No
es un plan: es una guerra |
M ientras en
Colombia algunos intentan disfrazarlo, la prensa de E.U. sabe que es un
proyecto bélico. El Plan Cambalache. POR: DANIEL SAMPER PIZANO
Ya todos lo saben: el Plan Colombia es una propuesta de guerra para
zanjar un problema que sólo se remedia de verdad con soluciones sociales,
económicas y de paz. Todos lo saben, salvo el señor Canciller, que
promete renunciar si se demuestra que se trata de un proyecto militar (¿también
lo engañaron a él?); el señor Ministro del Interior, que llama apátridas
a quienes critican el plan en su fuente; y la parlamentaria-columnista
oficial, que intenta armar con tres huesos económicos el esqueleto
imposible de un "plan de desarrollo alternativo".
Cuando el Gobierno se trasladó hace unos meses a Washington con sus
altos heliotropos del sector económico, algunos colombianos pensaron que
desde Estados Unidos se estaba preparando un gran programa social y económico
para salvar al país.
El tiempo demostró que estaban algo equivocados. Sí, el despacho de
nuestros asuntos se producía en Washington; sí, el rumbo nos los imponía
la Casa Blanca; pero, no, ni siquiera era un plan de desarrollo, sino una
gran operación de guerra.
Es bueno, pues, que hablemos en estos términos. Clarito. Hay, incluso,
quienes creen que una buena guerra que aplaste a la guerrilla, los
narcotraficantes y los paramilitares, es la única manera de salir de este
atolladero. Yo desconfío de esas "buenas guerras" y dudo de
que, en nuestras circunstancias, una escalada de violencia abra un atajo
hacia la tranquilidad y el progreso.
De todos modos, parece un hecho que con el Plan Colombia nos vamos a
hundir en el pantano de una guerra de mayores proporciones. Los gringos lo
saben. Y no lo ocultan.
Hace algunos días, un editorial del New York Times planteó los
temores que compartimos muchos. "El plan -dijo - no refleja ni una
estrategia realista para combatir las drogas ilegales ni un enfoque
efectivo a largo plazo para conseguir paz y estabilidad. Más bien plantea
el riesgo de arrastrar a los Estados Unidos a una costosa guerra de
contrainsurgencia". Y agrega: "Este plan se inclina de manera
abrumadora hacia una solución militar para un problema que se ha
resistido durante años a las soluciones militares".
La revista Time va más allá y analiza la ayuda militar que consume
tres cuartos de los l.600 millones de dólares cuya aprobación discute el
Congreso estadounidense. Será clave en el Plan Colombia la compra de
helicópteros. Llegarán 30 Hueys, viejos trastos que pelearon (y
perdieron) en Vietnam y que ahora, con nuevos motores, regresan a las
selvas tropicales. Según Time, estos armatostes son una pesadilla. Los
que recibió Colombia en 1997 volaron menos de diez horas antes de que los
pararan por fallas. A las ocho semanas de llegar sólo dos seguían
funcionando.
La experiencia de México es parecida. En 1997 recibió 73 Hueys, de
los cuales nunca pudieron volar juntos más de doce. Un año después,
tras un accidente mortal, México devolvió la flotilla a Estados Unidos
en camiones.
Balas, desplazados y veneno 2) Provocará nefastas consecuencias sociales y económicas. Aumentará
la violación de los derechos humanos; cerca de 600 mil personas abandonarán
el campo y unirán su drama a los 2 millones de desplazados colombianos.
3) Se producirá grave destrucción del medio ambiente. El Gobierno se
comprometió a envenenar desde el aire la mitad del área cultivada, lo
que no sólo arruinará los cocales sino todo lo que crece a su alrededor.
Dicen los datos que la fumigación de glifosatos ha secado en la Sierra
Nevada un tercio de los ríos del macizo y devastado la fauna y la flora
del área.
De manera concluyente, The Economist, que dedica su última portada al
problema colombiano, dice: "Esta guerra no se gana con helicópteros".
Y observa que, antes que armas, nuestro país requiere instituciones
democráticas más sólidas y justicia segura para todos.
Algunos ingenuos agregamos que sin un mejor reparto de nuestros
precarios bienes y limitadas oportunidades nunca habrá paz ni justicia.
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