En un reino
encantado donde los hombres nunca pueden llegar o quizás
donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta.
En un reino
mágico donde las cosas tangibles se vuelven concretas
había una vez un estanque maravilloso. Era un alguna
de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores
existentes y donde todas las tonalidades del
verde se reflejaban permanentemente...
Hasta este estanque mágico y transparente, se acercaron
a bañarse y hacerse mutua compañía la tristeza
y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las
dos entraron al estanque, la furia apurada, como siempre está
la furia, urgida sin saber por qué, se bañó
rápidamente y más rápidamente aún
se salió del agua, pero la furia es ciega, o por lo
menos no distingue claramente la realidad, así que desnuda
y apurada, se puso al salir la primera ropa que encontró,
y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la
tristeza, y así, vestida de tristeza, la furia se fue.
Con calma
y muy serena, dispuesta a quedarse en el lugar en que está,
la tristeza terminó su baño, y sin apuros, o mejor
dicho sin conciencia del paso del tiempo, como es su costumbre,
con pereza y lentamente salió del agua, en la orilla
se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos
sabemos si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar
al desnudo, así que se puso la única ropa que
había junto al estanque. La
ropa de la furia.
Cuentan
que desde entonces, que muchas veces uno se encuentra con la
furia,
ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo
de mirar
bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un
disfraz. Y que detrás
del disfraz de la furia, en realidad está escondida la
tristeza
(Jorge Bucay)
Aportación de Bibiana Perez
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