No es un plan: es una guerra
Cambalache
(Tomado de El Tiempo Marzo 10 de 2000)

M ientras en Colombia algunos intentan disfrazarlo, la prensa de E.U. sabe que es un proyecto bélico. El Plan Cambalache. POR: DANIEL SAMPER PIZANO

Ya todos lo saben: el Plan Colombia es una propuesta de guerra para zanjar un problema que sólo se remedia de verdad con soluciones sociales, económicas y de paz. Todos lo saben, salvo el señor Canciller, que promete renunciar si se demuestra que se trata de un proyecto militar (¿también lo engañaron a él?); el señor Ministro del Interior, que llama apátridas a quienes critican el plan en su fuente; y la parlamentaria-columnista oficial, que intenta armar con tres huesos económicos el esqueleto imposible de un "plan de desarrollo alternativo".

Cuando el Gobierno se trasladó hace unos meses a Washington con sus altos heliotropos del sector económico, algunos colombianos pensaron que desde Estados Unidos se estaba preparando un gran programa social y económico para salvar al país.

El tiempo demostró que estaban algo equivocados. Sí, el despacho de nuestros asuntos se producía en Washington; sí, el rumbo nos los imponía la Casa Blanca; pero, no, ni siquiera era un plan de desarrollo, sino una gran operación de guerra.

Es bueno, pues, que hablemos en estos términos. Clarito. Hay, incluso, quienes creen que una buena guerra que aplaste a la guerrilla, los narcotraficantes y los paramilitares, es la única manera de salir de este atolladero. Yo desconfío de esas "buenas guerras" y dudo de que, en nuestras circunstancias, una escalada de violencia abra un atajo hacia la tranquilidad y el progreso.

De todos modos, parece un hecho que con el Plan Colombia nos vamos a hundir en el pantano de una guerra de mayores proporciones. Los gringos lo saben. Y no lo ocultan.

Hace algunos días, un editorial del New York Times planteó los temores que compartimos muchos. "El plan -dijo - no refleja ni una estrategia realista para combatir las drogas ilegales ni un enfoque efectivo a largo plazo para conseguir paz y estabilidad. Más bien plantea el riesgo de arrastrar a los Estados Unidos a una costosa guerra de contrainsurgencia". Y agrega: "Este plan se inclina de manera abrumadora hacia una solución militar para un problema que se ha resistido durante años a las soluciones militares".

La revista Time va más allá y analiza la ayuda militar que consume tres cuartos de los l.600 millones de dólares cuya aprobación discute el Congreso estadounidense. Será clave en el Plan Colombia la compra de helicópteros. Llegarán 30 Hueys, viejos trastos que pelearon (y perdieron) en Vietnam y que ahora, con nuevos motores, regresan a las selvas tropicales. Según Time, estos armatostes son una pesadilla. Los que recibió Colombia en 1997 volaron menos de diez horas antes de que los pararan por fallas. A las ocho semanas de llegar sólo dos seguían funcionando.

La experiencia de México es parecida. En 1997 recibió 73 Hueys, de los cuales nunca pudieron volar juntos más de doce. Un año después, tras un accidente mortal, México devolvió la flotilla a Estados Unidos en camiones.

Balas, desplazados y veneno
La guerra que se propone tiene varias características
1) Supone un retroceso en la política norteamericana de lucha contra la droga, que renuncia a controlar el consumo o estudiar fórmulas más imaginativas (despenalizar) y vuelve a la receta inútil de ahogar al productor.

2) Provocará nefastas consecuencias sociales y económicas. Aumentará la violación de los derechos humanos; cerca de 600 mil personas abandonarán el campo y unirán su drama a los 2 millones de desplazados colombianos.

3) Se producirá grave destrucción del medio ambiente. El Gobierno se comprometió a envenenar desde el aire la mitad del área cultivada, lo que no sólo arruinará los cocales sino todo lo que crece a su alrededor. Dicen los datos que la fumigación de glifosatos ha secado en la Sierra Nevada un tercio de los ríos del macizo y devastado la fauna y la flora del área.

De manera concluyente, The Economist, que dedica su última portada al problema colombiano, dice: "Esta guerra no se gana con helicópteros". Y observa que, antes que armas, nuestro país requiere instituciones democráticas más sólidas y justicia segura para todos.

Algunos ingenuos agregamos que sin un mejor reparto de nuestros precarios bienes y limitadas oportunidades nunca habrá paz ni justicia.


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