Los
campesinos son gente que tiene una infinita paciencia, confían por encima
de todo en que verán un día surgir en medio del surco lo que antes
enterraron en la tierra. Están seguros de que la semilla se convertirá
en fruto, haciendo casi nada para que esto suceda.
Así,
nosotros los padres debemos aprender de ellos. Hay que esperar y confiar
en nuestros hijos.
Lo
único que podemos hacer es sembrar. lo único que está en nuestras manos
es escoger la clase de semilla que deseamos depositar en la tierra, nada
mas. La tierra no la escogemos nosotros, nuestros hijos nacen ya con su
temperamento, nos guste o no, ese es el suelo en que vamos a sembrar.
Podemos
al igual que los campesinos, ayudarnos de diversos medios para que ese
pedazo de tierra pueda dar mejor fruto. Ellos usan abono y desinfectantes,
nosotros cuidamos el ambiente, vigilamos las compañías, escogemos la
escuela y de vez en cuando tenemos que podar, aunque duela, para que la
planta cobre fuerza. El agricultor vive volteando al cielo, buscando la
señal de la lluvia, detectando el viento; así nosotros debemos volver
nuestros ojos al cielo y pedir confiada y diariamente el agua, esa agua
que solo Dios puede dar y que es la que logra los mejores frutos. Una
madre no debe cansarse nunca de orar por sus hijos.
Pero
a diferencia del hombre del campo, que un buen día lleno de satisfacción
recoge los frutos, nosotros tenemos que conformarnos, como antes ya lo
hicieron nuestros padres, con la certeza de que la semilla que en ellos
depositamos fue de primera y que hicimos todo lo que estaba a nuestro
alcance para lograr la mejor de las cosechas, ya que lo mas seguro es que
no nos toque ver los frutos.
A
nosotros nos toca la tarea de sembrar, a otros, la de cosechar; y esos
serán los hijos de nuestros hijos, pues serán ellos los que algún día
se alimenten de los frutos que nosotros supimos plantar en el corazón de
cada uno.
Ojalá
no nos equivoquemos al escoger la semilla, pues una vez que la abandonemos
en la tierra ya casi nada podemos hacer. |