MASONERIA

EL NUEVO PODER DE LOS HERMANOS


Después de una crisis interna, los masones están volviendo a cobrar fuerza en la vida nacional. A través de una estrategia “extramuros” modernizadora, la Gran Logia de Chile ha recuperado presencia en el gobierno, el Congreso y en sus áreas de influencia tradicionales: el Poder Judicial y la educación.

Daniela Lipari


 

Con el sometimiento a proceso y la posterior absolución del director general de Investigaciones, Nelson Mery, y la destitución del director nacional de Gendarmería, Claudio Martínez, una institución desvinculada del ajetreo político se vio especialmente afectada: la masonería.
Entre fines de 1996 y comienzos de 1997, dos de sus más conspicuos integrantes coparon los titulares de los diarios al verse envueltos en los casos más polémicos del último tiempo: el proceso por el asesinato del senador Jaime Guzmán y presuntos delitos conexos y la fuga aérea de cuatro frentistas desde la Cárcel de Alta Seguridad (CAS).
Por sorprendente coincidencia -algunos dicen que ni una ni otra cosa-, los personeros a cargo de las reparticiones de seguridad interna son masones. Además de Mery y del renunciado Martínez, el general director de Carabineros, Fernando Cordero, el director de Seguridad e Informaciones, Mario Papi, y el anterior director de Gendarmería, Isidro Solís, son miembros activos de la Gran Logia de Chile. Este último también estuvo en la palestra noticiosa de fin de año al convertirse en el abogado del misterioso gestor de negocios del caso Dipreca, Carlos Barría.
A pesar de ser los rostros visibles y más conocidos de la masonería en el área de la seguridad, no son los únicos: parte de la oficialidad del Ejército, de la Aviación y sobre todo de Carabineros pertenece también a la Gran Logia de Chile.
Debido a una disposición institucional dictada en tiempos del almirante José Toribio Merino, la Armada es la única rama de la defensa que prohíbe a sus miembros ingresar a la masonería por contraponerse a su tradición católica.
Pero la masonería no sólo se ha ubicado bien en la seguridad y las Fuerzas Armadas y de Orden. Desde hace cinco años, también ha engrosado sus filas reforzando su influencia en los partidos que tradicionalmente han estado ligados a la institución (PR y PS), pero, sobre todo, expandiéndose hacia sectores políticos de centroderecha.
Connotados dirigentes de Renovación Nacional se han incorporado de manera directa o indirecta a la orden para difundir los valores masónicos en los cargos que desempeñan.
El Gran Maestro Marino Pizarro dice que una de las razones que explican el progresivo aumento de dirigentes de Renovación Nacional en la masonería, es el hecho de que algunos miembros del partido han decidido reforzarse en su propio pensamiento:
-De pronto se dieron cuenta de que el modernismo y la tecnología de estos tiempos los dejaban vacíos. El partido está compuesto por gente joven que la mayoría de las veces es práctica y eficiente, pero necesita respuestas profundas y una mirada más humanista del mundo.
Sin embargo, la llegada de los parlamentarios de RN a la masonería casi nunca se ha dado por búsquedas individuales. Por el contrario, es la misma regla masónica referente al encuentro de nuevos aprendices en el “mundo profano” la que ha provocado el ingreso de personeros de esta colectividad a la orden.
Los masones examinan a sus compañeros de trabajo, escogen a quienes creen que cumplen con determinadas condiciones y les proponen ingresar a la institución. Como es natural, los militantes de RN masones eligen, de preferencia, a sus correligionarios. Hay quienes afirman que la cifra de parlamentarios de ese partido que pertenece a la orden podría llegar a cerca del 25 por ciento.

 

JUSTICIA Y EDUCACION


La estrategia de reposicionamiento concebida en la década pasada se ha basado en una apertura progresiva hacia el “mundo profano” y en una constante adecuación a los tiempos modernos. Tal giro, surgido de una profunda crisis interna y de un prolongado proceso de reflexión, es el que está despertando el interés de los sectores políticos más nuevos.
Más allá de las diferencias políticas, esta “militancia” común está uniendo a parlamentarios tan dispares como Anselmo Sule (PR), Roberto Muñoz Barra (PPD), Armando Arancibia (PS) y Octavio Jara (PPD) con el senador de RN Julio Lagos y los diputados del mismo partido Carlos Valcarce, Arturo Longton y Carlos Vilches.
Al entrar al templo -dicen- se olvidan las discrepancias y procuran ser cada vez más “hermanos”. Enarbolando la bandera de la tolerancia, el director del Instituto Libertad y dirigente de Renovación Nacional, Pedro Daza, el ex diputado Carlos Smok (PS), el ex canciller Enrique Silva Cimma (PR) y el ministro de Minería Benjamín Teplizky (PR), reflexionan sobre la realidad nacional en los talleres que se realizan en el Club de la República.
Pero la estrategia extramuros no sólo consiste en recobrar el antiguo sitial en el quehacer nacional a nivel político-administrativo. Se trata también de reubicar la influencia en los campos por donde tradicionalmente la institución ha canalizado los valores masónicos: el Poder Judicial y el área de la educación.
En los juzgados y en los tribunales, un numeroso contingente de actuarios, abogados, jueces y secretarios son masones. Aunque en los pasillos del palacio de justicia son secretos a voces los nombres de quienes pertenecen a la orden, como es de rigor, los aludidos mantienen su condición en estricto secreto.
Entre los abogados, además de Isidro Solís, el radical Gonzalo Figueroa y el ex ministro de Agricultura y actual defensor de Nelson Mery, Juan Agustín Figueroa, son masones; y entre los que dejaron la orden está uno de los querellantes del caso Tucapel Jiménez, Jorge Mario Saavedra. En la Corte de Apelaciones, al menos dos, Hugo Dolmic y el ministro en visita del caso Codelco, José Benquis, pertenecen a la Gran Logia de Chile.
La educación -“eje fundamental de la formación y el perfeccionamiento del hombre”- es una de las áreas en que la masonería está reforzando su accionar. En el plano legislativo, cuenta con Muñoz Barra, presidente de la Comisión de Educación del Senado, y en el de la docencia, con las universidades La República y Popular Pedro Aguirre Cerda, la Liga de Estudiantes, el colegio Las Américas, los talleres industriales nacionales Pedro Aguirre Cerda, la sociedad de artesanos La Unión, los colegios laicos masónicos de varias ciudades del sur, la escuela hogar La Providencia, los boy scouts y el Osorno College, entre otros. Estos establecimientos permiten a la orden llegar directamente al grupo social que más le interesa ahora: la juventud.
Para la institución, la importancia de contar con gente joven no radica únicamente en que su presencia es necesaria para proyectar el cambio, sino también en que les parece más factible moldear en los valores a una persona que ha vivido menos.
Pero no ha sido fácil conquistar a este segmento de la población. La ausencia de la masonería en los problemas contingentes durante el régimen militar no sólo le restó atractivo; también significó la emigración de varios de sus miembros.

 

LIBRES DE ALTIBAJOS


Pocas instituciones suscitan tanto misterio como la masonería. Los múltiples, indescifrables y secretos ritos milenarios, así como el hermetismo que sus miembros y seguidores han conservado por años para mantener distancia con el “mundo profano”, les han significado la desconfianza de algunos sectores, en particular de católicos observantes, que ven en la masonería una agrupación de “come frailes”.
Acusados a veces de sectarios, los masones han conservado uno de sus acuerdos fundamentales: no revelar la forma ni el contenido de sus ceremonias. Planifican cuidadosamente la información que quieren permear al exterior y nunca dan a conocer cuántos y quiénes son. Es que, según dicen, la institución masónica tiene desde sus orígenes el imperativo de actuar de manera silenciosa y anónima para que “su presencia esté libre de los altibajos de los protagonismos”. Aferrados a esta condición, los centenares de hombres públicos con que históricamente ha contado la masonería han tenido la expresa misión de llevar a la práctica los valores de la orden en sus cargos ministeriales, judiciales, parlamentarios y presidenciales.
Pese al paso de los años y a la escasa renovación institucional, desde que se instaló en Chile en 1862 la influencia directa o indirecta de la Gran Logia en los grandes temas de la vida nacional se había mantenido incólume. La llegada del gobierno militar puso fin a esa constante. La polarización ideológica de aquellos años logró infiltrarse en la orden y provocó un quiebre importante. La masonería perdió adeptos y, sobre todo, presencia en los centros de poder. La reflexión interna que impulsaron los dirigentes más progresistas en la década de los 80 reveló la necesidad de replantearse los objetivos y elaborar una nueva política extramuros para volver a presentarse como una institución atractiva, ahora frente a los nuevos actores sociales.
Había que recuperar lo logrado durante la época dorada de la masonería. Pese a permanecer rigurosamente fieles a sus tradiciones, los masones de principios de siglo mantuvieron un papel activo en la vida nacional y cada año registraban un aumento en el número de logias a lo largo del país.
Como agrupación liberal que adhiere a los postulados de la Revolución Francesa y que centra su fe en la razón, la masonería entendió que debía influir en los políticos jóvenes y laicos provenientes de la emergente clase media, que pronto comenzaron a invadir los centros de poder. El atractivo de la institución estaba en su carta de presentación como un ente adoctrinario y adogmático, y en la invitación al permanente perfeccionamiento humano.

 

QUIEBRE INEVITABLE


El Partido Radical se convirtió en el eje político de la masonería y las iniciativas de los nuevos actores para disminuir la injerencia de la Iglesia Católica en la legislación encontraron respaldo en esa fórmula.
Con varios de sus miembros en el Congreso, pero fundamentalmente en el gobierno, consiguieron la separación de la Iglesia y el Estado, la creación de los cementerios laicos, del Registro Civil y del matrimonio civil. Desde Arturo Alessandri Palma hasta el general Augusto Pinochet -con excepción de Jorge Alessandri Rodríguez y Eduardo Frei Montalva-, todos los Presidentes han pertenecido a la orden, al menos durante un tiempo.
A partir de 1973, parte importante de los miembros de la masonería relativizó la validez de sus principios al constatar la actitud neutral por la que optó la dirigencia de entonces frente al régimen militar. Nunca como entonces la orden se había encontrado tan de frente con la contradicción de autodefinirse como una “institución apolítica” y a la vez participar activamente en los acontecimientos nacionales.
El quiebre fue inevitable y las paradojas se manifestaron con brutal evidencia. Como institución que propugna la tolerancia, buena parte de los integrantes que adherían a tendencias políticas de izquierda -o sus familiares o conocidos- comenzó a sufrir persecuciones y hostigamiento. El principio masónico de no intervenir en la contingencia forzaba a no elevar la voz para defender otros principios fundacionales de la orden: los derechos humanos y la libertad de opinión.
A muchos les molestó la relación cordial que, a mediados de los 70, entabló el Gran Maestro Horacio González Contesse con el general Pinochet y, más todavía, el parentesco que existía entre ambos (González era familiar de un yerno del comandante en jefe del Ejército) y el permanente ofrecimiento de colaboración que aquél hacía a la Junta Militar. También les preocupaba el costo de imagen que efectivamente estaba sufriendo la masonería debido a las constantes visitas que realizaba su superior jerárquico a La Moneda.
La crítica interna se tornó aguda. Para los grupos opositores al régimen, era inaceptable que la orden no tomara una postura disidente. La decepción llevó a algunos a abandonar la masonería. Otros se quedaron, pero difundieron la necesidad de impulsar un proceso de reflexión institucional.
Varios de los que rechazaron la línea seguida durante esos años, la interpretan ahora como una cuestionable estrategia para no ser anulados ni intervenidos -como sucedió en la España de Franco- y gozar de independencia en sus ritos y talleres. Y así fue. A cambio del mutismo, la masonería pudo desarrollar sus reuniones (conocidas como “tenidas”) e incluso sus elecciones con absoluta normalidad. Mientras tanto, perdía terreno frente a la acción de la Iglesia Católica en los derechos humanos y la educación.
Hacia finales del régimen militar, la apuesta por la neutralidad comenzó a cobrar su precio: total ausencia de la orden en los problemas e inquietudes de la ciudadanía y la consiguiente pérdida de injerencia y de atractivo para los potenciales futuros miembros, como los jóvenes.

 

PODER DE CONVOCATORIA


Desde el retorno de la democracia ha comenzado a manifestarse con fuerza el lento proceso de reinserción social que el Gran Maestro Oscar Pereira había puesto en marcha en 1986, y que Marino Pizarro continuó en 1990 con un lema basado en tres pilares: revitalización, modernidad y trascendencia.
Para recuperar la trascendencia, Pizarro consideró que era necesario fortalecer la vinculación de la orden con el Ejecutivo y el Congreso.
Apenas el actual Gran Maestro fue elegido, viajó a Valparaíso para reunirse con los parlamentarios masones, discutir con ellos los temas legislativos en que debían poner acento y orientarlos para que trabajaran según lo que habían aprendido en la institución.
Para ello, la orden nombró a un coordinador para la Cámara y uno para el Senado, y formó comisiones de asesoría parlamentaria en Educación, Salud, Estudios Históricos, Ecología y Medio Ambiente y Obras Públicas, entre otras áreas. Estas realizan informes mensuales sobre temas de contingencia para hacérselos llegar a los diputados y senadores masones o a los ministros correspondientes.
La directiva mantiene una relación fluida con personeros de La Moneda y con el Presidente Frei, y se entrevista regularmente con ministros y subsecretarios para darles a conocer su punto de vista sobre la agenda legislativa y gubernamental.
Recuperar el poder de convocatoria y la imagen de “institución de gente culta” es otro de los objetivos centrales de la Gran Logia de Chile. Las conferencias sobre problemas nacionales abiertas al público, la fundación de centros culturales y la dictación de cursos de perfeccionamiento han dado resultados positivos en esa dirección.
Pero, sin duda, la creación de los llamados centros de estudios laicos ha sido la iniciativa que más ha prendido. Se trata de talleres -encabezados por el ex canciller Enrique Silva Cimma- en los que, desde mediados de 1996, un grupo de personalidades del ambiente cultural, académico y político se reúne para desarrollar estudios sobre el laicismo. De alguna manera, son una respuesta liberal al exceso de conservadurismo que está rodeando los debates nacionales.
Están compuestos por masones y profanos, mujeres y hombres, y entre sus integrantes se cuenta a los rectores de las universidades de Concepción, Augusto Parra, y de La Serena, Jaime Pozo, los abogados Juan Agustín Figueroa, Gonzalo Figueroa y la dirigenta de Renovación Nacional Lily Pérez.
Ampliar la participación de la mujer en las actividades anexas de la masonería ha sido otro de los objetivos en el último tiempo. Conociendo el estigma machista que la masonería sufre en algunos sectores, se ha puesto especial énfasis en el desarrollo y la difusión de los centros femeninos y del trabajo de las llamadas “damas de la fraternidad” en cinco hospitales de Santiago. El interés por mostrar la labor de las mujeres es interpretado por algunos miembros de las otras logias (ver página siguiente) como una manera de contrarrestar el rechazo que genera la exclusión de las mujeres de la Gran Logia.
Indiferente a los ataques, la orden está concentrada en otros afanes. Se prepara para comenzar a difundir el trabajo silencioso que ha desarrollado en el último tiempo y marcar, con ello, el retorno de la ofensiva masónica. •

 


 

LOS OTROS MASONES

 

GRAN ORIENTE LATINOAMERICANO


No fue casual que a su llegada a Europa los masones exiliados formaran una nueva orden, que a poco andar comenzó a dar muestras de diferenciación e incluso de disidencia frente a su referente chileno.
Con el patrocinio del Gran Oriente de Francia, esta nueva agrupación nació en 1984, en París, bajo el nombre de Gran Oriente de Chile en el Exilio. Plenamente identificada con los objetivos de la masonería europea, sus miembros -en su mayoría ex integrantes de la Gran Logia de Chile- escogieron a Edgardo Enríquez como Primer Serenísimo.
No sólo su doble condición de masones y exiliados los unía. También compartían la decepción por “ciertos comportamientos individuales” de algunos dirigentes de la Gran Logia y la convicción de que la masonería se estaba estancando y no evolucionaba con el tiempo. Apostaron por una línea basada en la interpretación más universal de los postulados masónicos y en la constatación de que la orden ya no estaba siendo atractiva para los jóvenes. Hoy, consideran que la Gran Logia se quedó en el pasado, e incluso el término “gran” -prefijo de los cargos superiores jerárquicos- les parece añejo.
En 1987, un grupo de masones exiliados liderado por Enríquez llegó al país e implantó en la clandestinidad el primer Gran Oriente de Chile con el nombre de Chanale Che Mapu (Hombres Libres de Esta Tierra). Tres años después, queriendo reflejar uno de sus principios fundacionales -la extraterritorialidad-, la organización pasó a llamarse Gran Oriente Latinoamericano. Actualmente tienen símiles en Uruguay, Venezuela, Argentina y México y, según sus estatutos, su líder máximo puede pertenecer a cualquiera de esos países. Este es uno de los puntos que más los aleja de la Gran Logia de Chile.

 

LA GRAN LOGIA MIXTA DE CHILE


Al igual que en la masonería surgida en el exilio, los miembros de la Gran Logia Mixta son en su mayoría jóvenes. Con el auspicio de la Federación de Derechos Humanos de Francia, nació en 1929 de una vertiente de la Gran Logia de Chile -hasta 1938 estaba permitido pertenecer a dos logias simultáneamente- y de un grupo de teosofía. Se llamó Federación Chilena del Derecho Humano, hasta que en 1955 se produjo una escisión que derivó en la formación de la Orden Masónica Mixta de Chile, que más tarde se llamó Gran Logia Mixta de Chile.
Aunque su origen es antiguo, los postulados de esta agrupación datan de la década del 60. Además de considerar imperiosa la integración de la mujer -ya que en la eterna búsqueda del equilibrio se estaba dejando afuera a la otra parte de la humanidad-, la orden mixta propugna una mayor concordancia del quehacer masónico con los tiempos que corren y una renovación constante de su estrategia “extramuros”.
Lejos de desarrollar sus actividades con normalidad, durante el gobierno militar la Gran Logia Mixta fue allanada en más de una ocasión e incluso debía informar los nombres de los miembros que salían electos para ocupar la directiva y no escoger a aquellos que tenían vinculaciones políticas.
A diferencia de lo que ocurrió en la Gran Logia, las deserciones se produjeron con la llegada de la democracia: aunque muchos se quedaron, un número importante de miembros que fueron tentados con cargos políticos y gremiales abandonaron la orden.

 

LA GRAN LOGIA FEMENINA DE CHILE


Pese a que tiene su precedente en la primera agrupación masónica de mujeres que se formó naturalmente en el interior de la Gran Logia Metropolitana en 1970, no consiguió independencia y forma de logia hasta finales de esa década. Hasta 1976, la existencia del grupo fue meramente simbólica, más aún cuando la Metropolitana dejó de existir y ya no tuvo donde reunirse. Una institución israelí le arrendó tres piezas y siguió reuniéndose clandestinamente hasta 1989, año en que consiguió personalidad jurídica.
Entre sus miembros se cuentan varias jefas de departamento de ministerios, altas funcionarias del Poder Judicial, dirigentas de organizaciones gremiales y concejales. Muchas de ellas prefieren no revelar que son masonas por temor a las aprensiones de sus compañeros de trabajo.


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