Veo
tus lágrimas, tu desespero y consternación.
Lo has perdido todo. Has perdido amigos, tal vez hijos, hijas,
marido o esposa. Ya no tienes casa, ni comida. Ojalá
fuera todo una pesadilla y pudieras despertar y olvidarlo.
Llegaron las lluvias y alteraron tu vida para siempre. Ahora
pasas frío y hambre. Permanentemente te preocupas por
tus seres queridos. Eres presa del cansancio y del miedo.
Te da la sensación de que el mundo se ha olvidado.
Los tuyos están muriendo, y el resto de la gente les
da las espaldas. ¿Será que alguien se preocupa
de nosotros?, piensas.
¡Yo sí! Y no estoy muy lejos, no estoy en otro
país ni en otro planeta. Estoy a tu lado. Soy tu Padre
celestial. Nunca duermo. Nunca estoy ausente. Siempre te acompaño.
Deseo consolarte. Lo único que tienes que hacer es
volverte hacia Mí y recibir Mi amor y Mi consuelo.
Sé que tu pueblo tiene necesidades apremiantes en este
momento. Necesita viviendas y albergues, alimentos en
especial para sus hijos, agua pura no sólo
para paliar su sed sino para prevenir enfermedades,
ropa y abrigo. La vida no era fácil antes de las lluvias,
pero ahora tu pueblo enfrenta dificultades antes inimaginables.
Te extiendo los brazos y te llamo. Acude a Mí, para
que pueda enjugar tus lágrimas y aplacar tus temores.
Ruega también que Mis hijos de otros países
decidan socorrerlos en esta hora de angustia.
Yo velo por Mis hijos, y velaré de ti. Pídeme
y contestaré. Tengo en las manos un regalo que no tiene
precio, mucho más valioso que el oro y la plata. Cuando
acojas este regalo en tu corazón, será como
una cobija que hará desvanecer todos tus temores. Me
refiero al don de la fe. Es lo más importante que puede
haber, porque cuando se tiene ese regalo en el corazón,
se posee también la paz del Cielo.
Te extiendo una invitación a convertirte en Mi hijo
o en Mi hija. Sólo tienes que pedirme que sea tu Padre
y que te haga entrega de este regalo de la fe. Entraré
en tu corazón y moraré en él para siempre.
Ábremelo, recíbeme. Haz esta sencilla oración
para pedirme que entre: «Jesús, necesito Tu amor,
Tu consuelo y Tu fuerza. Te ruego que entres en mi corazón,
que formes parte de mi vida. Creo en Ti.»
Poseyéndome a Mí, ya no tienes que preocuparte
ni de la muerte. Es que cuando Mis hijos dejan este mundo
vienen a una morada hermosa que les tengo preparada en el
Cielo. Ahí ya nunca pasarán hambre, frío
ni sed; ahí no existe la enfermedad; nadie es pobre,
nadie vive olvidado ni desatendido.
Te amo y me preocupo por ti. Jamás te abandonaré.
Nunca me voy a olvidar de ti. Soy tu Padre celestial. Cada
uno de Mis hijos es muy entrañable para Mí,
y a cada uno lo quiero y lo cuido como si fuera el único.
Aunque en este instante las circunstancias sean sombrías
y turbulentas, cuidaré de ti. Te infundiré calma
en medio de la tempestad. Te iluminaré en la oscuridad.
Te daré alegría a pesar de la aflicción,
esperanza frente al abatimiento y la desolación. Aunque
a tu alrededor no veas sino catástrofe, te haré
fuerte en espíritu. Te consolaré y pondré
paz en tu corazón.
Si te encuentras débil y presientes que tu vida en
la Tierra se acerca a su fin, ten la seguridad de que tu sufrimiento
no durará mucho: dentro de poco te llamaré para
que vengas a Mi casa. Cuando llegues enjugaré tus lágrimas,
te pondré vestiduras nuevas y te invitaré a
un espléndido banquete. Te cubrirás de alegría
para siempre.
Cuando te sientas inclinado a perder las esperanzas y darte
por vencido, piensa en esas maravillas. Nunca ando muy retirado,
Mi hijo amado, Mi amada hija.
(Autor Desconocido)