No lo creí. El Niño Jesús tenía
cosas más importantes que hacer con su tiempo
que observar si yo era un niño bueno o malo. Aún
con mi limitada sabiduría de
un niño de siete años, había decidido
que, en el mejor de los casos, sólo
podía vigilar a dos o tres muchachos a la vez. Y, sin
embargo, mamá, que sabía
todo, me había repetido una y otra vez que Él
sabía, veía y evaluaba todas
nuestras acciones y que no podíamos compararlo con cualquier
cosa que
pudiéramos entender nosotros, los seres humanos.
En esta época navideña en particular, mi comportamiento
de un niño siete años
era todo menos ejemplar. Mis hermanos y hermanas, todos mayores
que yo, por lo
visto nunca causaban problemas. En cambio yo siempre estaba
en medio de todos
los problemas. En pocas palabras, era un niño malcriado.
Cuando menos un mes antes de la Navidad, mamá me advertía: "Te
estás portando
muy mal, Felice. De modo que – me amonestaba – más
vale que cambies tu
comportamiento. Yo no puedo portarme bien por ti. Sólo
tu puedes optar por ser
un buen niño".
"¿Qué me importa? – contestaba yo
- . De todos modos el Niño Jesús nunca me
trae lo que quiero. "
Mis amigos recibían bicicletas, rompecabezas, bastones
de caramelo y guantes de
béisbol, yo recibía manzanas, naranjas, nueces
surtidas y algunas castañas, tan
duras como las piedras. Durante las siguientes semanas hacía
muy poco para
‘
mejorar mi comportamiento’.
Como sucede en la mayoría de los hogares, la Nochebuena
era mágica. A pesar de
que éramos muy pobres, siempre teníamos comida
especial para la cena. Como
somos una familia católica, todos íbamos a confesarnos
y después nos
dedicábamos a decorar el árbol. La noche terminaba
con una pequeña copa del
maravilloso ponche de mamá. ¡No importaba que
tuviera un poco de frutas; la
Navidad sólo llegaba una vez al año!.
Fue cuestión de minutos, después de escuchar
los primeros movimientos, para que
todos nos levantáramos y saliéramos disparados
hacia el patio donde estaban
colgadas nuestras medias y debajo de éstas se encontraban
nuestros brillantes
zapatos recién lustrados.
Todo estaba tal como lo habíamos dejado la noche anterior.
Excepto que las
medias y los zapatos estaban llenos hasta el tope con los generosos
regalos...
es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy brillantes,
estaban vacíos.
Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y también
estaban vacías.
Alcancé a ver las miradas de horror en los rostros
de mi hermano y mis
hermanas. Todos nos detuvimos paralizados. Todos los ojos se
dirigieron hacia
mamá y papá y luego regresaron a mí.
- Ah, lo sabía – dijo mamá -. A Jesús
no se le va nada. El sólo nos deja lo
que merecemos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mis hermanas trataron
de abrazarme para
consolarme, pero las rechacé con furia.
Me dejé caer en los brazos de mamá. Ella era
una mujer voluminosa y su regazo
me había salvado de la desesperación y de la
soledad en muchas ocasiones. Noté
que ella también lloraba mientras me consolaba. También
papá. Los sollozos de
mis hermanas y los lloriqueos de mi hermano llenaron el silencio
de la mañana.
Después de un rato, mi madre dijo, como si estuviera
hablando con ella misma:
- No le quedó alternativa a Jesús. Tal vez el
próximo año Felice decida
portarse mejor.
De inmediato todos vaciaron el contenido de sus zapatos y
medias en mi regazo.
- Ten – me dijeron -, toma esto.
- Felice – me dijo -, ¿entiendes por qué Jesús
no pudo dejarte regalos?
- Sí – respondí.
- Jesús nos recuerda que siempre tendremos lo que merecemos.
No podemos
evadirlo. Algunas veces resulta difícil entenderlo y
nos duele y lloramos. Pero
nos enseña lo que está bien hecho y lo que está mal
y, así, cada año seremos
mejores.
No estoy muy seguro de haber entendido en aquellos momentos
lo que mamá quiso
decirme. Sólo estaba seguro de que yo era amado; que
me habían perdonado por
cualquier cosa que hubiese hecho y que siempre me darían
otra oportunidad.
Jamás he olvidado aquella Navidad tan lejana. Desde
entonces, he llegado a
comprender que he sido egoísta, malcriado, imprudente
y quizá, en ocasiones,
hasta cruel... pero nunca olvidé que cuando hay perdón,
cuando las cosas se
comparten, cuando se da otra oportunidad y amor sin límite, ¡ Jesús
siempre
está presente y siempre es Navidad.!
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