demolición
de la Galería Central de Armenia, autorizada por el Alcalde, a pesar
de estar clasificada como Monumento Nacional y por tanto Patrimonio Arquitectónico
ya no sólo de Armenia sino del país, y que en opinión
de expertos podía rescatarse, según señala en otro
artículo de este edición el arquitecto, experto en estos
temas, Hernán Giraldo Mejía, quien, a pesar de vivir en Manizales,
tiene en Armenia un ciudad cara a sus afectos, como que allí tuvo
su origen y allí viven y ahora sufren sus familiares. O para no
repetir el monumental error, que hasta ahora no se sabe quien va a pagar,
del puente de La Cejita, que a pesar de su inutilidad, no fue afectado
por el terremoto.
Porque normalmente los principales daños
sociales no vienen de las fuerzas de la naturaleza sino de la acción
incontrolada de los hombres.