E. Avalle 9/1999
Alma, mente ... ¿con qué objetivo el caos, azar, los caprichos de la naturaleza, o los dioses -palabras probablemente sinónimas- nos dieron tal área de juego, si no es para recorrerlo y utilizarlo?
Pero, por otro lado... alguien puede soportar vivir en la obscuridad, inmóvil, no saber que es lo que lo rodea, sin animarse a la exploración (interna)?
En principio esto puede resultar tan aterrador como la decisión de comenzar a caminar... Pero solo al comienzo, porque en la medida en que desbastamos la aparente densidad que impide nuestro andar, reconocemos un ambiente único, que, como es lógico, corresponde en forma intima con nosotros. Y esto genera un mayor impulso para continuar.
Cuanto mayor sea nuestro campo interior reconocido, más complejas serán las obras que allí ejecutemos, los espacios de reflexión darán cabida a mayores y ambiciosos proyectos y descubrimientos, los espacios de belleza a su vez probablemente nos permitirán crear un mejor arte y poesía, así como las cada vez más amplias naves nos permitirán almacenar un mayor volumen de conocimiento.
Y de esta manera, por ultimo, y contemplando nuestra obra como un todo, esta infinita catedral que vamos construyendo con cada vez mas poderosas herramientas, nos da cuentas sobre la interesante revelación del valor que cada uno de nosotros llevamos en nuestro interior.
Una vez llegado este momento, ese lugar interior nuestro puede llegar a perder su característica de privado. Los que nos rodean ven, a través de nuestro accionar cotidiano, una aproximación del mismo, cada vez más notorio.
Y bien sé que esto puede ser contagioso, para cualquier hombre que sea libre de espíritu.
Quique.