EL SILLON DE UN ULTIMO DIA





Una muda estancia esperaba por él, lenta y para siempre. Recuerdo haberlo visto sentado en el sillón durante horas, esperaba la llegada del medio día. Afuera el viento se escuchaba sereno y callado. El recordó entonces como los árboles anunciaban el paso, de las rafagas mas refescantes. Esas corrientes de verano que recorrían paisajes y distancias, esas mismas ondonadas de viento, que traían consigo el frío y la frescura de las montañas. Vientos que arrancaban el aroma de las flores, para luego depositarlos en el alma de los hombres.

Siempre había tenido una relación muy próxima con la naturaleza, el silencio de sus ojos y la aspereza de sus manos, así lo delataban. Fué hombre que trabajó la tierra y comprendió las fuerzas de la naturaleza. Entendió la necesidad reciprocua de la abundancia y de la abundancia misma sustrajo sus alimentos, así como tambien tomó los frutos de la sabiduría.

Aprendió del agua con que regaba las siembras y de la luz solar, aprendió del color de la tierra y más allá se decidió a cambiar el curzo de los ríos. Logrando entonces que sus siembras fueran grandes y extensas. Tambien caminó por entre parajes de grandiosas bellezas. Paraisos donde los árboles crecen al lado de las hierbas y donde vuelan por igual golondrinas, alcones y azulejos. Atravezó ríos llenos de criaturas, que estaban en la constante lucha por la armonía del ecosistema. Supo entonces que los que se van, se van por que han cumplido con su tarea y su destino.

Ese mismo hombre, tambien se dejó imprecionar por la furia de las tormentas y por el impetu de los vientos. Se imprecionó por las grandes caidas de nieve y los deslizamientos de tierra y pronto descubrió que el sabor del agua, es diferente despues de la caída de las lluvias. Porque el sabor que estas traen consigo es arrastrado desde atmosferas lejanas, atmósferas que claman por un constante equilibrio.

Y de los animales aprendió la lucha por la supervivencia. Esa persistencia de la abeja obrera, o de la cooperación de la hormiga. Tambien le enseñaron el cuidado de los suyos. El cuidado de ese destino que trae consigo cada soplo de vida.

Así era como ese hombre en la soledad de su casa, meditaba acerca de todas estas cosas. Y mientras afuera se manifestaba un silencio que se hacía cada vez más estrecho, más vasto. Recordó como solía conversar en la soledad de su mente y viajar por entre las fantasias más increibles. Nunca le faltaron las virtudes de la creatividad y de la razón. Con sus pensamientos construyó barcas y con ellas surcó ríos de pureza, tambien con sus ideas trajo luz a su casa, sin dejar de cuidarse en no faltarle el respeto a la naturaleza, su más preciada dadiva.

Tambien recordó sus amores, esos amores que dejan huellas imborrables en el alma de los hombres. Huellas marcadas quizás por la complacencia o la hermandad. Huellas marcadas quizás tambien por las pasiones o el dolor. Aprendió que amar es equilibrio y supo que el mejor amor es el desprendimiento y el cuidado mutuo. Contempló a los hijos y contemplo a los nietos y de ellos aprendió el sentido de la vida. Supo que hay que poner atención en los que vienen, por que los que se van, se van para siempre.

Fué entonces cuando descubrió que los valores no se encuentran en las ideas de los hombres. Muchos años le costaron esos pensamientos contradictorios, esas confusiones de la mente. En el pasado luchó con él y para él, pero el bienestar no lo veía. El bienestar entonces no estaba en uno, así como tampoco estaba en lo demás. Y gracias a una visión calara de la naturaleza, descubrió que el bienestar es un todo. Un todo del que nada ni nadie se puede desprender.

Todas esas cosas las meditaba el hombre sentado en su sillón de madera, mientras observaba las hojas caer afuera de su ventana. Mientras, la soledad de su destino lo saludaba amablemente.

Finalmente penetró en su casa una rafaga distante, una corriente de viento que lo había venido a buscar. Entonces supo que era tiempo de descansar libre de pecado, en ese lugar donde una muda estancia lo esperaba lenta y para siempre. Porque de el solo recuerdos, un último sueño, gigante y eterno. En el que se sumergió sonriente, por el resto de su vida.




Carlos

LUCY 8-26-99

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